Honoré Daumier. El vagón de tercera clase. Óleo sobre lienzo. 1862. National Gallery of Art. Ottawa.
Hijo de un vidriero marsellés con ambiciones de poeta, el joven Honoré Daumier (1808-1879)
se vio obligado a interrumpir sus estudios muy pronto para ganarse la
vida. Con sólo doce años Honoré comenzó a trabajar como mensajero
de un ujier en el Tribunal de Justicia y, más tarde, fue empleado como
asistente en la librería Delaunay del Palacio Real. Allí conoció los distintos carácteres de las personas, los problemas de las familias, que luego le sirvieron para caracterizar sus personajes. De forma paralela,
Daumier empezó a tomar clases en una academia de dibujo donde,
inmediatamente, Alexandre Lenoir, ilustre fundador del Museo de
Monumentos Francés, reconoció al joven su capacidad.
Aunque tal vez menos voluntaria que perentoria, la precocidad de Daumier se sumó a sus habilidades artísticas, dando como resultado, por una parte, un profundo conocimiento de las diferentes clases sociales que se interrelacionaban en su propio medio y, por otra, una gran capacidad de observación para retenerlas y reproducirlas. Así se especializó en xilografía y en la ilustración de anuncios publicitarios. Trabajó en varios periódicos y revistas como caricaturista, alcanzando gran renombre por sus dibujos y grabados mordaces, llenos de sátira y crítica social. Abandonó la sátira política tras la Revolución de 1848, apasionándose por la pintura, con un estilo muy influencidado por Delacroix, además de Corot y Theodore Rousseau, con un dibujo directo y apenas retocado. Daumier fue un dibujante de gran talento y muy prolífico, ya que realizó alrededor de 4000 litografías, 300 dibujos y 200 pinturas. Hizo también esculturas de escayola (yeso) y bronce para utilizar como modelos de sus dibujos de diferentes personas; hoy son muy valoradas por coleccionistas y galerías.
Los temas, frecuentemente, son de tipo costumbrista reflejando tanto el aspecto de marginación como el de la revuelta social, así como la defensa de la causa republicana y la lucha contra el orden establecido. Es, junto a Courbet y Millet, el más grande representante del realismo social, que denuncia y critica la explotación de la clase obrera.
Fue especialmente crítico con la monarquía de Luis Felipe de Orleans, al que le hizo caricaturas como Gargantúa (el gigante legendario de la obra de Rabelais), lo que le valió a Daumier seis meses de cárcel. Los personajes de sus obras son los héroes anónimos de la sociedad industrializada, los que lo pasan mal y son explotados por los burgueses: obreros industriales, mujeres explotadas, emigrantes, campesinos, presos, mendigos... Y se destaca en varias de sus obras un matiz subversivo, llamando al levantamiento de los explotados. Sus cuadros se caracterizan por el dibujo incisivo y vigoroso: las figuras están trazadas a base de perfiles sinuosos y cortantes, con aspecto caricaturesco, de gran expresividad. Su profundo realismo coincide con unos fuertes juegos de luz y sombra lo que le convierte en un predecesor del expresionismo. Todo ello puede apreciarse en lienzos como La libertad de imprenta, La República, Los emigrantes, La lavandera o Motín.
Esta condición de lucidez y sensibilidad es la que más adelante le permitió llevar a cabo obras de arte como El vagón de tercera clase (Le Wagón de Troisiéme Classe), que hoy traemos a estudio. Hay que decir que de esta obra hace varias versiones con el mismo encuadre ambiental, aunque cambiando ciertos personajes, tal vez porque algunas están inacabadas. La más conocida es la que encabeza; se encuentra en la National Gallery de Ottawa. La otra versión pertenece a la colección Oskar Reinhart en Winterthur (Suiza).
Ante todo, Honoré Daumier era un agudo crítico. Prestigioso y ácido caricaturista, fue, posiblemente, el primero de los artistas que se sirvió de medios de comunicación masivos, como revistas satíricas, para difundir su mensaje político de manera simultánea con su estilo pictórico. Dueño de una profunda conciencia social, en El vagón de tercera clase, como en gran parte de sus trabajos, el pintor marsellés desarrolla un tema reivindicativo de manera magistral: la dura vida de las clases populares en las grandes ciudades; se trata de campesinos, de gente del pueblo que toman el tren para encontrar una vida mejor en la ciudad.
La dosis de sordidez que Daumier aplica en esta obra a sus personajes genera en el espectador una sensación de ternura que contrasta profundamente con la sofisticación industrial del tren (vehículo que, a la vez, les sirve de escenario social y de fondo). Realizada entre 1862 y 1864, esta obra confirma la inclinación del pintor hacia las causas que promueven la igualdad. La naturaleza grotesca en los rasgos de sus personajes, es una característica desarrollada a través de su condición de eximio caricaturista, pero también el resultado de su gran admiración por la obra de Goya. En primer plano aparece una familia presidida por la anciana que porta una cesta; una joven madre amamantando a su retoño y un niño que duerme apoyado en su abuela completan el grupo familiar que se sitúa frente al espectador, como si éste viajara en el asiento contiguo. Tras el grupo, una masa heterogénea en la que abundan las chisteras (sombrero típico de los burgueses) y alguna mujer joven. Podría ser ésta una alusión a la prostitución, tan habitual en aquellos años de la Revolución Industrial, cuando las jóvenes de los alrededores de París abandonaban sus casas esperando encontrar un trabajo honesto y rentable que luego no existía, desembocando en el mundo del prostíbulo. Cada una de las figuras está individualizada, destacando sus gestos y expresiones, entre los que abundan la tristeza y el hastío.
La diferencia con la otra versión que reproducimos es que vemos en primer plano y en el centro, estratégicamente ubicado en la parte inferior de la tela, a un muchacho de clase popular durmiendo. A su izquierda, un hombre con las manos apoyadas sobre su bastón y el sombrero a su lado, medita en un gesto de fatiga que puede significar resignación o indolencia. A la derecha del muchacho, el hombre inflamado de altanería que lleva bombín, con la vista puesta en algo "más alto", parece soportar la situación de homogeneidad que le impone el vagón con histriónica arrogancia. En los asientos de detrás, el resto del pasaje convive sin apenas observarse: un hombre de sombrero de copa mira con entusiasmo el paisaje de fuera, lo mismo que la mujer que se halla frente a él pero sin establecer un diálogo entre ambos. La otra mujer de la escena tampoco parece interesada más que en sus propios pensamientos. Al fondo de la escena, a la derecha, un anciano con los ojos cerrados ha cedido al cansancio.
Podemos apreciar con claridad la manera de trabajar de Daumier; tras preparar la obra con dibujos previos, realizaba la composición definitiva en acuarela para trasladar más tarde al lienzo el resultado con la ayuda del sistema de cuadrícula que advertimos perfectamente en primer plano. Las figuras tienen sus contornos muy delimitados por una línea negra, procediendo más tarde a diluirla con pinceladas densas de otras tonalidades. La luz empleada recuerda a Rembrandt mientras que en el color existe una estrecha relación con el mundo Barroco que tanto admiraba el maestro. Pero el tema es totalmente contemporáneo, adhiriéndose al Realismo que defendía Courbet cuyo único objetivo era la observación directa del natural, copiando las costumbres y usos de la sociedad para mejorarla. El trazo contundente y dinámico, los contrastes pronunciados y el poder de síntesis de Daumier, dejan claro el porqué de la admiración que más tarde despertó en muchos expresionistas.
Aunque tal vez menos voluntaria que perentoria, la precocidad de Daumier se sumó a sus habilidades artísticas, dando como resultado, por una parte, un profundo conocimiento de las diferentes clases sociales que se interrelacionaban en su propio medio y, por otra, una gran capacidad de observación para retenerlas y reproducirlas. Así se especializó en xilografía y en la ilustración de anuncios publicitarios. Trabajó en varios periódicos y revistas como caricaturista, alcanzando gran renombre por sus dibujos y grabados mordaces, llenos de sátira y crítica social. Abandonó la sátira política tras la Revolución de 1848, apasionándose por la pintura, con un estilo muy influencidado por Delacroix, además de Corot y Theodore Rousseau, con un dibujo directo y apenas retocado. Daumier fue un dibujante de gran talento y muy prolífico, ya que realizó alrededor de 4000 litografías, 300 dibujos y 200 pinturas. Hizo también esculturas de escayola (yeso) y bronce para utilizar como modelos de sus dibujos de diferentes personas; hoy son muy valoradas por coleccionistas y galerías.
Los temas, frecuentemente, son de tipo costumbrista reflejando tanto el aspecto de marginación como el de la revuelta social, así como la defensa de la causa republicana y la lucha contra el orden establecido. Es, junto a Courbet y Millet, el más grande representante del realismo social, que denuncia y critica la explotación de la clase obrera.
Fue especialmente crítico con la monarquía de Luis Felipe de Orleans, al que le hizo caricaturas como Gargantúa (el gigante legendario de la obra de Rabelais), lo que le valió a Daumier seis meses de cárcel. Los personajes de sus obras son los héroes anónimos de la sociedad industrializada, los que lo pasan mal y son explotados por los burgueses: obreros industriales, mujeres explotadas, emigrantes, campesinos, presos, mendigos... Y se destaca en varias de sus obras un matiz subversivo, llamando al levantamiento de los explotados. Sus cuadros se caracterizan por el dibujo incisivo y vigoroso: las figuras están trazadas a base de perfiles sinuosos y cortantes, con aspecto caricaturesco, de gran expresividad. Su profundo realismo coincide con unos fuertes juegos de luz y sombra lo que le convierte en un predecesor del expresionismo. Todo ello puede apreciarse en lienzos como La libertad de imprenta, La República, Los emigrantes, La lavandera o Motín.
Honoré Daumier. El vagón de tercera clase. Óleo sobre lienzo. 1862-1866. Colección Oskar Reinhart. Winterthur (Suiza). Metropolitam Museum of New York.
Esta condición de lucidez y sensibilidad es la que más adelante le permitió llevar a cabo obras de arte como El vagón de tercera clase (Le Wagón de Troisiéme Classe), que hoy traemos a estudio. Hay que decir que de esta obra hace varias versiones con el mismo encuadre ambiental, aunque cambiando ciertos personajes, tal vez porque algunas están inacabadas. La más conocida es la que encabeza; se encuentra en la National Gallery de Ottawa. La otra versión pertenece a la colección Oskar Reinhart en Winterthur (Suiza).
Ante todo, Honoré Daumier era un agudo crítico. Prestigioso y ácido caricaturista, fue, posiblemente, el primero de los artistas que se sirvió de medios de comunicación masivos, como revistas satíricas, para difundir su mensaje político de manera simultánea con su estilo pictórico. Dueño de una profunda conciencia social, en El vagón de tercera clase, como en gran parte de sus trabajos, el pintor marsellés desarrolla un tema reivindicativo de manera magistral: la dura vida de las clases populares en las grandes ciudades; se trata de campesinos, de gente del pueblo que toman el tren para encontrar una vida mejor en la ciudad.
La dosis de sordidez que Daumier aplica en esta obra a sus personajes genera en el espectador una sensación de ternura que contrasta profundamente con la sofisticación industrial del tren (vehículo que, a la vez, les sirve de escenario social y de fondo). Realizada entre 1862 y 1864, esta obra confirma la inclinación del pintor hacia las causas que promueven la igualdad. La naturaleza grotesca en los rasgos de sus personajes, es una característica desarrollada a través de su condición de eximio caricaturista, pero también el resultado de su gran admiración por la obra de Goya. En primer plano aparece una familia presidida por la anciana que porta una cesta; una joven madre amamantando a su retoño y un niño que duerme apoyado en su abuela completan el grupo familiar que se sitúa frente al espectador, como si éste viajara en el asiento contiguo. Tras el grupo, una masa heterogénea en la que abundan las chisteras (sombrero típico de los burgueses) y alguna mujer joven. Podría ser ésta una alusión a la prostitución, tan habitual en aquellos años de la Revolución Industrial, cuando las jóvenes de los alrededores de París abandonaban sus casas esperando encontrar un trabajo honesto y rentable que luego no existía, desembocando en el mundo del prostíbulo. Cada una de las figuras está individualizada, destacando sus gestos y expresiones, entre los que abundan la tristeza y el hastío.
La diferencia con la otra versión que reproducimos es que vemos en primer plano y en el centro, estratégicamente ubicado en la parte inferior de la tela, a un muchacho de clase popular durmiendo. A su izquierda, un hombre con las manos apoyadas sobre su bastón y el sombrero a su lado, medita en un gesto de fatiga que puede significar resignación o indolencia. A la derecha del muchacho, el hombre inflamado de altanería que lleva bombín, con la vista puesta en algo "más alto", parece soportar la situación de homogeneidad que le impone el vagón con histriónica arrogancia. En los asientos de detrás, el resto del pasaje convive sin apenas observarse: un hombre de sombrero de copa mira con entusiasmo el paisaje de fuera, lo mismo que la mujer que se halla frente a él pero sin establecer un diálogo entre ambos. La otra mujer de la escena tampoco parece interesada más que en sus propios pensamientos. Al fondo de la escena, a la derecha, un anciano con los ojos cerrados ha cedido al cansancio.
Podemos apreciar con claridad la manera de trabajar de Daumier; tras preparar la obra con dibujos previos, realizaba la composición definitiva en acuarela para trasladar más tarde al lienzo el resultado con la ayuda del sistema de cuadrícula que advertimos perfectamente en primer plano. Las figuras tienen sus contornos muy delimitados por una línea negra, procediendo más tarde a diluirla con pinceladas densas de otras tonalidades. La luz empleada recuerda a Rembrandt mientras que en el color existe una estrecha relación con el mundo Barroco que tanto admiraba el maestro. Pero el tema es totalmente contemporáneo, adhiriéndose al Realismo que defendía Courbet cuyo único objetivo era la observación directa del natural, copiando las costumbres y usos de la sociedad para mejorarla. El trazo contundente y dinámico, los contrastes pronunciados y el poder de síntesis de Daumier, dejan claro el porqué de la admiración que más tarde despertó en muchos expresionistas.
La obra ha tenido varias lecturas a lo largo de la historia. La
primera de ellas interpreta a la familia del primer plano con una
sagrada familia desacralizada, una representación de Santa Ana la Virgen
y el Niño como una familia de clase obrera. Por el contrario otra de
las versiones alude a una familia que se traslada a la ciudad sin figura
paterna, y en la parte posterior las jóvenes que aparecen junto a los
hombres de los sombreros harían referencia a las prostitutas jóvenes que
llegadas de los alrededores de las grandes ciudades se veían abocadas a
ejercer la prostitución como único modo de vida. Por lo tanto son las
dos vías a las que se veían empujadas las mujeres de la clase
trabajadora, trabajo o prostitución.
Charles Baudelaire, el crítico de arte más importante y el mejor poeta del siglo, admira imparcialmente en Daumier su compromiso moral y su dura polémica social, aunque no comparte sus opiniones políticas; lo admira porque hace un arte que tiene por objeto a la sociedad y lo hace no como espectador sino como combatiente, consiguiendo, sin embargo, que lo bello surja incluso al representar las peores lacras sociales. "Su dibujo está coloreado de manera natural, sus litografías y sus grabados en madera despiertan la idea del color. Su lápiz es algo más que el negro que sirve sólo para delimitar contornos, sugiere el color junto con el concepto, y es el signo de un arte superior".
Para conocer mejor la obra de Daumier os dejamos este video:
Charles Baudelaire, el crítico de arte más importante y el mejor poeta del siglo, admira imparcialmente en Daumier su compromiso moral y su dura polémica social, aunque no comparte sus opiniones políticas; lo admira porque hace un arte que tiene por objeto a la sociedad y lo hace no como espectador sino como combatiente, consiguiendo, sin embargo, que lo bello surja incluso al representar las peores lacras sociales. "Su dibujo está coloreado de manera natural, sus litografías y sus grabados en madera despiertan la idea del color. Su lápiz es algo más que el negro que sirve sólo para delimitar contornos, sugiere el color junto con el concepto, y es el signo de un arte superior".
Para conocer mejor la obra de Daumier os dejamos este video:
25 comentarios:
Buenos días, amigo Paco:
Nos ha parecido muy interesante el estudio que haces de Daumier, sin duda un pintor e ilustrador muy poco tratado habitualmente.
Desconocíamos que también había pasado un tiempo entre rejas, como Courbet, que si no recuerdo mal, se autorretrató mientras estaba en presidio.
En cuanto a la introducción del tema pictórico dentro de un vagón, me hace pensar en la influencia que pudo tener esta obra, porque en Sorolla encontramos dos obras sociales con un vagón como escenario ('¡Otra margarita!' y 'Trata de blancas'). No creo que haya una influencia directa, aunque sí pienso que Daumier dio validez a este espacio como escenario pictórico.
Gran post. Un saludo y que tengas un buen día.
No le conocía y me ha impresionado. el vídeo genial. Ya me quedo con la copla. Bss.
Olá.
Uma interessante história e um grande talento.
Teu blog traz sabedorias e ensinamentos da cultura valorizando sempre a arte.
Tenha um lindo domingo.
Um abraço.
Ivany
Su fijación por las "Gentes de la Justicia" y por los "Quijotes"...si, que deja entrever una cierta influencia de Goya.
A mí, me encanta: sobre todo por su realismo y por la agilidad con el trazo.
Un abrazo feliz domingo.
Por esa realidad cruda y por la técnica abrupta en el uso de los trazos y de los contrastes bruscos de luz, me recuerda mucho la técnica de los expresionistas, la exageración de lo real como motivo estético. En literatura el equivalente sería el "esperpento" valleinclanesco.
Un saludo.
Hoy nos trae a un artista con un gran talento para la sátira y que además era todo un temperamento, por lo que tengo entendido. Una buena aportación la suya, monsieur, porque me temo que no fue suficientemente valorado. Resulta de justicia contribuir a difundir su obra.
Feliz tarde de domingo
Bisous
La obra de Daumier refleja perfectamente la marginacion sufrida por una gran parte de la sociedad de su época.
Una interesante entrada.
Que tengas una buena semana
Me ha encantado este post. Quién sabe si dentro de poco los pintores no volverán a retratar escenarios que se parezcan a ese... Un abrazo, querido amigo.
Querido Paco, interesantísima entrada sobre un cuadro que encoge el corazón ,y me hago la misma pregunta que la amiga Isabel Barceló.
Mil bicos.
Muy interesante y documentada tu entrada sobre El vagón de tercera clase.
La verdad es que hablar de esta obra es realmente complicado pues Honoré Daumier realizó no solo dos versiones sino varias.
Como tu indicas la más conocida es la que figura en la National Gallery de Ottawa pero no es esa como indicas la que encabeza tu entrada sino la que figura en el Metropolitan de NuevaYork como pones debajo de dicha imagen. Ambos lienzos al óleo son exactamente iguales pero se diferencian en que la de Otawa es la que podríamos decir que es la buena pues la del Metropolitan está sin terminar. Se aprecia en las vestimentas de los personajes, Ambas se ajustan a una acuarela que representa el mismo motivo y que se encuentra en el Museo de Arte Walters de Baltimore. En este Museo hay otra acuarela con el mismo tema pero que se llama "El vagón de segunda clase"
Con respecto a la otra de Daumier denominada igual que las anteriores pero con distintos personajes existente en la Colección Oskar Reinhart creo que se trata de una acuarela y guache sobre papel.
Un cordial abrazo.
La del Metropolitan sigue la versión
Estos ni los conocía. Un besazo.
Impresionante este cuadro que retrata con fidelidad los viajes en tercera clase. Los rostros, las posturas y la vestimenta nos habla de gente que no lo está pasando muy bien.
Bss y buena semana
Hay muchos detalles para analizar en estas obras. Me gusta la temática de este pintor y la muestra de su compromiso, no podía ser menos que un poquito oscura, como los tiempos y no hay más lujo en ellas que la sabia mano del artista.
Buena semana. Un abrazo Paco
Una muestra más del valor inequívoco de este blog que tanto nos enseña.
Un abrazo.
Ejemplo muy claro del realismo crítico del siglo XIX, reflejo de las duras condiciones de las clases obreras que gestaron grandes descontentos y fuertes conflictos.
Buena semana!!
Buenos días Paco! estupendo post. A mi me recuerda "el vagón de tercera clase" de Daumier, a una pintura de Sorolla, "trata de blancas".
Feliz lunes!
Fantástico. El tren símbolo del progreso en el XIX pero también reflejo de las desigualdades sociales.
Me encanta el vagón de tercera clase.
Por aquí ando aprendiendo :)
Un saludo.
Su obra oscura denota gran sensibilidad, compromiso y denuncia. Gracias por compartirnos estos detalles interesantes de la obra de Daumier.
Un beso.
Es un pintor que entronca a la perfección con los incipientes movimientos obreros y con esa corriente literaria representada por Zola. Muy apropiada entrada para los tiempos que vivimos.
Un abrazo
Daumier, junto con Goya, representan el antecedente d elos reporteros gráficos, de esos testigos mudos d ela realidad social circundante presentada tal cual es, sin edulcorantes, haciendo patentes y denunciando los males de su propio tiempo.
Un saludo
Hola Paco:
Muy descriptivo sobre este cuadro, que refleja la época. No lo conocía. Un imagen que abre un hueco en el corazón.
Saludos
Impresionante esa capacidad crítico-humorística de Daumier para la sátira, denuncia o compromiso social.
Pero también para despertar esa ternura y apoyo a las clases más débiles de la sociedad del momento, como lo atestigua "El vagón de tercera clase". La primera versión que presentas me parece más impactante que la segunda (la conservada en Suiza), quizás por el acierto de incluir a esas dos mujeres, una de ellas con el bebé. En cualquier caso, en ambas versiones me ha impactado el chiquillo del primer plano: ese hastío y abatimiento vital del pequeño dota a las dos obras de gran dramatismo.
Gracias, Paco, por traer a este artista que he podido conocer mejor, con tus palabras y el excelente vídeo de sus obras que dejas.
Un fuerte abrazo.
La caricatura es un medio excelente para la denuncia social. Daumier pareció comprenderlo bien. Un abrazo Paco.
Un artista poco conocido , pero con una fuerza brutal, quien sabe si tal y como está el panorama, volvemos a esa estampa.
Saludos.
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