Camille Pissarro. Boulevard de Montmartre. Óleo sobre lienzo. 1897. Victoria Gallery of Art. Melbourne (Australia).
En la segunda mitad del siglo XIX, el Impresionismo llevó hasta sus últimos extremos una trayectoria pictórica inciada en tiempos del Renacimiento, época en la que se arbitraron los instrumentos fundamentales de la representación figurativa occidental: la representación de la realidad en el espacio tridimensional. Pero, al mismo tiempo que consumaba un proceso pictórico que había durado casi cinco siglos, el Impresionismo preparó las bases para la disolución de los lenguajes figurativos tradicionales, que a partir de ese momento se aventuraron por los diversos derroteros de las vanguardias históricas, derivando incluso hacia formas de abstracción absoluta.
En líneas generales, la pintura de lo que podríamos llamar "Impresionismo ortodoxo" busca plasmar, con precisión de instantánea, aquellos cambios que sobre la apariencia de las cosas operan la atmósfera, la luz y sus reflejos, la nueva capacidad perceptiva del ojo de quien mira la realidad o de quien contempla el lienzo que la representa. Una parte fundamental de las obras del movimiento muestra la naturaleza y el mundo rural: ríos, mar, arboledas... Sin embargo, numerosos cuadros pintados por estos pintores tienen por argumento inequívoco y central la ciudad y sus gentes, los ciudadanos. Y la ciudad de los impresionistas, por excelencia, fue el París de la segunda mitad del siglo XIX.
En la capital de Francia aprendieron sus primeras armas como artistas, pasaron calamidades de todo tipo, intercambiaron sus ideas y experiencias de taller y concibieron, tanto un proyecto común, como las estrategias para su difusión. En estrecho maridaje con aquellos críticos, escritores, músicos y marchantes que apostaron por la renovación del arte, realizaron una heroica ofensiva contra el gusto académico, procurándoles un fuerte rechazo por parte de público y crítica. Pero también fue París donde, tarde o temprano, los impresionistas consiguieron el triunfo, hasta el punto que sus conquistas acabaron nutriendo los lenguajes visuales dominantes como simple recetario de formas. El que París fuera protagonista de excepción de la obra de estos nuevos artistas resultaba inexorable, ya que la ciudad que vieron los impresionistas estuvo tan sujeta al ritmo de la transformación y el cambio como lo estuvo su pintura.
"El viejo París no existe (la forma de una ciudad/cambia más depreisa, ¡ay! que el corazón de un mortal)...". Así se expresaba Charles Baudelaire, poeta, crítico de arte, hombre de su tiempo y paseante dandy por excelencia , en un poema escrito en 1857. Sobre su realidad física se estaban haciendo patentes unas transformaciones que la Revolución Industrial venía operando desde finales del siglo XVIII. En París, a paritr de 1853 y hasta 1870, en la época del II Imperio de Napoleón III, el barón Haussman, prefecto de la región del Sena, puso en marcha la primera de las grandes ordenaciones urbanas del siglo XIX, que acabaría transformando por completo la capital francesa. Veamos, pues, como se llevan a cabo estas transformaciones urbanas.
En esos diecisiete años París no sólo cambió de aspecto sino de habitantes, también: de 1.200.000 a casi 2.000.000. Bajo las órdenes de Haussman desaparecieron 54 kilómetros de calles del antiguo tejido urbano y fueron añadidos nada menos que 165 kilómetros de nuevo trazado. El resultado fueron esos grandes y rectilíneos bulevares conectados entre sí por trazados radiales o diagonales. Un cinturón de barrios periféricos fueron fagocitados y digeridos en enclaves suburbiales. Así sucedió con el famoso Montmartre, que todavía conserva su sabor de viejo suburbio, a pesar de haberse convertido en santuario para el turismo de hoy en día.
Por otro lado, Haussman triplicó la llegada del agua potable, el alumbrado por gas, la red de alcantarillado y los transportes terrestres. Surgieron nuevos parques (Bois de Boulogne, Bois de Vincennes, etc.) y se reordenaron y potenciaron los ya existentes (Tullerías, Jardín de Luxembourg...). La administración construyó edificios de todo tipo: escuelas, cárceles, mercados, hospitales, bibliotecas, auditorios, teators, museos o cementerios. Las calles se llenaron de monumentos y quioscos de música. La ciudad cambió y, con ella, sus gentes. El nuevo París se convirtió en el escaparate de una nueva liturgia social y cultural. Había surgido una nueva ciudad y, junto a ella, un nuevo arte: el arte del Impresionismo.
