En esta entrada no abordaremos el estudio de los grandes maestros de la pintura sevillana del siglo XVII, Zurbarán, Velázquez y Murillo, sino el resto de pintores sevillanos de menos renombre, pero también excelentes pintores, maestros, discípulos y coetáneos de esas grandes figuras.
El siglo XVII es el llamado Siglo de Oro de la pintura española. En él se muestran las personalidades más fuertes del arte nacional, aunque como sucede en la escultura, puede subrayarse la limitación que supone la carencia casi total de pintura profana, mitológica especialmente, y de la sensualidad barroca italiana, al no existir otra clientela que la religiosa, y sobre todo la monástica. Salvo en la Corte, la actividad de nuestros pintores va ligada a lo devocional, y si en algunos casos es evidente la intensidad con que se acierta a expresar el apasionado fervor contrarreformista, apoyado en la realidad sensible, en otros puede reconocerse una cierta monotonía y el frecuente recurso de apoyarse en composiciones ajenas, aprovechando los modelos que suministran las estampas flamencas e italianas.
El siglo XVII es el llamado Siglo de Oro de la pintura española. En él se muestran las personalidades más fuertes del arte nacional, aunque como sucede en la escultura, puede subrayarse la limitación que supone la carencia casi total de pintura profana, mitológica especialmente, y de la sensualidad barroca italiana, al no existir otra clientela que la religiosa, y sobre todo la monástica. Salvo en la Corte, la actividad de nuestros pintores va ligada a lo devocional, y si en algunos casos es evidente la intensidad con que se acierta a expresar el apasionado fervor contrarreformista, apoyado en la realidad sensible, en otros puede reconocerse una cierta monotonía y el frecuente recurso de apoyarse en composiciones ajenas, aprovechando los modelos que suministran las estampas flamencas e italianas.
Se podría dividir el siglo en tres grandes períodos: la primera mitad, los años centrales con los grandes maestros y la segunda mitad. Es un siglo pródigo en pintores pero este siglo termina por agotamiento a fines del XVII y habrá que esperar a la segunda mitad del XVIII para encontrar a otro gran maestro: Goya.
La primera mitad del siglo se caracteriza por el realismo y el tenebrismo, de influencia directamente italiana. Los focos más importantes son Castilla, con la corte de Madrid y Toledo como centros, Andalucía con Sevilla, y Valencia. En este momento, las novedades del realismo y la iluminación nocturna que ya habían empezado tímidamente en El Escorial, invadirán toda España y se enriquecerán por la aportación caravaggiesca. El foco más definido de esta primera mitad es el Valenciano, el cual arranca ya del siglo anterior con Ribalta y Ribera. En los años centrales del siglo aparecen los más grandes pintores: es la época de Zurbarán, Alonso Cano y Velázquez.
En la segunda mitad o Barroco pleno cambia el gusto pictórico. La difusión de los modelos flamencos rubenianos, y el nuevo sentido, más triunfal, opulento y colorista, que la iglesia difunde, cambia por completo el tono de la pintura española, que de realista y tenebrista pasa al colorismo luminoso y al optimismo teatral del pleno barroco. Ahora la composición es mucho más teatral, el dibujo diluido y evanescente, con pincelada suelta y vaporosa. Pero falta en España casi por completo ese clasicismo que hemos visto en Italia y Francia. En este período, la importancia de Valencia casi desparece, y sólo Madrid (Velázquez) y Sevilla (Murillo y Valdés Leal) crean escuelas de primer orden.
Juan de Valdés Leal. Asunción de la Virgen. Óleo sobre lienzo. 1659. National Gallery. Whasington.
El descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo fue muy significativo para la ciudad, de Sevilla que se convertiría en el puerto de salida europeo hacia América. Era una ciudad cosmopolita y universal. Sevilla se convierte en el primer puerto en el comercio, principalmente con Inglaterra, Flandes y Génova. El Puerto de Indias de Sevilla pasó a ser el principal puerto de enlace con América manteniendo un monopolio artificial como vía de entrada y salida de las Indias mediante un asiento otorgado por decreto real y la fundación de la Casa de la Contratación y Sevilla pasa a ser la ciudad española más poblada a finales del XVI, superando los 100.000 habitantes. Pero en el siglo XVII y Sevilla cae en una profunda decadencia económica y urbana. Se sospecha que en la gran epidemia de peste de 1649 murieron aproximadamente 60.000 personas, casi el 50% de la población existente, pasando Sevilla de 130.000 a 70.000 habitantes, lo que unido al descenso de la llegada de metales preciosos procedentes de América, hacen que la ciudad sufra una crisis exonómica galopante.También en esta época el espíritu contrarreformista transforma a Sevilla en una ciudad-convento. Sin embargo, en el terreno artístico es el siglo de Sevilla: el arte barroco, a menudo religioso, florece en pintura con nombres como Valdés Leal, Pacheco, Velázquez, Murillo y Zurbarán, y en escultura con Martínez Montañés, Luis Roldán y Juan de Mesa. De esta época datan un gran número de iglesias y retablos así como muchas de las imágenes, pasos y costumbres de la Semana Santa sevillana.
