Joan Miró. El carnaval de Arlequín. Óleo sobre lienzo. 1924-1925. Galería Albright-Knox de Buffalo (Nueva York).
El Carnaval del Arlequín (Le Carnaval d'Arlequín) es una de las telas
más célebres de Joan Miró (1893-1983). La pintó en París durante el invierno de
1924-1925, en el estudio que el escultor Pablo Gargallo poseía en la
calle Blomet y que éste le cedía durante sus ausencias. Se trata de un óleo sobre tela, de 66 x 93 cm., que se conserva en la galería Albright-Knox de Buffalo, Nueva York.
Antes que nada decir que ya encontramos, desde luego, asuntos claves del surrealismo, como por
ejemplo la ingravidez espacial y las imágenes múltiples entre otros
aspectos. Si la observamos con detenimiento, alcanzamos a distinguir a un autómata que está tocando la guitarra y un arlequín con
bigotes tienen los papeles principales. A su
alrededor aparecen gatos jugando con unas bolas de lanas,
unos pájaros ponen huevos de donde salen mariposas o unos peces
voladores se van a la búsqueda de los cometas. También se ve como un
insecto se escapa de un dado o un mapamundi espera sobre la mesa, así
como una escalera que tiene una oreja humana enorme proyecta un ojo
minúsculo entre los barrotes.
El ojo, adoptado como emblema para señalar la presencia del hombre, será una constante en la producción artística de Miró y aquí aparece por toda la tela, pues se abren unos ojos sobre los cubos, los cilindros y los conos.
A través de una ventana que se abre al exterior se advierte un azul del cielo con una pirámide de color negro, que Miró dijo ser la Torre Eiffel, una especie de llama roja, de compleja identificación, y un sol. En la obra se aprecia una clara tendencia por parte del pintor a llenar toda la superficie del cuadro con muchos elementos, con juguetes fabulosos, curiosos animales o criaturas semihumanas.
El ojo, adoptado como emblema para señalar la presencia del hombre, será una constante en la producción artística de Miró y aquí aparece por toda la tela, pues se abren unos ojos sobre los cubos, los cilindros y los conos.
A través de una ventana que se abre al exterior se advierte un azul del cielo con una pirámide de color negro, que Miró dijo ser la Torre Eiffel, una especie de llama roja, de compleja identificación, y un sol. En la obra se aprecia una clara tendencia por parte del pintor a llenar toda la superficie del cuadro con muchos elementos, con juguetes fabulosos, curiosos animales o criaturas semihumanas.
Esta
composición abigarrada, según el autor, se debe a las alucinaciones
causadas por el hambre. Él mismo comentaba que en esta pintura
"intentaba plasmar las alucinaciones que me producía el hambre que
pasaba. No es que pintase lo que veía en los sueños como entonces
propugnaban Bretón y los suyos, sino que el hambre me provocaba una
especie de tránsito parecido al que experimentaban los orientales". Entonces realizaba dibujos preparatorios del plan general de la obra,
para saber en qué sitio debía colocar cada cosa. Después de haber
meditado mucho lo que se proponía hacer comenzó a pintar y sobre la
marcha introducía todos los cambios que creía convenientes.
En la tela se encuentran ya los signos predilectos del
lenguaje mironiano que se repetirán en obras posteriores, como la
escalera, símbolo de la huida y la evasión, pero también de la
elevación; los animales y, sobre todo, los insectos, que siempre le
interesaron mucho. O la esfera, a la derecha de la composición, una
representación del globo terrestre; en palabras del artista: "ya
entonces me obsesionaba una idea: ¡He de conquistar el mundo!".
Asimismo, el ojo y la oreja provienen de Tierra labrada, su primera obra
de transición del realismo a lo onírico e imaginario.Las formas son el resultado de un proceso de transformación que las
lleva a parecer abstractas, pero que Miró siempre rechazó, ya que él
siempre parte de figuras concretas de la naturaleza. Esos signos (la
escalera, los pájaros, el sol, las estrellas…) se irán definiendo y
simplificando a lo largo de su vida hasta convertirse en verdaderos
ideogramas. Así, siempre ha sido considerado como uno de los máximos representantes del Surrealismo abstracto, junto a Paul Klee e Yves Tanguy.