Y fue la nueva sociedad surgida de esa revolución industrial la que habría de transformar París. La Administración se volcó en obras y medidas asociadas al bienestar social con el fantasma de la Revolución de 1848 fresco en la memoria, esto es, pensando en la eventual amenaza representada por las clases populares. Sobre todo, un proletariado industrial cada vez más organizado políticamente, como quedaría demostrado en 1871 durante los sucesos de la Comuna de París. En aquellas fechas, el flamante trazado viaria de la ciudad se llenaría, una vez más, de barricadas, escaramuzas y represión. Manet ha dejado testimonio visual de estos enfrentamientos.
Además, esta ciudad con el semblante transformado acabaría transformando a su vez a quienes la habitaban, que se sintieron impulsados a desplegr unas pautas de comportamiento social y cultural acordes con la elocuente magnificencia del nuevo paisaje urbano. En este sentido, el cuadro de Manet Música en las Tullerías (1862) nos parece hoy una imagen cargada de significados que van más allá que los de la simple estampa de costumbres.
En la capital de Francia aprendieron sus primeras armas como artistas, pasaron calamidades de todo tipo, intercambiaron sus ideas y experiencias de taller y concibieron, tanto un proyecto común, como las estrategias para su difusión. En estrecho maridaje con aquellos críticos, escritores, músicos y marchantes que apostaron por la renovación del arte, realizaron una heroica ofensiva contra el gusto académico, procurándoles un fuerte rechazo por parte de público y crítica. Pero también fue París donde, tarde o temprano, los impresionistas consiguieron el triunfo, hasta el punto que sus conquistas acabaron nutriendo los lenguajes visuales dominantes como simple recetario de formas. El que París fuera protagonista de excepción de la obra de estos nuevos artistas resultaba inexorable, ya que la ciudad que vieron los impresionistas estuvo tan sujeta al ritmo de la transformación y el cambio como lo estuvo su pintura.
Pierre-Auguste Renoir. Grand boulevard. Óleo sobre lienzo. 1875. Philadelphia Museum of Art. Filadelfia.
Los impresionistas se criaron en el París de Balzac y llegaron a la madurez en el París de Zola; presenciaron la transformación de la ciudad con la guía del Barón Haussmann: una maraña arcaica de grandes palacios y de edificios superpoblados y descuidados se convirtió en una ciudad luminosa de grandes boulevards, hoteles lujosos y parques verdes que ellos, al elegirlos como tema de sus obras, iban a inmortalizar."El viejo París no existe (la forma de una ciudad/cambia más depreisa, ¡ay! que el corazón de un mortal)...". Así se expresaba Charles Baudelaire, poeta, crítico de arte, hombre de su tiempo y paseante dandy por excelencia , en un poema escrito en 1857. Sobre su realidad física se estaban haciendo patentes unas transformaciones que la Revolución Industrial venía operando desde finales del siglo XVIII. En París, a paritr de 1853 y hasta 1870, en la época del II Imperio de Napoleón III, el barón Haussman, prefecto de la región del Sena, puso en marcha la primera de las grandes ordenaciones urbanas del siglo XIX, que acabaría transformando por completo la capital francesa. Veamos, pues, como se llevan a cabo estas transformaciones urbanas.
En esos diecisiete años París no sólo cambió de aspecto sino de habitantes, también: de 1.200.000 a casi 2.000.000. Bajo las órdenes de Haussman desaparecieron 54 kilómetros de calles del antiguo tejido urbano y fueron añadidos nada menos que 165 kilómetros de nuevo trazado. El resultado fueron esos grandes y rectilíneos bulevares conectados entre sí por trazados radiales o diagonales. Un cinturón de barrios periféricos fueron fagocitados y digeridos en enclaves suburbiales. Así sucedió con el famoso Montmartre, que todavía conserva su sabor de viejo suburbio, a pesar de haberse convertido en santuario para el turismo de hoy en día.
Por otro lado, Haussman triplicó la llegada del agua potable, el alumbrado por gas, la red de alcantarillado y los transportes terrestres. Surgieron nuevos parques (Bois de Boulogne, Bois de Vincennes, etc.) y se reordenaron y potenciaron los ya existentes (Tullerías, Jardín de Luxembourg...). La administración construyó edificios de todo tipo: escuelas, cárceles, mercados, hospitales, bibliotecas, auditorios, teators, museos o cementerios. Las calles se llenaron de monumentos y quioscos de música. La ciudad cambió y, con ella, sus gentes. El nuevo París se convirtió en el escaparate de una nueva liturgia social y cultural. Había surgido una nueva ciudad y, junto a ella, un nuevo arte: el arte del Impresionismo.
Y fue la nueva sociedad surgida de esa revolución industrial la que habría de transformar París. La Administración se volcó en obras y medidas asociadas al bienestar social con el fantasma de la Revolución de 1848 fresco en la memoria, esto es, pensando en la eventual amenaza representada por las clases populares. Sobre todo, un proletariado industrial cada vez más organizado políticamente, como quedaría demostrado en 1871 durante los sucesos de la Comuna de París. En aquellas fechas, el flamante trazado viaria de la ciudad se llenaría, una vez más, de barricadas, escaramuzas y represión. Manet ha dejado testimonio visual de estos enfrentamientos.
Édouard Manet. Música en las Tullerías. Óleo sobre lienzo. 1862. National Gallery. Londres.
Su formato es amplio, como el de la mirada panorámica del paseante. Su pincelada rápida, como el ritmo del cambio circundante. En su argumento, la naturaleza ha sido desplazada por el jardín urbano, y los personajes de la literatura, la mitología, la historia o el mundo exótico, que se empeñaba en perpetuar el academicismo de los salones oficiales, han sido suplantados por burgueses vestidos a la moda, convertidos simultáneamente en actores y espectadores de una nueva epopeya civil. Ahí están representados algunos de los nuevos personajes de la escena cultural: el propio Manet, los pintores Fantin-Latour y Charles Mongiot, los críticos de arte Champfleury y Astruc, el periodista A. Scholl, los escritores Baudelaire y T. Gautier, el músico Jacques Offenbach, etc.
Claude Monet. Boulevard des Capucines. Óleo sobre lienzo. 1873. Elson-Atkins Museum of Art. Kansas City, Missouri.
Las calles y los jardines de París fueron un motivo recurrente en los lienzos de los nuevos pintores (especialmente en las obras de Monet). En todas ellas, los monumentos pierden su carácter emblemático para fundirse en la globalidad de una impresión visual única: todo (árboles, ríos, gente, trazados urbanos, etc.) se transforma en una metáfora tangible del bullicio parisino. Esta impresión de muchedumbre agitada alcanza su grado máximo en las vistas que Monet realizó de "Vista de las Tullerías", "Boulevard des Capucines" o la "Rue Saint-Denis". Por su parte, Renoir, que ha había pintado los "Campos Elíseos durante la Exposición Universal de 1867", realizó vistas del Pont des Arts y del Pont Neuf atravesados por numerosos pasantes, así como grandes perspectivas de bulevares colmados por una multitud en moviemiento. También Pisarro pintó desde un piso alto el "Boulevard des Italiens" lleno de gente y vehículos y Degas una "Place de la Concorde" reducida a un fragmentode espacio señalado por los primeros planos de paseantes moviéndose en todas direcciones. Imágenes como éstas son muy frecuentes en la pintura de Gustave Caillebotte.
Este artista, cada vez más apreciado por la crítica actual, buscó siempre puntos de vista sorprendentes y, a la vez, concordes con la mirada del habitante urbano. Es el caso de sus imágenes de calles tomadas casi en vertical, desde lo alto de un balcón. También de vistas de los techos parisinos o de esa sorprendente "Place d´Europe bajo la lluvia", mostrando los acerados reflejos del pavimento encharcado, el aire nebuloso y húmedo y la extraña luz que, bajo los paraguas, baña los rostros de los paseantes.
Gustave Caillebotte. Calle de París; tiempo lluvioso. Óleo sobre lienzo. 1877. Art Institute of Chicago.
Bibliografía:
-- Brihuega, Jaime: "París en tiempos de los impresionistas". En Revista "Descubrir el arte", nº 2 y 3. Madrid, 1999.
-- Denvir, Bernard: "El Impresionismo". Labor. Barcelona, 1991.
-- Historia del Arte Salvat: "El Realismo y el Impresionismo", Col. Historia del Arte, 15. Salvat. Barcelona, 2006.
-- Rewald, J.; "Historia del Impresionismo". Seix Barral. Barcelona, 1981.
-- Wikipedia.
Para terminar dos videos de Artehistoria, uno sobre París, ciudad de la luz y otro sobre la primera exposición impresionista:
Bibliografía:
-- Brihuega, Jaime: "París en tiempos de los impresionistas". En Revista "Descubrir el arte", nº 2 y 3. Madrid, 1999.
-- Denvir, Bernard: "El Impresionismo". Labor. Barcelona, 1991.
-- Historia del Arte Salvat: "El Realismo y el Impresionismo", Col. Historia del Arte, 15. Salvat. Barcelona, 2006.
-- Rewald, J.; "Historia del Impresionismo". Seix Barral. Barcelona, 1981.
-- Wikipedia.
13 comentarios:
Mi primera "impresión" fue que había desaparecido por arte de magia la entrada que anunciabas sobre el Impresionismo.
Me encanta este movimiento pictórico. Me puse las botas de ver obras cuando estuve en París y visité el Museo D'Orsay. Mis preferidos son Monet, Renoir y Pissarro, en ese orden.
Un saludo.
Estaba esperando la entrada como agüita de Mayo. Los vídeos me han gustado mucho. En cuanto a los pintores, será naturaleza humana preferir aquellos a los que he estado menos expuesta a lo largo de mi infancia: Pisarro y Caillebote, pero lo cierto es que me gustan, ese Pisarro tiene algo que en cuanto le ví ( su obra al natural quiero decir)me atrajo enormemente. Un fuerte abrazo.
¡Magnífico y educativo post! Le felicito por su buen gusto.
Una magnifica entrada. Los videos realmente interesantes, parece mentira que en aquellos dias fueran considerados parias del arte, esos llamados, "los impresionistas".
Y no conocia ese ultimo cuadro, el de Gustave Gaillebotte, magnifico!; al principio creia que era una fotografia.
Saludos!
El impresionismo es un movimiento artístico maravilloso. Para mí siempre ha sido uno de los que más me han transmitido, y por eso me encanta.
Te felicito por la entrada.
Un saludo!
Estupenda primera entrada sobre el tema. Esperamos con interés los siguientes post. Recuerdo las clases sobre este movimiento en la facultad (hace ya demasiados años) siguiendo las enseñanzas de ARGÁN: todo un magnífico descubrimiento. Acabo de ver el cuadro de Caillebotte que nos muestras en el A. M. de Chicago (que pasada de museo)
Un movimiento pictórico en un París en plena transformación. En lo artístico, también en lo demás, siempre he pensado que los últimos veinticinco años del XIX y los primeros veinticinco del XX, fueron de una fecundidad grandísima. Éste del que hablamos y otros movimientos son la prueba. Un saludo.
Parece una constante en estos cuadros la animación y el bullicio de París.
Saludos cordiales.
PD: Leonor de Guzmán era sevillana como tu pero tenía familia donde yo.
Caillebotte dominaba las luces en un estilo realista, tal y como hacía nuestro Sorolla, y con un gran énfasis en las miradas...
Salud¡¡
Como siempre vengo para aprender por aquí.
La animosidad de los cuadro impresionistas siempre me han gustado
Saludos Paco
Que gusto me dio ver tu entrada ; ya te imaginas porque .
Lo cuentas divinamente ; tus alumnos tienen mucha suerte de tenerte como profe .
Besos de una parisina en Málaga.
Insuperable post.
Besos
Nela
Magnífica entrada. El impresionismo es un estilo que siempre llama la atención por su manera de plasmar la luz siendo esta la que enmarca las formas y sus reflejos. Hay un cuadro que me llama especialmente la atención el de "la Catedral de Ruán" de Claude Monet donde se plasma especialmente esto que comento.
Felicidades, cada día aprendo más con su blog.
Un saludo :-)
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