Plano de la ciudad de Sevilla en el siglo XVII.
Muy importante para la ciudad fue que en 1660 Murillo funda una Academia de Dibujo en Sevilla, en colaboración con Francisco de Herrera el Mozo. Los dos artistas compartieron la presidencia durante el primer año de funcionamiento de esta escuela en la que los aprendices y los artistas se reunían para estudiar y dibujar del natural, por lo que se contrataron modelos. La presidencia de la Academia será abandonada por Murillo en 1663, siendo sustituido por Juan de Valdés Leal. En dicha academia se formaron gran parte de los pintores sevillanos de finales de siglo.Primera mitad del siglo: el Naturalismo
Los máximos representantes de la pintura barroca del siglo XVII están relacionados en su mayoría con la ciudad de Sevilla, por ser esta ciudad la de mayor población de la Península y concentrar en su puerto el comercio de las Indias. En Sevilla trabajaron varios de los pintores que señalamos como protagonistas de la transición entre el Manierismo y el Barroco y que incorporaban el naturalismo al tiempo que se aferraban a otros elementos de influencia italiana.
Juan de Roelas. Martirio de San Andrés. Óleo sobre lienzo. 1612. Museo de Bellas Artes. Sevilla.
La relativa renovación la representa Juan de Roelas, que había estado en Italia y sentía devoción por el arte veneciano. A él se debe la introducción de un tipo de grandes cuadros de altar, típicamente contrarreformistico, donde se presentan dos planos bien diferenciados, el terrenal, con tipos realistas, vulgares y cotidianos, y el celestial, lleno de luminosos resplandores. Buena muestra de ello es su Martirio de San Andrés para el Convento de la Merced de Sevilla. Sin embargo, Roelas no se interesa apenas por los efectos tenebristas y sus pincelada suele ser suelta y esponjosa, así como su color rico y dorado. Al tiempo, se convertía en un estupendo retratista de la vida cotidiana, completando sus composiciones sobre temas sagrados con elementos absolutamente vulgares y de la vida diaria, que fueron muy criticados por otros pintores del momento. Roelas supo mezclar la fuerza con la dulzura, añadiendo el estudio del natural, por lo que se le considera la transición entre el artificio del Manierismo y la realidad naturalista del primer Barroco español. Otras obras suyas son Santiago en la batalla de Clavijo, La Sagrada Familia con Santa Ana y San Joaquín y La resurrección de Santa Leocadia.
Francisco Pacheco. El juicio final. Óleo sobre lienzo. 1611. Museo Goya de Castres (Francia).
Francisco Pacheco (1564-1644), más conocido por ser suegro de Velázquez y como autor de un tratado “Arte de la pintura”, así como habitual policromista de Martínez Montañés. es un pintor mediocre, pero curioso por haber realizado algunas decoraciones de carácter humanista, alegórico en la tradición renacentista, a la vez que cuadros piadosos. Su obra se caracteriza por un manierismo de corte académico de influencia del arte italiano y flamenco. Sigue las formas de los grandes maestros, pero representa las figuras y ropajes con una dureza estática. No evolucionó demasiado y es valorado como buen dibujante y modesto pintor. Sin embargo, dada su dedicación al estudio, análisis y explicación del arte, Pacheco influyó mucho en la iconografía de la época. Entre sus lienzos destacan El juicio final, los Desposorios místicos de Santa Inés y los Frescos de la Casa Pilatos de Sevilla.
Francisco Herrera el Viejo (1590-1656) es un pintor de mal carácter, violento y rudo, que se traduce en su pintura, hecha con energía, con la pincelada pastosa y enérgica, y en el gusto por los tipos vulgares. Sin embargo, y lo mismo que Roelas, no le preocupan los contrastes tenebristas y su realismo es más bien parcial y de detalles, pues las composiciones, con frecuencia desmañadas, siguen en relación con el último manierismo. No obstante, tal vez fuera su atrevimiento lo que mejor enlazó con el dramatismo intenso que rezumaba la obra de la corriente caravaggesca.Presta especial interés a la investigación de los aspectos psicológicos (San Buenaventura recibe el hábito de san Francisco o La curación de San Buenaventura niño por San Francisco).
Francisco Herrera el Viejo. La curación de San Buenaventura niño por San Francisco. Óleo sobre lienzo. 1628. Museo del Louvre. París.
Los años centrales del siglo: los grandes maestros
En la Sevilla del primer tercio del siglo XVII se educan tres de las más grandes figuras de la pintura española de todos los tiempos: Zurbarán, Alonso Cano y Diego de Velázquez.
Alonso Cano (1601-1667) nació en Granada pero se formó en Sevilla, en el taller de Francisco Pacheco, donde coincidió algún tiempo con Velázquez, al mismo tiempo que se formaba como escultor con Martínez Montañés. Aunque sus obras de juventud son de carácter tenebrista muy marcado, al pasar a Madrid, protegido por el Conde-Duque de Olivares, entra en contacto con las colecciones reales, y a la vez que estudia la pintura veneciana, se despierta en él un deseo de equilibrio y de belleza que le convierte, junto con Velázquez, en la más clásico de nuestros pintores del barroco. Sus temas son siempre religiosos, apenas tocando el tema profano. Amigo de las formas idealizadas, rehuye del realismo, y se complace en lo delicado, bello y gracioso. Fue un creador de tipos femeninos que repetirá de forma ininterrumpida, en los que busca una belleza plástica y una feminidad infantil. De su época madrileña es el famoso Milagro del Pozo, en el que San Isidro rescata a su hijo, y cuya factura responde al colorido realista usual en Cano. En La Virgen y el Niño queda definido el tipo propio de su ideal femenino destacando ante un paisaje de luz mortecina. En su regreso a Granada pinta La Inmaculada y Los gozos de María para la Capilla mayor de la Catedral de Granada, añadiéndose aquí un innegable valor escultórico al carácter idealizado de su prototipo.
Alonso Cano. Inmaculada. Óleo sobre lienzo. 1653-57. Museo de Bellas Artes. Granada.
La segunda mitad del siglo: el pleno barroco
La segunda mitad del siglo, y especialmente el último tercio, bajo el reinado de Carlos II, vive una transformación completa en cuanto a la pintura. A la influencia italiana, naturalista y tenebrista de la primera mitad, sucede un predominio de lo flamenco, dinámico y colorista, con un sentimiento de brillo y riqueza que contrasta aparentemente con la realidad de la dura decadencia española. El barroco decorativo en España tiene que ser una especie de telón vistoso que disimule la fragilidad de la estructura económica del país y sostenga, a duras penas, una apariencia de riqueza. Es significativo que junto al aspecto triunfal de las decoraciones y la alegría del color, es este período el que ve también el auge de ciertos temas, como el bodegón de vanitas (lo caduco) o los lienzos pesimistas de Valdés Leal, que señalan directamente la amargura, el desengaño y la vanidad de los caducos bienes del mundo.
Pero en general, la influencia de lo flamenco, de Rubens y Van Dyck, fundida con la tradicional devoción de lo veneciano, produce obras de una belleza de color y de una ligereza de ejecución que cuentan entre lo más notable de la época en toda Europa. Se desarrolla también un tipo de pintura mural, y de bóvedas, nuevo por completo en España. En cuanto a escuelas, sólo destacan los núcleos de Madrid y Sevilla.
Juan Valdés Leal (1622-1695) es cordobés de nacimiento y aprende pintura en el taller de Antonio del Castillo. Es un hombre violento, apasionado y desigual, que desdeña por completo la belleza y se interesa exclusivamente por la expresión. La obra de Juan de Valdés Leal manifiesta ya desde el principio un estilo absolutamente barroco, marcadamente naturalista y con tendencia al tenebrismo, con dibujo contundente, un colorido fuerte y poco matizado y unos volúmenes monumentales. Posee una particular sensibilidad pictórica inclinada hacia lo dramático, con gran ligereza de toque y un especial interés por la expresividad, que protagoniza sus composiciones en detrimento de la belleza y la corrección formal, pero con un vivo sentido del movimiento, brillante colorido y dramática iluminación.
A pesar de ser contemporáneo de Murillo, su temperamento era completamente opuesto; Valdés Leal, nervioso y violento, se dejaba seducir más por el movimiento desenfrenado y por la expresión, por el sentido de un exagerado dramatismo y un intenso colorido, que por la dulzura y el costumbrismo burgués de aquel.
Magnífico colorista, desprecia el dibujo y comete con frecuencia incorrecciones que sólo la belleza del color y de la materia pictórica consiguen hacer perdonar. Busca siempre motivos dinámicos y violentos, con mucho movimiento, que resuelve, no con alardes de perspectiva y escorzos, sino con remolinos de color. Siempre vivió alejado de la corte y ocupado en satisfacer a una clientela ávida de pintura religiosa. A este género pertenecen sus largas series, como las del Monasterio de San Jerónimo de Buenavista (Sevilla), o los Retablos de la Iglesia de San Francisco de Córdoba. Sin embargo, la insistencia, en algunas de sus obras, en temas tétricos, le han hecho el más significativo equivalente de la literatura ascética del desengaño.
A pesar de ser contemporáneo de Murillo, su temperamento era completamente opuesto; Valdés Leal, nervioso y violento, se dejaba seducir más por el movimiento desenfrenado y por la expresión, por el sentido de un exagerado dramatismo y un intenso colorido, que por la dulzura y el costumbrismo burgués de aquel.
Magnífico colorista, desprecia el dibujo y comete con frecuencia incorrecciones que sólo la belleza del color y de la materia pictórica consiguen hacer perdonar. Busca siempre motivos dinámicos y violentos, con mucho movimiento, que resuelve, no con alardes de perspectiva y escorzos, sino con remolinos de color. Siempre vivió alejado de la corte y ocupado en satisfacer a una clientela ávida de pintura religiosa. A este género pertenecen sus largas series, como las del Monasterio de San Jerónimo de Buenavista (Sevilla), o los Retablos de la Iglesia de San Francisco de Córdoba. Sin embargo, la insistencia, en algunas de sus obras, en temas tétricos, le han hecho el más significativo equivalente de la literatura ascética del desengaño.
Juan Valdés Leal. In ictu oculi. Óleo sobre lienzo. 1672. Hospital de la Caridad. Sevilla.
Fue amigo del famoso Don Juan de Mañara, autor del Discurso de la Verdad, tratado ascético donde se describe la muerte con realidad estremecedora. Valdés Leal decide ilustrarlas en el Hospital de la Caridad de Sevilla, donde quedan en dos grandes alegorías de los fines últimos, macabras alegorías del Barroco más duro que fascinaron a los románticos. Son obras llenas de melodramática teatralidad y con una severa y clara intención moralizante, que contrastan, en el mismo templo, con algunas de las más delicadas obras de Murillo. Una de ellas es In Ictu Oculi, donde un esqueleto como símbolo de la muerte, dirige su gesto hacia el espectador como indicándonos el mundo bajo sus pies, el ataúd bajo el brazo, la guadaña y la mano que apaga la luz de la vida. Una alegoría de la muerte poderosa y macabra. La otra alegoría es Finis Gloriae Mundi. En un marco de medio punto, una cripta nos muestra la putrefacción del cuerpo de un obispo y un caballero de la Orden de Calatrava, como dando a entender que hasta los grandes hombres más ricos se descomponen ante la muerte. Una balanza muestra el equilibrio entre los vicios y las virtudes, la sabiduría personificada en el búho observa el fin de las vanidades de este mundo. La muerte en su aspecto más corpóreo está interpretada con un realismo que impresiona y repele a la vez. La maestría de la composición, la factura, así como el colorido son admirables.
Francisco Herrera el Mozo. Triunfo de San Hermenegildo. Óleo sobre lienzo. 1654. Museo
del Prado. Madrid.
Francisco Herrera el Mozo (1622-1685) era hijo del pintor Francisco Herrera. Marchó pronto a Italia, al no poder soportar el mal carácter de su padre. Allí aprende la técnica del frasco del barroco decorativo y es influido por la pintura veneciana en la aplicación del color y el tratamiento de la luz. Todo ello influyó en su pincelada suelta y el dinamismo de sus composiciones. De regreso a España, en Sevilla fue copresidente de la Academia Sevillana con Murillo. Luego se trasladó a Madrid donde fue pintor y arquitecto de corte de Carlos II. Sus obras más destacadas son El Triunfo de San Hermenegildo y la Apoteósis de la Eucaristía para la Catedral de Sevilla. Ni que decir tiene que el estilo de Murillo es de más fácil y agradable imitación, y así, sus discípulos y seguidores forman legión. El más conocido es Pedro Núñez de Villavicencio (1644-1695), que hizo también algunas escenas callejeras de pilluelos de carácter realista, como Aguador ambulante o Niños jugando. Participó en la fundación de la Academia de Sevilla, junto a Murillo y Herrera el Mozo y fue caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, al ser de recia familia hidalga.
Bibliografía:
-- Bérchez, Joaquín y Gómez-Ferrer, Mercedes: "Arte del Barroco". Historia 16. Col. Conocer el arte, 7. Madrid, 1998.
Gállego, Julián: "Visión y símbolos de la pintura española de los siglos de oro". Madrid, 1984.
-- Valdivieso, Enrique: "Pintura barroca sevillana". Guadalquivir. Sevilla, 2003.
-- Wikipedia.
Y para terminar, dos videos, uno sobre la pintura barroca sevillana y el otro sobre Alonso Cano: