Sobre el milenarismo
“Nos
hallamos en presencia de una situación paradójica: a mediados del siglo X y
durante todo el siglo XI tenemos pruebas categóricas o señales importantes de
la creencia en el fin del mundo: en los años inmediatamente anteriores al año
mil y durante el año mil ya no las hay. Al parecer, el momento decisivo dejó
indiferentes a los hombres.
¿Debemos
creer, con Pfister, que lo que yo he llamado, con palabra un poco fuerte, un
poco dramática, la crisis del siglo X no era más que una pequeña y oscura
herejía, combatida con éxito por la Iglesia? ¿ Debemos creer que la obsesión
del fin del mundo o más bien el miedo al Juicio Final había acabado por
separarse del cálculo agustiniano del milenio, en fin, que se podía y hasta se
debía seguir leyendo el Apocalipsis de Juan y temiendo su terrible cumplimiento
sin adherirse a las doctrinas milenaristas?
No creo que
los terrores del siglo X se puedan interpretar como una herejía propiamente
dicha. La Iglesia ha podido tratarlos como tales, pero corresponden a un estado
de espíritu más o menos constante en ciertos estamentos de la Edad Media,
mientras que otros estamentos de la misma época pensaban, sentían y obraban de
otro modo.
En la
historia hay elementos racionales y elementos irracionales.
A los
primeros corresponden los fenómenos de estructura, las grandes combinaciones
políticas y económicas, ciertos movimientos bien definidos del pensamiento.
Los segundos nos hacen penetrar en regiones de
la vida humana mucho menos definidas, mucho menos fáciles de analizar, porque
los valores afectivos viven en el eterno crepúsculo de los instintos.”
FOCILLÓN,
H.: El año mil. Alianza. Madrid,
1966, p. 81 – 82.
La Iglesia frente al milenarismo
“Se
encuentra frecuentemente expresada la opinión de que la aparición y el
predominio de la disposición penitente y del estado de ánimo contrito y
ascético, en el siglo x, estaría en relación con el temor del fin del mundo y
la aparición del Anticristo, que, de acuerdo con la profecía del Apocalipsis,
se esperaba para el año 1000. Como testimonio de ello se hace valer también la
gran difusión que en el siglo X tuvieron los manuscritos ilustrados del
Apocalipsis, sobre todo en la redacción comentada por el monje español Beato de
Liébana en la segunda mitad del siglo VIII. Pero no se ha podido aducir un
testimonio decisivo de tal relación y de que una gran parte del Occidente
esperase con una emoción violenta el fin del mundo. Antes bien, varios motivos
apuntan contra tal idea. He indicado ya cómo del estado de desesperanza,
motivado por las circunstancias espantosas que siguieron a la disolución del
imperio carolingio, nació el pensamiento de renovación unido a una disposición
de ánimo fundamentalmente contrita y ascética. Hay testimonios en las fuentes
de que Odón de Cluny señalaba en sus prédicas los signos de los tiempos que
anunciaban la proximidad del Anticristo, y lo mismo oímos de otros puntos; de
modo que debe admitirse que hacia la mitad del siglo en varios círculos se pensaba
en la proximidad del fin del mundo. Pero estos anuncios son tan esporádicos y
encontraron una tan fuerte oposición por parte de la Iglesia, que no es posible
admitir el punto de vista de que el temor al fin del mundo haya jugado un papel
considerable en la vida espiritual de la época.”
WEISBACH,
W. Reforma religiosa y arte medieval.
Espasa, Madrid 1949, p. 33 – 34.
Cluny y el culto a las reliquias
“Después de
la perturbación y el desorden en que había caído el arte durante la confusión
que siguió a la ruina del imperio carolingio, era para él de la mayor
importancia que la renovación religiosa representada por el monacato no
degenerara, con sus aspiraciones ascéticas, en un movimiento de pobreza y que
no defendiera ningún principio que fuera hostil al hacer artístico. Aunque la
regla benedictina exigía de los monjes de Cluny la renuncia a toda propiedad
privada, sin embargo, el monasterio, la comunidad religiosa, no estaba obligada
a renunciar a la propiedad. Por el contrario, para el monasterio se deseaba el
aumento de las posesiones, de la riqueza, que proclamaba su poderío y
esplendor.
De lo que dice el cluniacense Rodulfo Glaber aprendemos que, para
él, la piedad y la riqueza monacal no estaban en contradicción; que, por el
contrario, veía en el acrecimiento y riqueza de las posesiones conventuales una
recompensa de la estrechez de la vida monacal. Se sabía también distinguir
entre una actitud personal de humillación y ascetismo y un homenaje y
glorificación de lo santo por la magnificencia y el arte. Esta misma concepción
es la que representa al gran abad y constructor Suger de Saint-Denis; severo
asceta en su vida privada, buscó lo más rico y esplendoroso para dotar a la
iglesia y monasterio que presidía. En relación con el brillante adorno de las
iglesias, no hubo, después de la reforma, modificación del punto de vista que
hemos visto mantenido por los Libri
Carolini.
Al decir
que con el movimiento de reforma iba pareja la exaltación, llevada al más alto
grado, del culto a las reliquias con la implantación de la Paz de Dios, debe
entenderse que el monacato y la Iglesia querían, por medio de ambas, atraerse a
las masas populares. El culto de las reliquias trajo como consecuencia anudar
más estrechamente el lazo entre la Iglesia y el mundo laico. Por las reliquias
se presentaba lo santo al pueblo en forma visible y como una fuerza que actuaba
mágicamente. Monasterios e iglesias rivalizaban por conseguir la posesión de
reliquias, y como consecuencia del aumento de personas proclamadas santas se
añadían continuamente reliquias nuevas a las tradicionales.”
WEISBACH,
W. Reforma Religiosa y Arte Medieval.
Espasa, Madrid 1949, p. 31.
La visión de San Juan
“Y vi un trono colocado en medio del cielo, y sobre el trono,
uno sentado. El que estaba sentado parecía semejante a la piedra de jaspe y a
la sardónica; y el arco iris que rodeaba el trono parecía semejante a una
esmeralda. Alrededor del trono vi otros veinticuatro tronos, y sobre los tronos
estaban sentados veinticuatros ancianos vestidos de vestiduras blancas y con
coronas de oro sobre su cabeza.
[...] Y delante del trono había como un mar de
vidrio semejante al hielo, y en medio del trono y en rededor de él cuatro
vivientes llenos de ojos, por delante y por detrás. El primer viviente era
semejante aun león, el segundo semejante a un toro; el tercero tenía semblante
como de hombre, y el cuarto era semejante aun águila voladora.”
Apocalipsis de San Juan,
4:3-4,6-7
El demonio
“[El
demonio] era de corta estatura, tenía el cuello picado de viruela, rostro
demacrado, ojos muy negros, frente rugosa y crispada, mentón escaso y muy
estrecho, barba de macho cabrío, orejas peludas y afiladas, cabello rizado y
enmarañado, dientes de perro, cráneo puntiagudo, pecho abombado, jorobado y
nalgas temblequeantes...”
Raoul
GLABER, 1044.
ARQUITECTURA
La
arquitectura del primer románico
“Las más de
las veces el aspecto exterior de una iglesia con tres naves del primer románico
es sucinto y sin acento: cuatro paredes y encima un amplio tejado a dos
vertientes. Simples sus dos lados menores, con grandes frontones triangulares,
y delante, en la parte oriental, tres ábsides. Ventanas en arco de medio punto
y un portal. Eso es todo.
En el
interior, dos filas de arcos que cargan sobre apoyos, y sobre ellos tres largas
bóvedas de cañón paralelas. Nada de planta superior que realce la nave central,
nada de luz que entre desde arriba. La luz viene de los huecos en los muros
exteriores, atravesando las dos naves laterales, igualmente filtrada y
atenuada. Las ventanas abren bajo la línea de arranque de las bóvedas, con lo
que éstas quedan oscuras, constituyendo más bien zonas de sombra que evidentes
coberturas del espacio interior. En todo caso, las bóvedas de piedra cargan
como pesadas techumbres sobre muros y arcos. Las naves aparecen como de igual
altura, si bien por ser más ancha la nave central sea el arco de medio punto de
su bóveda algo más ancho y alto que el de las naves laterales. Las pequeñas
ventanas de los ábsides, situados en la parte oriental, solo por la mañana
permiten el paso de luz clara, y ya pasado el mediodía o durante la tarde los
rayos del Sol entran desde poniente en sentido paralelo a las paredes, arcos y
bóvedas. A su reflejo se ve entonces la primitiva y tosca mampostería de
piedra, que si bien hoy está «descubierta», hemos de pensar que estuvo siquiera
fuese burdamente enlucida”.
KUBACH, H. Arquitectura románica. Aguilar. Madrid,
1989, p. 72–73.
El templo románico, imagen del cosmos
“Pasamos al
orden de las estructuras cósmicas. Por muy lejos que nos remontemos en el curso
de los milenios, innumerables testimonios muestran que el hombre ha considerado
espontáneamente el techo de sus construcciones como un sustituto de la bóveda
celeste. Las creencias de los pueblos primitivos, sus leyendas o prácticas
rituales, atestiguan que usaban constantemente ese simbolismo. Las grandes
religiones, las civilizaciones más evolucionadas, las de China, India y Egipto,
multiplican también sobre la bóveda de sus templos o de sus salas funerarias
los frescos simbólicos del cielo.
Estas concepciones las encontramos asimismo en la antigüedad clásica, ya sea en
Grecia, en Etruria o en Roma. El cristianismo las hizo suyas, y el arte
bizantino nos ofrece, en este sentido, ejemplos célebres y particularmente
expresivos. Desde el siglo V, las iglesias basilicales habían representado en
sus cúpulas el cielo estrellado, los ángeles u otros símbolos celestes, como el
tetramorfos. El ejemplar más bello
es quizá el mausoleo de Gala
Placidia, en Ravena (siglo v); hay que recordar también a San Apolinar in
Classe (siglo VI), en esta misma ciudad, el baptisterio de Soter, en Nápoles, la basílica de Casaranello, etc.
El arte
románico se sitúa en la misma línea. La decoración de sus cúpulas, de sus ábsides
y de las bóvedas de éstos evocarán
con preferencia visiones celestiales, y, en primer lugar, a Cristo, que aparece
en Majestad sobre el arco iris o sobre las nubes, rodeado de ángeles, de
serafines, de santos glorificados. Volveremos sobre esto al estudiar el tetramorfos.
Esta iconografía hace pensar ya que este cielo y esta tierra son distintos del
cielo y de la tierra de nuestra cosmología científica moderna.”
CHAMPEAUX,
G. de y STERCKX, S.: Introducción a los
símbolos. Encuentro. Madrid, 1984, p 173.
Cabecera de la Catedral de Worms (Alemania). Siglo XII.
Las
iglesias de peregrinación
“Entre las
iglesias de tres naves de igual altura de la Europa sudoccidental existen dos
grupos de iglesias importantes y muy conocidas cuyas naves laterales están
abovedadas a media altura, con lo que se consigue un eficaz refuerzo adicional
de la estructura. Como en las basílicas con tribunas de Italia y del Norte, se
crean así espacios en un piso superior sobre las naves laterales.
Tres
grandes y muy importantes iglesias se disputan la prioridad de la idea:
Conques, Saint-Sernin de Toulouse y Santiago de Compostela... En todas ellas se
repite el tema del cuerpo longitudinal en el transepto, estructurado igualmente como iglesia de tres naves con tribunas en sus naves laterales. En la
parte oriental, estas naves laterales se constituyen en deambulatorio en torno al presbiterio
y al ábside, y están provistas aquí
de ábsides menores, como es usual en los «deambulatorios del coro». Éstos, sin
embargo, como elementos espaciales unitarios, tienen un solo piso, con lo que
las tribunas quedan interrumpidas. Como en otras iglesias románicas con tres
naves de igual altura, el ábside tiene forma basilical, como así muchas veces
el crucero. En Toulouse se duplican las naves laterales (pero no las tribunas).
Como en Santiago y Limoges, el cuerpo longitudinal es aquí muy alargado,
mientras que en Conques es más corto. Solamente en Conques no circundan las
tribunas las partes frontales del transepto.
Las tres
iglesias citadas tienen torres abiertas sobre el crucero, si bien transformadas y elevadas en época posterior.
Finalmente, son también semejantes porque tienen grandes pórticos con esculturas y porque sus torres occidentales han sido
añadidas con posterioridad.
La
estructura interior es casi idéntica. Esbeltos pilares cuadrangulares, con semicolumnas adosadas; altos arqueríos
con arcos de medio punto, y encima las aberturas geminadas de las tribunas con bóvedas de cuarto de cañón. Las
semicolumnas se elevan en la nave central hasta la imposta de la bóveda y
soportan en todos los pilares arcos
fajones... Se aprovechan por completo las ventajas constructivas del
sistema de tres naves de igual altura: las bóvedas de la nave central y de las
tribunas contrarrestan mutuamente sus empujes, con lo que los pilares y sus
refuerzos pueden ser, relativamente delgados, y grandes y altos los huecos...”
KUBACH, H. Arquitectura románica. Aguilar. Madrid,
1989, p. 116– 118.
La arquitectura como portadora de
significado
“Un libro
muy digno de tenerse en cuenta, publicado por G. Bandmann hacia 1951, ha llamado
de nuevo la atención hacia un fenómeno de gran interés para la historia de las
ideas: la «teoría del significado». Con anterioridad, en 1924, el teólogo e
historiador del arte Sauer había escrito sucintamente sobre el tema. No
obstante, este aspecto de la arquitectura estaba muy olvidado, porque la
investigación artística se había dedicado a otros campos, preferentemente al de
los fenómenos formales.
El
problema, pues, se plantea ahora de nuevo.
Una gran
cantidad de fuentes escritas medievales demuestran que se daba a la iglesia y
sus partes un sentido que ha pasado a ser desconocido para nosotros.
Esto es un
hecho que queda fuera de duda. Así, p. ej., en los casos en que son doce las
columnas, simbolizan a los apóstoles, como sostenes que son de la Iglesia; la
planta cruciforme de la iglesia es una representación de la Cruz de Cristo; el
eje longitudinal acodado en algunas iglesias simboliza la cabeza inclinada de
Cristo en la Cruz.
El problema
que se plantea ahora para el historiador y para la historia del arte es, pues,
si, y dónde, determinan estas relaciones la disposición del edificio de la
iglesia, o tienen influencia en ella; o bien si «solamente» se trata de
interpretaciones a posteriori de los
teólogos.
Concretamente:
¿Dio el propietario de la iglesia al arquitecto el encargo de edificarla sobre
una planta cruciforme, por su significado simbólico, o porque necesitaba
capillas para los altares? ¿Había pedido que el cuerpo longitudinal tuviese
doce columnas con las que darle su largura, o bien le fijó el número de ellas y
la distancia intermedia, y él o el teólogo pudieron darse después la
satisfacción de hacer en el nuevo edificio la comparación que ya había tomado
carácter de tópico? ¿Se debe el ángulo en el eje a un error de medida, como podría
ser, por ejemplo, en el caso de que hubiese de edificarse en torno a una
construcción anterior y surgiesen dificultades insuperables para el arquitecto?
La
significación de tal ángulo sería así obvia; ¿o era uno de los puntos del
programa del propietario? y añadamos aún: el ábside redondo y abovedado, o
quizá también el arco ¿tienen quizá un significado de «elevación» ? ¿ y por qué
existen presbiterios con techumbre plana? Estos no son sino algunos problemas
elegidos casi a capricho.
Si hemos
utilizado tantos signos de interrogación no es para poner en duda el hecho de
que se hayan querido ver tales significados en las iglesias y en sus partes
—ello queda fuera de duda—, sino para preguntarnos si han sido influenciadas la
disposición y la forma arquitectónica de la iglesia. Esta última cuestión no
está condicionada en absoluto por la primera. Probablemente, no podremos
contestar de un modo general estas preguntas, y debemos considerarlas caso por
caso, y siempre será de especial valor tener en cuenta que el «estado de
conciencia» del hombre medieval, sobre todo del sacerdote medieval, difiere en
puntos esenciales del de cualquier investigador actual de la arquitectura, sea
arquitecto o historiador del arte”.
KUBACH, H. Arquitectura Románica. Aguilar. Madrid,
1989, p. 197 – 198.
El sentido simbólico del templo románico
“La iglesia
románica, casa de Dios en la Tierra, debía reflejar el orden universal que
emanaba de la divinidad...su estructura debía de ir más allá de las necesidades
puramente constructivas mediante la observancia de determinadas leyes
simbólicas.
Simbólicamente,
el espacio-camino que separa la portada de la cabecera presenta tres ámbitos:
el terrenal, el de transición y el divino. El terrenal se corresponde con la
nave longitudinal y viene definido por el ritmo de arcuaciones de medio punto
que, a modo de gigantescas olas, va empujando al fiel hacia el ábside. Esta
zona, común a todos los cristianos, es propiamente el cuerpo de la iglesia, de
la que cada cristiano es un miembro.
La nave
longitudinal queda interrumpida por la cúpula, que se levanta en el espacio de
transición: el crucero. Si los tramos cuadrados de la nave principal simbolizan
la Tierra y las formas circulares del ábside son reflejo de lo divino, la
cúpula del crucero que, en tanto que elemento arquitectónico, participa de las
dos formas geométricas (estructura semiesférica apoyada sobre una planta
cuadrada), une simbólicamente dos mundos en él, el terrestre y el divino...
La
concavidad del ábside, como imagen del espacio divino, es el núcleo de
densificación de todas las líneas de fuerza de la iglesia tanto estructurales
como simbólicas; es el límite del espacio divino.
Las portadas historiadas del siglo XII
Nacidos en
Francia, estos magníficos tímpanos son una de las mejores bellezas de las
iglesias cristianas. A ellos va inmediatamente la mirada del espectador;
invitan a la meditación; arrancan al fiel de todos sus miserables pensamientos
cotidianos y lo preparan a entrar en el santuario. Antes de franquear el
umbral, se respira ya un aire ultra terreno. Sobre una portada decorada con una
virgen majestuosa rodeada de ángeles, pueden leerse estas palabras: «Al entrar
aquí, quienquiera que seas, elévate a las cosas del cielo». De este modo se
esforzaron los escultores románicos para encerrar algunas grandes ideas en el
semicírculo de piedra.
Los
artistas del Mediodía de Francia, creadores de los tímpanos esculpidos,
afrontaron la solución de un difícil problema. ¿De qué modo disponer
artísticamente los personajes dentro de un semicírculo? Parece absolutamente
necesario, según ellos, colocar en el centro una figura mayor que domine a
todas las demás. El tímpano debía encerrar, pues, una escena triunfal; estaba
predestinado a representar un espectáculo augusto.
He aquí lo
que tan bien supieron comprender los escultores meridionales. Crearon tres
tipos de portada, que guardan, todos, ese carácter majestuoso. El primer tipo
es el de Moissac, que representa al Cristo del Apocalipsis; el segundo es el de
San Sernín de Toulouse, que representa a Jesús subiendo al cielo; el tercero es
el de Beaulieu, que representa a Jesús en trance de juzgar a los hombres.
Todas las
portadas del siglo XII representan uno de estos tres temas. El Cristo
apocalíptico de Moissac, que aparece entre los cuatro animales, es el que ha
tenido mayor influencia en torno. Se le encuentra en todo el Mediodía.”
MÂLE, É.: El arte religioso. F.C.E. México, 1966,
pp. 40-41.
Cabecera de la Colegiata de Santa María la Mayor de Toro (Zamora). S. XII-XIII.
“Acerca de
las medidas de la iglesia.— Así pues, la basílica de Santiago tiene 53 alzadas
de hombre, de longitud, es decir, desde la puerta occidental hasta el altar de
San Salvador; en anchura, sin embargo, tiene treinta y una, desde la Puerta
Francesa hasta la puerta meridional; la altura en el interior es de catorce
tallas de hombre. Nadie puede saber cuanto sea su longitud y anchura por fuera.
La iglesia tiene nueve naves en la parte inferior y seis en la superior, y una
capilla, la mayor, en la que está el altar de San Salvador y un deambulatorio y
un cuerpo y dos miembros y otras ocho capillas pequeñas, en cada una de las
cuales hay un único altar y de aquellas nueve naves decimos que seis son
pequeñas y tres grandes. La primera nave principal, va desde la puerta de
occidente hasta los cuatro pilares del medio, que sostienen toda la iglesia,
teniendo una pequeña nave a su derecha y otra a su izquierda. Por su parte, están
las otras dos naves grandes en los dos brazos, de las que la primera se
extiende desde la puerta Francesa hasta los cuatro pilares de la cruz de la
iglesia y la segunda desde estos pilares hasta la puerta meridional, y ambas
naves tienen dos naves menores laterales. Así pues, estas tres naves
principales llegan hasta el techo de la iglesia y las seis naves menores
ascienden hasta las medias cindrias.
(...) En
fin, en esta iglesia no se encuentra ninguna fisura, ni falta: se ha hecho
admirablemente grande, espaciosa, clara, de medidas convenientes, proporcionada
en anchura, longitud y altura, de admirable e inexpresable construcción, está
edificada en dos pisos, como un palacio real. Quien va arriba a través de las
naves del triforio, aunque suba triste se anima y alegra al ver la espléndida
belleza de este templo.”
Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus. Traducción de MORALEJO,S.,
TORRES,C. y FEO, J. CSIC. Santiago de Compostela, 1951, pp. 353-356.
El Pórtico de la
Gloria
“La gran
mole del Pórtico está apoyada sobre una serie de monstruos: águilas, leones, un
oso, un hombre y algunos híbridos, no fáciles de identificar.. Se ha escrito ya
mucho sobre su simbolismo. Algunos han querido ver en ellos representados los
vicios, las pasiones, las herejías; otros, en cambio, las más altas virtudes
como la fe (simbolizada en el águila, que se remonta a las más altas regiones
aéreas) y la justicia (simbolizada en el león). Nosotros sólo quisiéramos
sugerir la posibilidad de que también la literatura apocalíptica haya influido
en la disposición extraña que adoptan tales animales en el Pórtico.
Acertadamente dice López Ferreiro: 'Las actitudes en que Mateo puso a algunos
leones y águilas, como devorando a otros animales o trozos de animales, para
hacer resaltar más su fuerza y poder, están tomadas de representaciones
parecidas, entonces muy comunes, particularmente en las estofas que venían de
Oriente.'
En la
literatura apocalíptica se nos habla insistentemente del león, del águila, del
leopardo y del hombre como símbolos de la fortaleza y del poder. Aún más, el
parteluz descansa sobre un hombre con barba y larga cabellera que abraza a dos
monstruos o leones. Se trata de un claro motivo sumerio: el héroe Gilgamés,
'que ha recorrido la Caldea como destructor de monstruos', según la epopeya.
Pero no
termina aquí el influjo del arte mesopotámico. El profeta Ezequiel nos refiere
que los cuatro vivientes (con cuádruple aspecto: hombre, león, toro y águila, a
semejanza de los Karibu) defendían el
trono de Dios.
El
simbolismo, pues, del zócalo en el Pórtico pudiera ser: 'un mundo de fuerza'
que defiende y sostiene lo allí simbolizado.
Ezequiel ha
usado la forma compuesta, en la descripción de los vivientes, porque era lo que
encontraba comúnmente delante de los templos y palacios.
La cabeza
humana (en los Karibu y probablemente
en el Pórtico) significa la inteligencia y la voluntad: inteligencia y voluntad
que tienen a su servicio la fuerza y la potencia del león y la velocidad del
águila”.
SILVA, R. y
BARREIRO, J. R.: El Pórtico de la Gloria.
Santiago, 1965, p. 52.
La
portada de las Platerías según el Liber
Sancti Jacobi
“En la
portada meridional de la basílica del apóstol hay dos entradas, como dijimos, y
cuatro hojas. En la entrada de la derecha, en el exterior, en primer plano
sobre las puertas, se esculpió de modo admirable la traición del Señor; allí el
Señor está atado al pilar por manos de los judíos; allí es azotado con correas;
allí se sienta Pilatos en su cátedra, como para juzgarle. Con todo, encima,
sobre todo registro, está esculpida Santa María, madre del Señor, con su hijo
en Belén, y los tres reyes que vienen a visitar al Niño con su madre,
ofreciendo el triple regalo, y la estrella y el ángel que les advierte que no
vuelvan a Herodes. En las jambas de esta entrada hay dos apóstoles, como
guardianes de las hojas, uno a la derecha y otro a la izquierda.Igualmente en
la otra entrada de la izquierda, en las jambas se entiende, hay otros dos apóstoles.
Y en primer término de esta entrada sobre las puertas está esculpida la
tentación del Señor. Hay, pues, delante del Señor unos ángeles negros como
monstruos colocándole sobre el pináculo del templo y unos te presentan piedras,
instándole a que las convierta en pan, otros le muestran los reinos del mundo,
fingiendo que se los darán si postrado los adora, lo que no quiera Dios. Mas
otros ángeles blancos, es decir, buenos, están detrás de Él y otros también
arriba adorándole con incensarios. Y no se ha de dar a olvido aquella mujer que
está junto a la tentación del Señor, teniendo entre sus manos la cabeza
putrefacta de su amante, cortada por su propio marido, obligada por él a
besarla dos veces por día. ¡Oh, cuán grande y admirable justicia de la mujer adúltera,
para ser contada a todos!”.
Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus. Traducción de MORALEJO, S.,
TORRES, C., y FEO J,. CSIC. Santiago de
Compostela, 1951, pp. 353-356.
Iconografía de la visión apocalíptica
“Tomando
como punto de partida el iconograma de la Maiestas
Domini se desarrolla, a partir del siglo V, otro tema iconográfico
inspirado en la visión del Apocalipsis.
En él
confluyen varios elementos: a la imagen mayestática de Cristo se unen los
símbolos del Tetramorfos y el grupo
de los veinticuatro ancianos. A
veces el conjunto se complica con la mezcla de otros elementos tomados de las
visiones de Ezequiel e Isaías. El modelo conseguido se convirtió en el motivo
escatológico más importante del arte cristiano, y en la visión de la Segunda
Parusía más representada hasta finales del siglo XII. En la difusión del tema
tuvo un papel destacado la orden de Cluny.
El románico, para la imagen de Cristo, parte de la figura del Pantocrátor bizantino del que toma el
doble gesto de bendecir con la mano derecha al tiempo que apoya la izquierda
sobre el libro abierto. El modelo se modifica en algunos elementos de detalle:
por ejemplo, es frecuente verle sentado en un trono de cuyo asiento o respaldo
sobresalen dos cabezas de león, posible alusión al trono de Salomón, la Sedes Sapientiae: «tenía el trono seis
gradas, y lo alto del trono por el respaldo era redondo, y por uno y otro lado
salían dos brazos que sostenían el asiento, y junto a cada uno de estos brazos
había dos leones». La indumentaria de la realeza occidental, incluida la corona
real o imperial de que, en muchas ocasiones, va dotado el Todopoderoso, termina
de dar al Cristo apocalíptico una fisonomía que, aparte de sus connotaciones
religiosas, era utilizada como imagen de justicia inapelable y símbolo de un
terror latente.
En fin, la
Visión apocalíptica es la segunda Parusía, la venida de Cristo al final de los
tiempos, imagen heredera de un largo pasado que alberga significaciones
múltiples y diversas, entre las que van implícitas las ideas escatológicas de
resurrección de los muertos —de aquí que sea un tema representado en los
sarcófagos— y Juicio final y de exaltación de la Iglesia triunfante.”
CANA, F.: Iconografía del románico burgalés. Universidad
Complutense. Madrid, 1992, pp. 144-145.
Crucifijo de Don Fernando I y doña Sancha. Marfil. Siglo XI. Museo Arqueológico Nacional. Madrid.
Arte románico y jerarquía social
“Los
artistas y los pensadores del período románico prestaban muy poca atención a la
realidad objetiva y estable, fenómeno que no puede imputarse a una posible
torpeza, puesto que lo encontramos tanto en obras de tosca ejecución, como en
otras, técnicamente muy elaboradas. De hecho, corresponde a una postura, a una
actitud general de los hombres de esta época respecto al mundo.
La
observación de uno de lo capiteles del crucero de Saint-Benoît-sur-Loire, nos
permitirá percibir la resonancia social de esta extraña concepción de una
naturaleza y una humanidad sin consistencia claramente definida. Representa un
milagro del santo. Cristo es aquí la figura central, es quien domina toda la
escena. Su rostro enorme y frontal, casi circular, parece irradiar un poder
misterioso, con sus inmensos ojos, perfilados mediante varios cercos
concéntricos. San Benito es claramente más pequeño, su brazo se confunde con el
de Cristo que termina en una enorme mano (lo que manifiesta que su poder se
debe únicamente a la relación que le une casi físicamente a su Señor).
Los demás
personajes de la escena, sobre los que predomina, son todavía mucho más
pequeños que él.
El tamaño y
la morfología de las figuras aparecen aquí totalmente condicionados por esta
jerarquía muy feudal del poder milagroso, que pasa por procuración de Cristo a
San Benito y que se ejerce sobre sus acólitos. Como sobre este capitel, en la
sociedad del siglo XI el valor, la propia existencia de un individuo, están en
función de los vínculos que le unen a otro más poderoso al que rinde homenaje
si es caballero, y a otros más débiles sobre quienes ejerce su poder de mando.”
SCOBELTZINE,
A. El arte feudal y su contenido social.
Mondadori, Madrid, 1990, p. 17.
El espacio y la forma escultórica
“Hemos
intentado llegar a ello tratando de distinguir el espacio-límite del
espacio-ambiente. En el primer caso, pesa en cierto modo sobre la forma, limita
rigurosamente la expansión, se aplica contra él como una mano abierta contra la
superficie de una mesa o de un vidrio. En el segundo caso, está libremente
abierto a la expansión de los volúmenes que no contiene, que se instalan y se
despliegan allí como las formas de vida. El espacio-límite no solamente modera
la propagación de los relieves, los excesos de salientes, el desorden de los
volúmenes, que tiende a contener en una masa única, sino que obra sobre el
modelado, del que reprime las ondulaciones y el desorden, se contenta con
sugerirlo por acentos, por ligeros movimientos que no rompen la continuidad de
los planos, y a veces, como en la escultura románica, por un decorado
ornamental de pliegues destinados a vestir la desnudez de las masas... En uno
de sus estados más característicos, la escultura monumental muestra las
rigurosas consecuencias del principio del espacio-límite. El arte románico,
dominado por las necesidades de la arquitectura, da a la forma esculpida el
valor de un forma mural”.
FOCILLON,
H.: Vida de las formas. I. Buenos
Aires, 1947, pág. 53.
Portada del Juicio Final de San Lázaro de Autum (Francia). S. XI.
“En la
escultura románica el marco, con lo cual Baltrusaitis quiere decir el límite
arquitectónico de una superficie esculpida, como es la arquivolta de un tímpano
o el borde rectangular de un dintel, es el principio generador del relieve que
se encierra dentro de él. «No sólo limita los movimientos de las siluetas, sino
que los dirige. Los atrae, los distribuye dentro de la totalidad, fija sus
proporciones y su equilibrio... Domina la composición escultórica desde dentro
y desde fuera, imponiendo al relieve la estructura y la economía del marco».
¿Cómo pone
a la vista Baltrusaitis este poder formativo del marco? Nos muestra un dintel
rectangular con figuras erguidas repetidas, de idéntica altura y postura
(Arlés); un dintel pentagonal con figuras escalonadas en consecuencia (Mozat).
En ninguno de estos dinteles observamos un conflicto entre la arquitectura y la
escultura o su asunto; tampoco alude Baltrusaitis a una tal contradicción en
este punto. Pero sería fácil encontrar dinteles en los que las figuras no se
agrupan de acuerdo con las líneas del marco. En el pontile de Módena, los apóstoles de la Ultima Cena se disponen como
un ornamento con estricta uniformidad, pero la figura central del Cristo
sobresale por arriba del marco común. Análogamente, en Meillers (...), el
dintel es pentagonal, pero los apóstoles uniformes, se alinean componiendo una
banda rectangular simple bajo una arquería, con independencia de la forma apuntada
del marco envolvente. Sin embargo, el Cristo central, con su mayor talla,
irrumpe en el pico del pentágono y determina un gablete particular, de
inclinación más acentuada que el que cubre a los apóstoles. Con la misma lógica
que Baltrusaitis podría mostrar un estudioso del tema, a través de una serie
impresionante de ejemplos, que la escultura románica es independiente de su
marco, que uno de sus rasgos distintivos es la violación del marco o de la
forma envolvente.
Baltrusaitis
es consciente de que no todas las esculturas se dejan reducir fácilmente a sus
marcos. Por eso introduce el concepto de un «marco oculto», un límite
invisible. Muestra un agrupamiento de figuras pentagonal, pero sin marco
pentagonal visible, y da por hecho que aquí actúa un marco oculto, un marco
borrado después de realizada la obra...
La «ley del
marco» es la observación limitada e insuficientemente analizada de que en
algunas obras románicas ciertos elementos del marco —una de sus líneas o el
perfil entero— tienen un paralelo en ciertos elementos de la imagen enmarcada.
Pero pasar de esta observación a afirmar que la imagen en general viene determinada por el marco, que el marco
es el origen de su orden y de su forma, es dar un salto en el vacío”.
M.
SCHAPIRO: Estudios sobre el románico.
Alianza Forma, Madrid, 1984, pp. 313–314.
Función de la imagen religiosa en
el occidente medieval
“Como
consecuencia de la iconoclastia toda la estética neoplatónica de las estatuas
de los dioses y diosas revive bajo formas cristianas en las obras patrísticas.
Dión Crisóstomo, Plotino y Porfirio insisten en el sentido religioso de las
estatuas paganas: en la forma sensible de la divinidad representada en forma
humana, el artista hace aparecer cualidades puramente espirituales como la
serenidad, la prudencia y la razón. El que contempla la estatua con los ojos no
se detiene en la percepción puramente sensible sino que se eleva a través del
intelecto hasta la contemplación de las realidades inmateriales. Esta doctrina,
que inspira a los Padres griegos, no es desconocida en occidente a los autores
de los Libri carolini en la Francia
de Carlomagno.
Lo mismo
sucede con la famosa teoría del carácter pedagógico de la pintura: lo que los
sabios pueden comprender al leer los caracteres artificiales y esquemáticos de
la escritura, los iletrados deben recordarlo al mirar las imágenes naturales e
imitativas de la plástica”.
BRUYNE, E.
de: La estética de la Edad Media.
Visor. Madrid, 1987, p. 61.
Interpretación iconográfica del
claustro de Silos
“Entre la escultura
de esta galería, destinada por ser la más fría y expuesta a los vientos del N.,
se puede señalar más de un detalle notable. Uno de los más hermosos capiteles
presenta unos ciervos enredados en tallos. El ciervo es animal positivo. Un
salmo lo compara al alma. En el Diurnal de
Fernando I, un manuscrito de mediados del siglo XI conservado en Santiago, el
salmo se inicia con una pequeña miniatura, un ciervo saltando. Está libre. Sin
embargo, en el capitel de Silos intenta soltarse de las ramas que lo oprimen
que representan el pecado. Es imagen del alma atrapada en las redes del mal,
intentando liberarse de ellas.
La Edad
Media en general y el tiempo del románico en particular están poseídos de un
dualismo casi maniqueo. El mundo es el campo de batalla del bien y del mal. El
botín es el ser humano. El hombre, ayudado por Dios, combate victorioso al mal,
pero si se descuida está perdido. Dentro de este bélico dualismo hay que
entender el capitel en el que varios seres humanos se enfrentan a monstruos con
desigual fortuna. Ayudados por las ramas o enredados en ellas, luchan con
pequeños dragones. Clavan sus armas en los cuerpos demoníacos o no pueden
evitar que las grandes bocas devoradoras muerdan sus pies. Este capitel refleja
un estado de ánimo de la época; por eso, con más o menos variantes, se repite
continuamente en la escultura y la miniatura”.
YARZA, J.: El monasterio de Santo Domingo de Silos.
Everest. León, 1973, p.28.
El valor de las imágenes en el
arte cristiano occidental de la Alta Edad Media
“Así los
pintores de algún modo tienen el poder de devolver a la memoria las historias
de hechos insignes, pero los hechos, que igual son percibidos por los sentidos
que dados a conocer por las palabras, no tienen el poder de ser aprehendidos y
pueden ser descritos por los relatos de otros. Pues mientras nosotros nada
despreciamos en las imágenes, excepto su culto —puesto que permitimos que haya
imágenes de santos en las basílicas, no para ser adoradas, sino para recuerdo
de hechos insignes y adorno de las paredes—, aquéllos ponen casi toda la
esperanza de su creencia en las imágenes, de manera que sólo faltaría que
nosotros veneráramos los santos en sus cuerpos, o mejor, en lo que resta de sus
cuerpos, o también en los vestidos, según la tradición de los padres antiguos.
Permitimos las imágenes de santos a cualquiera que desee representarlas, tanto
en la iglesia como fuera de ella, por amor de Dios y de sus santos, pero de
ninguna manera aceptamos que se adoren, aunque no permitimos que se rompan o se
destruyan. ¿Es que todos los libros en los que se han incluido mediante el arte
de pintar historias en oro, en plata o en cualesquiera colores, entre la
escritura, porque tienen imágenes, a causa de ellas han de ser quemados, o a
causa de ellas han de ser venerados? ¿Es que los trajes de seda o de cualquier
otra materia, o los paños, ya usados por el hombre, ya dedicados a los cultos
divinos, decorados con ciertas figuras y teñidos de colores diversos, porque
tienen imágenes, por ellas han de ser quemados, o por ellas han de ser
adorados? ¿Es que las casas de piedra o de madera hechas para ciertos usos,
porque están decoradas con algunas imágenes, mediante el arte de esculpir o de
cincelar, por éstas han de ser quemadas, o por éstas han de ser veneradas?»”.
Libri Carolini, editado en YARZA, J.: Fuentes de la Historia del
Arte. Historia 16. Madrid, 1997, p. 194.
Frontal de Aviá. Pintura al temple sobre tabla. S. XII. Museo Nacional de Arte de Cataluña.
La iconografía románica como espejo social
“La
división de la sociedad medieval en tres estamentos con una misión determinada
para cada uno de ellos, es una convicción ampliamente difundida en la
iconografía románica. El tratamiento de las escenas y la indumentaria de los
personajes en los temas más puramente religiosos, manifiestan la clara
intención de asimilar a la élite dirigente con los protagonistas de la Historia
Sagrada. Los rasgos distintivos de la clase dominante y los atributos de su
poder están presentes en muchos iconogramas, tanto de carácter emblemático como
de carácter narrativo; de tal manera que, en gran medida, la iconografía viene
a ser un elemento de justificación del orden establecido, una especie de espejo
en el que se refleja y se mira la sociedad para inculcar, de forma más o menos
consciente, sus propias normas de funcionamiento.
El absoluto
dominio del estamento nobiliar, del que suele nutrirse el alto clero, sobre el
resto de la sociedad, está patentizado en varios niveles. En primer lugar, de
la forma más sutil y al mismo tiempo más eficaz, mediante la atribución de sus
modelos de vida y su vestimenta a los grandes personajes del repertorio
religioso, incluidas las comparaciones de los héroes caballerescos con los
bíblicos. En segundo lugar, el protagonismo de la nobleza se subraya de forma
más directa en los motivos iconográficos inspirados en la literatura épica y
caballeresca en los que ante todo aparece ejerciendo su papel social, la
defensa del conjunto de la sociedad y de sus creencias.
Hay un
tercer nivel en el que la presencia de la nobleza no parece tener la
justificación del anterior y se presenta ya descaradamente como un juego de
exhibición, o como un simple recuerdo de su existencia, aunque siempre queda la
duda de si hay en ello una intención paradigmática, e incluso la constatación
de un patronazgo ejercido sobre el edificio en que se encuentran tales
representaciones”.
CANA, F.: Iconografía del románico burgalés. Universidad
Complutense. Madrid, 1992, p. 502.
Las bestias en los claustros románicos
“y además, entre los hermanos que leen en los
claustros, ¿qué hace la ridícula monstruosidad, una cierta admirable belleza
deforme y una deformidad bella? ¿Qué hacen, pues, los monos, inmundos, qué los
fieros leones, qué los monstruosos centauros, qué los semihombres, qué los
manchados tigres, qué los soldados luchadores, qué los cazadores trompeteros?
Ves bajo una cabeza muchos cuerpos; y sobre un cuerpo muchas cabezas. Se
distingue aquí en un cuadrúpedo la cola de una serpiente, allí en un pez la
cabeza de un cuadrúpedo. En un lugar, una bestia que es caballo por delante,
mitad cabra por detrás; en otro, un animal cornudo, que es caballo en su parte
superior. En una palabra, tanta y tan admirable variedad de formas diversas
aparece por todas partes, que agrada más leer en los mármoles que en los
códices, y ocupar todo el día admirando estas cosas singulares, que meditando
en la ley de Dios. ¡Por Dios!, si no se avergüenzan de estas tonterías, ¿por
qué, al menos, no se arrepienten de los gastos?
Capitel de la Catedral de San Pedro de Vic (Barcelona). S. XI.
La miniatura románica
"La miniatura románica tiene como base los esfuerzos, las aspiraciones y las afirmaciones independientes de la miniatura irlandes y de otros, más remotos, ideales bárbaros, cuyo estética y cuyas líneas generales están ya presentes en Europa en la época de la gran Roma; afirmaciones sustanciales en su evolución por la miniatura carolingia, de un desarrollo potencialmente francés. Cuando cayeron los carolingios, la dinastía sajona de los Otones, que subió al trono de los emperadores de Alemania, recogió la herencia política de los franceses. Alemania es, pues, quien, al iniciar el siglo X, concentra los ideales artísticos, así como también la fuerza política".
Mandel, G: La miniatura románica y gótica. Barcelona, 1967, pags. 14-15.
Maiestas Domini del Panteón Real de San Isidoro de León. Pintura mural al fresco. S. XII.
13 comentarios:
De una gran belleza el arte románico, pero me ha gustado mucho la última imagen de la pintura mural.
Un abrazo
Arte para la espera del fin del mundo,se ve que a los del año mil les dio fuerte con el apocalipsis y a lo mejor no estuvieron tan lejos con las plagas de peste. Tiempos oscuros pero de una gran belleza elevadora del espíritu en el arte.
Un abrazo.
Vaya festín para los degustadores del románico, Paco. Una gran selección de textos y fotografías (incluida la gran Colegiata de Toro). Para disfrutarlo.
Abrazos
Siempre es especial, al menos para mí, incluso sin ser una persona religiosa, entrar en una iglesia románica y dejarse llevar por todo el simbolismo que contiene el edificio y que va mucho más allá de unos relieves magníficos, unas portadas maravillosas y unos interiores muy especiales. Algo parecido me ocurre con las miniaturas.
Buen descanso!!
¡Ay, Paco, que excelencia de entrada, por favorrrr! yo estoy tratando de hacerla tambien en este momento, pero... estoy perdiendo la cabeza. Es un trabajo de locos, pero la maravilla que es este estilo, se merece toda mi dedicacion. ¡Felicitaciones por tu entrada magnifica! Un beso.
Muy buena la selección de textos. Yo añadiría uno literario de esa gran obra de Umberto Eco, llamada El nombre de la rosa. Un pasaje en el que Adso de Melk describe asombrado lo que sus ojos ven en el tímpano de la puerta de la iglesia...
" Y vi a un orgulloso con un demonio trepado sobre sus hombros y hundiéndole las garras en los ojos, mientras dos golosos se desgarraban mutuamente en un repugnante cuerpo a cuerpo, y vi también otras criaturas, con cabeza de macho cabrío, melenas de león, fauces de pantera, presas en una selva de llamas cuyo ardiente soplo casi me quemaba. Y alrededor de esas figuras, mezclados con ellas, por encima de ellas y a sus pies, otros rostros y otros miembros, un hombre y una mujer que se cogían de los cabellos, dos serpientes que chupaban los ojos de un condenado, un hombre que sonreía con malignidad mientras sus manos arqueadas mantenían abiertas las fauces de una hidra, y todos los animales del bestiario de Satanás, reunidos en consistorio y rodeando, guardando, coronando el trono que se alzaba ante ellos, glorificándolo con su derrota (...) Portal, selva oscura, páramo de la exclusión sin esperanzas, donde todos los habitantes del infierno parecían haberse dado cita para anunciar la aparición, en medio del tímpano, al Sentado, cuyo rostro expresaba al mismo tiempo promesa y amenaza . "
(Primer día, hora sexta)
Un saludo.
Llego con cierto retraso, pero afortunadamente no me he perdido esta casi enciclopedia del arte románico.
Un abrazo.
Has bordado el post sobre el arte religioso que más me ha gustado de todos los tiempos. Nos ha dejado un maravillosos legado de espiritualidad de los hombres de la época que lo han plasmado como nadie con su trabajo y esfuerzo.
Un post para guardar y releer.
Un abrazo
Muy bueno e interesante. Como dice Francisco Espada es una enciclopedia. El portico de la Gloria de la Catedral de Santiago siempre me eriza los vellos. Incluso en una foto.
Saludos Paco
✿ °•.¸
Olá, amigo!
Uma ótima aula muito bem ilustrada.
Aprendi muito.
Bom fim de semana!
Beijinhos.
Brasil
✿ °•.¸¸.•°♡⊱╮╮
Gracias, Paco, por esta estupenda aportación. Eres un incansable trabajador... para que luego digan de los profes...
Saludos
Muy interesante esta selección de textos del Arte Románico.
Es una gozada pasar por esta ventanita
Un abrazo.
¸♫°✿✿╮
Bom fim de semana!
Beijinhos.
Brasil.
¸♫°✿¸.•°✿✿°♫¸
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