Esta obra supuso la plena aceptación del artista en el grupo
surrealista de París, dirigido por André
Bretón, que, incluso llegaría a afirmar que Joan Miró, con
su gran imaginación, era el más surrealista de todos ellos, aunque el
pintor catalán nunca se sintió como tal.
Un dibujo preparatorio conservado en La Fundación Miró de Barcelona pone de manifiesto la preocupación del artista por la composición de todos y cada uno de los motivos, aparentemente dispuestos de forma inconexa y arbitraria, pero que en cambio siguen una estructuración completamente tradicional. En este cuadro reelabora elementos figurativos aparecidos en obras de Pieter Bruegel y de El Bosco, donde se asiste también a esta invasión de criaturas simbólicas.
Como La masía, el Carnaval del Arlequín es una obra detallista que exige una lectura detenida. Los colores, sobre todo los primarios, obedecen también a esta lectura detallada y participan igualmente de la unidad armónica del cuadro aportando más dinamismo a la obra.
Un dibujo preparatorio conservado en La Fundación Miró de Barcelona pone de manifiesto la preocupación del artista por la composición de todos y cada uno de los motivos, aparentemente dispuestos de forma inconexa y arbitraria, pero que en cambio siguen una estructuración completamente tradicional. En este cuadro reelabora elementos figurativos aparecidos en obras de Pieter Bruegel y de El Bosco, donde se asiste también a esta invasión de criaturas simbólicas.
Como La masía, el Carnaval del Arlequín es una obra detallista que exige una lectura detenida. Los colores, sobre todo los primarios, obedecen también a esta lectura detallada y participan igualmente de la unidad armónica del cuadro aportando más dinamismo a la obra.
Joan Miró es un pintor catalán que empezó a pintar a finales del siglo XIX con influencias del impresionismo tardío; luego tuvo una etapa fauvista (amistad con Picabia) y también cubista, para centrarse luego en el surrealismo en el París de los años veinte. Sus creaciones están formadas por asociaciones fantásticas,
signos simbólicos, ondulaciones y curvas que imponen a su obra un carácter
rítmico y festivo; Miró se acerca al mundo de los sueños de forma infantil, en
un proceso de desaprendizaje que pasa de un dibujo preciso a una reducción de
formas y líneas sencillas y de las figuras a los signos con un trazo ingenuo e
infantil . Este estilo tan propio
aparece en todas sus obras con una constante de vivos colores, estrellas,
lunas, filamentos, repitiéndose hasta la saciedad, llenos de lirismo y
emotividad.
En los años
treinta su pintura se hace radical y proclama querer asesinar la pintura, se
trata de la Etapa
de las Pinturas Salvajes. Aparecen nuevas experimentaciones y elabora
objetos poéticos con materiales de desecho con paradójicas asociaciones,
incluso collages, como El Personaje. Coincidiendo con la Guerra Civil y la
II Guerra Mundial, Miró protesta contra el
fascismo y hace cuadros llenos de dolor y sufrimiento, con figuras agresivas y feroces envueltas en un color radical y agrio, como en Naturaleza muerta con zapato viejo. Durante la II
Guerra mundial pinta la serie de las Constelaciones, donde Miró pinta su universo formado por un
microcosmos donde burbujean figuras de animales y vegetales, estrellas,
círculos, líneas en una perfecta armonía cromática creada por sugestión de la
música. A partir de estas Constelaciones se inició el reconocimiento
internacional de su pintura. Luego vuelve a experimentar con pinturas lentas y
pinturas espontáneas, composiciones sencillas y de colores primarios, que conducen a la abstracción, a la pura esencialidad.
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Para terminar, este curioso video del Carnaval de Arlequín en movimiento, hasta completar el cuadro:
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Para terminar, este curioso video del Carnaval de Arlequín en movimiento, hasta completar el cuadro: