Peter Paul Rubens. El Juicio de Paris. Óleo sobre lienzo (199 x 379 cm.). 1639.
Museo del Prado. Madrid.
El Museo del Prado alberga, quizá, la mejor colección de pinturas de desnudos del mundo. Muchas de ellas han pasado por “Salas Reservadas” y algunas fueron condenadas al fuego por lascivas. Veremos en este artículo la historia de algunos de estos lienzos y la relación entre desnudo, moral y poder en España.
En 1831 Prosper Mérimée publicó en la revista “L´Artiste” un artículo sobre el Museo del Prado, muy interesante porque contiene numerosas noticias y opiniones sobre el estado de conservación de los cuadros, las condiciones de acceso o el comportamiento y la extracción social del público. Tras dar un repaso a las principales escuelas pictóricas, se detiene en un espacio “que sólo se enseña a las personas portadores de un billete especial (…), pues contiene todas las desnudeces que hubieran podido asustar a las damas”.
El escritor francés se estaba refiriendo a lo que se conocía como “Sala Reservada”, que se encontraba en el extremo suroriental del piso bajo del museo, junto a la Puerta de Murillo, que contenía más de setenta cuadros. En este lugar estuvieron encerradas, juntas, obras que hoy se encuentran entre las más admiradas y reproducidas, como varias escenas bíblicas y mitológicas de Rubens, Tiziano, Durero, Veronés, Guido Reni, Annibale Carracci o Poussin. Estas obras estuvieron en aquella sala once años (1827-1838), pero sólo fue un período más de entre los muchos episodios de censura y prohibición que habían vivido a lo largo de la historia.
La pintura más veterana en experiencias en lugares de reclusión era la “Dánae” de Tiziano. Dánae era una princesa encerrada en una torre sellada por su padre, el rey Acrisio, temeroso de que se cumpliera la fatal profecía que le auguraba una muerte segura por un nieto suyo. El destino se cumplió, pues Perseo (el hijo que tuvo Dánae con Zeus, que se convirtió en lluvia de oro para yacer con ella) mató accidentalmente a su abuelo.
La suerte de este cuadro parece marcada por la propia historia que narra, y el papel del padre fue interpretado por los sucesivos monarcas que gobernaron España durante trescientos años, en los que la princesa vivió encerrada, no ya en torres, pero sí en salas de acceso sumamente restringidos. Reyes como Felipe II o Felipe IV la contaron entre sus bienes más queridos y estimados, y reservaron para ella sus espacios de placer; otros reyes la consideraron una amenaza pública que era imprescindible mantener alejada de las miradas de la gente; y no faltó quién llegó a proyectar su extinción en una hoguera purificadora.
Tiziano. Dánae recibiendo la lluvia de oro. Óleo sobre lienzo (129 x 180 cm.). 1553.
Museo del Prado. Madrid.
Dánae fue pintada para el primero de sus carceleros, Felipe II, por el pintor veneciano Tiziano, quien la concibió como parte integrante de un conjunto de cuadros mitológicos destinados a un camerino privado. La primera noticia que se conoce sobre ella se encuentra en una carta de 1554 con ocasión del envío de Venus y Adonis:
“Y porque la Dánae, que ya mandé a V.M., se veía toda por la parte de delante, he querido en esta otra poesía variar, y hacerle mostrar la contraria parte, para que resulte el camerino, donde había de estar más agradable a la vista. Pronto os mandaré la poesía de Perseo y Andrómeda, que tendrá una vista diferente a éstas; y también Jasón y Medea”.
Esta obra ha recibido las interpretaciones más variadas, que oscilan entre las que ven en ella una alusión a la Inmaculada Concepción, las que la interpretan como una alegoría de la prostitución o por las que quieren encontrar oscuras referencias al mítico Toisón de Oro.
A diferencia de lo que ocurrió con la princesa mitológica, el cuadro de Tiziano no vivió su clausura en solitario, pues desde muy pronto estuvo acompañado por una colección de maravillosas pinturas de diosas y dioses en carnes, cuyo número osciló mucho a lo largo del tiempo. La fortuna de Dánae y sus compañeras fue muy variada, y sufrió constantes altibajos dependiendo de los gustos estéticos y los criterios morales de sus sucesivos dueños. Así, tras el episodio de aprecio protagonizado por Felipe II, nos encontramos con que su hijo prefirió depositar estos lienzos al cuidado de su guardajoyas, para que no ofendiesen, según un contemporáneo, su modestia y gran virtud. El sucesor, Felipe IV, cambió radicalmente su actitud respecto a las pinturas de desnudo, a las que convirtió en la parte más íntima, personal y querida de sus colecciones.
A principios de los años veinte del siglo XVII se acondicionó el llamado “Cuarto bajo de Verano” en la zona norte del Alcázar de Madrid, para residencia estival del monarca. El erudito romano Casiano del Pozzo dejo una descripción en la que indica que se mezclaban retratos de carácter familiar con cuadros de desnudo, especialmente las “Poesías” de Tiziano, y detallaba que éstos se hacían cubrir, por pudor, cuando pasaba la reina.
En 1636, diez años después, junto a estas salas en las que convivían retratos y dioses mitológicos se localizaba la habitación “en que su Majestad se retira después de comer”, que estaba completamente cubierta con cuadros de Tiziano que tenían como común denominador la inclusión de desnudos: además de las “poesías” aparecen Adán y Eva, Venus con el amor y la música y Tarquinio y Lucrecia. Dedicado este espacio a un uso tan íntimo como el descanso de sobremesa del rey, se hallaba en el extremo de sus habitaciones privadas, convirtiéndose en el lugar más personal y reservado de todo el edificio.
Tiziano. Venus recreándose en la música. Óleo sobre lienzo (148 x 217 cm.). 1547.
Museo del Prado. Madrid.
El último paso de esta evolución se dio en los años cincuenta del siglo, cuando en la zona meridional del palacio se habilitaron una serie de salas a las que se trasladó la colección de desnudos. Son las llamadas ”Bóvedas de Tiziano”, que seguían siendo un lugar dedicado a la intimidad del monarca, y que contenían unas cuarenta pinturas de una calidad muy alta. Diecinueve de ellas estaban atribuidas a Tiziano, ocho a Tintoretto y tres a Veronés. Había también dos obras de Durero (Adán y Eva), Las Tres Gracias de Rubens, cuadros de Jordaens y Luca Cambiaso, etc.
En la época de Felipe IV, Dánae pudo ver cómo crecía constantemente el número de sus compañeras de reclusión a través de una importante labor de adquisición de pinturas. Las más importantes escuelas y los artistas más relevantes se vieron involucrados en esta tarea, que en muchos casos afectó a cuadros de desnudo. Y los medios para conseguirlos fueron muy diversos. A veces llegaron por vía del regalo, como Adán y Eva de Durero, que fueron enviados por la reina Cristina de Suecia, tras su abdicación y marcha a Roma. Él lienzo Lot y sus hijas, de Francesco Furini, uno de los cuadros más sensuales de las Colecciones Reales, fue también un regalo de carácter diplomático que hizo el Gran Duque de Toscana para una ocasión especial: la boda de Felipe IV con Mariana de Austria. La pintura reproduce un famoso incesto bíblico, y el rey español se casaba con su sobrina, que en principio estaba destinada como esposa para su propio hijo. Probablemente fue un regalo sin intenciones, pero es curiosa la relación del casamiento familiar con el incesto bíblico.
Gran parte de los desnudos que incrementaron la colección de Felipe IV llegaron a través de compras o por encargos directos del rey. Éste es el caso del Juicio de Paris, que fue encargado a Rubens hacia 1638, y de cuya realización nos quedan noticias a través de la correspondencia del Cardenal Infante don Fernando de Austria. A través de ella sabemos que el pintor utilizó como modelo a su segunda mujer, Helena Fourment, así como los reparos del Cardenal Infante ante la demasiada desnudez de las diosas, y su interés por hacerlas adecentar. Afortunadamente Rubens se negó en rotundo.
Pero no todos los cuadros de desnudo que ingresaban las Colecciones Reales hacían compañía a Dánae en sus celdas de reclusión. Es lo que ocurría con los que pintaron Rubens y su taller para decorar el palacete de caza conocido como la “Torre de la Parada”, situado en los montes del Pardo y repleto de obras de contenido mitológico. Y es lo que pasó también con la Liberación de Andrómeda, una obra que dejó inacabada Rubens a su muerte y la continuó Jordaens. Sin embargo, este cuadro, lejos de permanecer encerrado, se exhibió en el Salón de los Espejos, uno de los lugares de mayor importancia protocolaria del Alcázar de Madrid. Sin duda, debido a la gran densidad de connotaciones heroicas que tenía la historia que narraba, la cuan durante mucho tiempo se ha considerado alegoría de la responsabilidad del príncipe hacia su patria y su religión. En el siglo XVIIII, cuando desaparecieron esas asociaciones, la pintura fue considerada indecente y apartada de la vista pública.
Alberto Durero. Adan y Eva. Óleo sobre tabla (209 x 81 y 80 cm.). 1507. Museo del Prado. Madrid.
Durante sus primeros doscientos años de existencia, Dánae había llevado una vida plácida y feliz. Es verdad que apenas había visto la luz y muy pocos la disfrutaban. Pero estos escasos espectadores se contaban entre los personajes más poderosos de la tierra, y todos ellos la habían admirado y querido como el mayor de sus tesoros.
En el siglo XVIII, el siglo de la razón, la lógica y la ciencia, parecía que la idea de belleza triunfaría y la sacarían de su ostracismo. Sin embargo, la realidad fue distinta, y Dánae contempló un auténtico vuelco en su situación. Ya no era la joya que se guardaba porque se amaba, y a la que se destinaba el refugio más íntimo de los aposentos reales. Ya no era el secreto que cada uno de sus dueños sucesivos desvelaba de forma cómplice a sus más ilustres visitantes. De repente se convirtió en un peligro público, que amenazaba con extender la impureza moral. Y dejó de ser querida y de habitar en santuarios de pintura, y pasó a ser perseguida y amenazada, y a vivir en auténticas cárceles y lazaretos de cuadros.
El acontecimiento inicial fue la decisión de Carlos III en 1762 de seleccionar las pinturas más lascivas de su colección para hacerlas quemar. Semejante iniciativa del que se considera ejemplo de monarca ilustrado puede sorprender actualmente. Pero en el fondo cuadra muy bien con otros datos sobre su perfil psicológico y su moral sexual, y también con su sentido de la responsabilidad, que le movía a dar ejemplo y a desterrar cualquier objeto o acción que consideraba perniciosa para la moral publica. Tampoco fue un monarca con un gusto demasiado arraigado por la pintura. Por otro lado, hay que tener en cuenta que el papel del funesto oráculo que predijo a Acrisio su desgracia, fue probablemente desempeñado ante el rey español por el padre Eleta, ”Fray Alpargatillas” su confesor y guía espiritual, quien le predispondría contra esas mujeres desnudas que sólo sirven para excitar a la concupiscencia.
El responsable de seleccionar los cuadros fue Mengs, una de las figuras claves del arte de su época. Afortunadamente logro convencer al marques de Esquilache para que disuadiese al rey de sus propósitos purificadores. Para ello argumento que se trataba de cuadros con grandes posibilidades para el aprendizaje de los colores. Pero aunque no perecieron en la hoguera, estas pinturas fueron confinadas en la llamada “Casa del Rebeque”, situada en el extremo del palacio, donde tenía su estudio el pintor de Cámara. El inventario realizado a la muerte del rey aclara la identidad de estas pinturas: “Dánae”, “Venus recreándose en el amor y la música”, “Venus recreándose en la música”, “Venus y Adonis” y “Venus dormida”, de Tiziano (la última desaparecida en el siglo XIX); “Venus, Adonis y Cupido”, de Annibale Carracci, “Andrómeda liberada por Perseo”, “Las tres Gracias”, “Diana y Calisto” y “El juicio de Paris”, de Rubens; “El tocador de Venus”, de Francesco Albani; e “Hipomenes y Atalanta”, de Guido Reni.
Annibale Carracci. Venus con Cupido, descubierta por Adonis. Óleo sobre lienzo.1590.
Museo del Prado. Madrid.
Pero su confinamiento no había arrancado estos cuadros de la memoria de los aficionados al arte, y en 1792 Bernardo de Iriarte y el marqués de Santa Cruz consiguieron el depósito de 24 pinturas de desnudo en la Academia de San Fernando, con objeto de facilitar el estudio del colorido, que era una parte de la pintura tradicionalmente asociada a este tema pictórico.
Aunque desde época muy temprana se formó la leyenda de que la intención previa de Carlos IV era imitar a su padre y hacerlas quemar, la documentación niega esta versión y prueba la iniciativa académica. La Academia intentó dar cierta proyección semipública a esta colección de desnudos, pero sus propósitos fueron abortados por el rey, que insistió en que se mantuviesen encerrados en una sala reservada cuyo acceso era sumamente restringido.
La estrecha relación que ha habido siempre en España entre desnudo, moral y poder justifica que con el cambio de régimen se modificara también el estatus de esta colección de lienzos. Así, José Bonaparte en vez de seguir manteniéndolos encerrados, decidió exponerlos públicamente para que sirvieran de “estudio a los discípulos de la Academia, de examen e imitación a los profesores y de complacencia a los amantes de las Bellas Artes”. El mismo eligió tres de esas obras para su residencia de la Casa de Campo.
El fin de la Guerra de la Independencia supuso la reanudación del confinamiento de los cuadros, que permanecieron en la Academia hasta que en 1827 fueron reclamados por el Museo del Prado e instalados en la sala que visitó Mérimée. Once años después, los responsables del Museo decidieron exponer las pinturas a la vista del público, e integrarlas en las salas generales.
Pero la disolución de la Sala Reservada no significó la exposición pública de Dánae, que parecía destinada a vivir siempre en una torre en la que sólo pudiera ser visitada por unos pocos elegidos. El penúltimo episodio de esta historia pendular de aprecios y rechazos se localiza en el “Gabinete de descanso”, que estaba situado en uno de los lugares más hermosos del Museo, una gran sala con amplios ventanales que miran al Jardín Botánico. Era un espacio destinado al solaz de los reyes en contadísimas ocasiones en que visitaban el Museo, y en él Dánae compartía paredes con las dos Venus y la música de Tiziano.
Francesco Furini. Lot y sus hijas. Óleo sobre lienzo (123 x 120 cm). 1640.
Museo del Prado. Madrid.
Sólo añadir que no sólo los reyes poseían desnudos y los confinaban en habitaciones reservadas. Los nobles siguieron el mismo ejemplo en una tradición ininterrumpida desde la segunda mitad del XVI hasta principios del XIX. Antonio Pérez, el famoso secretario de Felipe II, inaugura la serie de salas de desnudos que poseía en su residencia suburbana junto a Atocha, en la que había joyas como “Adán y Eva” de Tiziano y varios de los famosos “Amores de Júpiter” de Corregio. En el siglo XVII el Almirante de Castilla tenía su casa del Prado de San Jerónimo organizada como un auténtico museo, con obras de Ribera, Rubens. Algo parecido ocurría en el palacio de los Condes de Altamira, que tenía una magnífica colección que había formado el marqués de Leganés en época de Felipe IV. Pero gabinete secreto más famoso era el del todopoderoso Godoy, que contenía obras maestras de la talla de la “Venus del espejo” de Velázquez, las “Majas” de Goya o “La Escuela del amor” de Corregio.
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Texto basado en el artículo de Javier Portús “Los cuadros secretos del Prado”, publicado en la revista Descubrir el arte, mayo 1999; año I, número 3.
Peter Paul Rubens. Las tres Gracias. Óleo sobre lienzo (221 x 181 cm.). 1636-39.
Museo del Prado. Madrid.
BIBLIOGRAFÍA:
- GEORGE, B.: “Las lágrimas de Eros”. Tusquets. Barcelona, 1977.
- KENNETH, C.: “El desnudo. Un estudio de la forma ideal”. Alianza Ed. Madrid, 1981.
- PORTÚS, J.: “La Sala Reservada del Museo del Prado y el coleccionismo de pintura de desnudo en la Corte española, 1554-1838”. Museo del Prado. Madrid, 1998.
- VV.AA.: “El desnudo en el Museo del Prado”. Fundación de Amigos del Museo del Prado y Círculo de Lectores”. Madrid y Bacelona, 1998.
22 comentarios:
Hipocresía y doble moral. Mientras se prohibían estas y otras obras para que la gente común no cayera en el pecado, reyes y nobles disponían generosamente de desnudos para su solaz y esparcimiento.
Un saludo.
Paco veo que has vuelta con fuerzas de tus vacaciones romanas. Leyendo esta entrada me he imaginado a Felipe IV, mujeriego y amante del arte como pocos, uniendo sus dos pasiones en aquellos salas prohibidas sólo dignas de Reyes y el consecuente escándalo de la Santa Inquisición...igualito que en la película del "Rey Pasmado".
Un abrazo.
Bueno, claramente, debe reconocerse que "Cabezas de termo" hubo en todas las èpocas.
Aquì, en Argentina, durante un gobierno militar, se mandò pintarles corpiños a las estatuas de Lola Mora!!!
Un abrazo.
Paco gracias por su visita una vez vuelto a la normalidad después de las vacaciones interesante entrada sobre el arte del desnudo.
Un Cordial Saludo desde Creatividad e imaginación fotos de José Ramón
Paco. Saludos. El fallecimiento de Juan Diego me dejó helado y muy triste. No lo conocía personalmente, pero he aprendido mucho de sus trabajos. Un saludo y salud. Pepe Oliver
Amigo Don Paco,
Vd. es un hombre y Profesor imprescindible. Muy interesante esta explicación sobre los desnudos del Museo del Prado. Creo yo que eso ocurre con todos los museos, en función de la moral imperante del momento. Este verano he tenido oportunidad de verlos in situ y la verdad es que no hay nada más espiritual que un desnudo, como puede serlo la Dánae de Tiziano, que preside el comedor de mi casa desde hace ya muchos años. Se trata de una reproducción que compré hace ya muchos años en una visita al Prado.
Siga Vd. deleitándonos son sus explicaciones tan interesantes siempre. Le prometo que en mi próxima reencarnación le pediré a los dioses inmortales que me reencarnen en un discípulo, o mejor discípula, suyo, para tener la oportunidad de disfrutar in uiuo [in vivo] de sus explicaciones.
Juno a mi admiración sincera, le envío un abrazo desnudo, pero, entiéndaseme bien, de hombre a hombre, no como el que desearía darle Paris a una de las diosas del famoso Juicio.
Antonio
Impresionantes ejemplos nos trae en su entrada. Los Austrias tenían una buena colección de obras de arte de este tipo si bien algunas pudieron perderse en el fuego de 1734 que destruyó el Real Alcázar de Madrid. Como bien comenta algún comentarista de la entrada, había una doble moral para los españoles del siglo XVII, el tema del desnudo en el arte estaba limitado por conceptos de moralidad, poder y estética, pero nuestro Felipe IV, como buen mujeriego que era, tenía una colección en sus salas privadas :-))
Interesante entrada, un auténtico placer visitar su blog y empaparse de tanta sapiencia.
Un abrazo.
Hola Paco:
Ya sabes la doble moral que existía o existe aún sobre cuadros de desnudos.
Incluso en la red, o las redes sociales...
Como siempre, una entrada de mi mayor interes.
Saludos Paco
Un desfile nudista muy completo con nombres y apellidos. La moral es cambiante espero no los escondan otra vez. El desnudo es natural.
Algunos los conocía otros no.
Te estoy sigueindo en Twitter. Si ves una Katy esa soy yo:)
Saludos
Hola Paco!! Me alegro que hayas vuelto. Extrañaba estas exposiciones magníficas. Haber escondido esas obras de arte viéndolo desde el punto de vista actual, es terrible, pero en aquellos tiempos los desnudos no se tomaban de la misma forma. Ahora por fin están para ser apreciados.
Besosssssssss
Paco, tus estudios siempre tienen enjundia. Es una suerte haber llegado a tu blog y disfrutarlo.
Buena selección de desnudos. La verdad es que el museo del Prado es uno de los mejores del mundo. Te deseo un buen comienzo de curso.
Un abrazo.
Y de hecho hay "integristas de la moralidad" que quieren tapar las vergüenzas a obras tan grandes como el David...
Menos mal que no les hacemos caso, que si no.
Un abrazo¡¡¡
Interesantísima entrada. Hace poco leía un breve artículo sobre la polémica cortesana de los desnudos en el tiempo de los Austrias.
Un abraz y feliz comienzo de curso.
Los grandes museos del mundo tienen la mala suerte de no poder exponer todo lo que podrían. Son como icebergs, con una pequeña parte visible y otra invisible de una enorme profundidad y riqueza.
Un saludo.
¡Bendito Mengs! Si no llega a ser por él estas joyas del Arte se hubieran perdido para siempre. Carlos III sería muy ilustrado, pero la influencia de Fray Alpargatillas no era muy edificante.
Mientras leía esta entrada recordaba la novela de Torrente Ballester "Crónica del rey pasmado" y Gabino Diego con su cara de lelo mirando las "pinturas prohibidas".
Un abrazo
Paco me encanta tu espacio, la pintura es una de mis debilidades, y si ver los desnudos les parecían en siglos pasados poco más que pecado, es que sus mentes eran retorcidas y sin descubrir la verdadera belleza de un desnudo.
Gracias por tu visita , siempre me honra.
Con ternura
Sor.Cecilia
Paco, gracias a tu visita pude llegarme hasta aquí y conocer este interesante sitio donde se respira y se contempla el Arte -con mayúsculas-. Y me quedaré para seguir disfrutando de la historia y la pintura. Un fuerte abrazo!!!
Hola Paco, un placer saludarte y decir que tu espacio interesantisimo como siempre, felicidades.
Te conte que desde el 27 de marzo vivo en Italia, estoy contentisima y muy feliz.Dime como pasaste tu cumple, yo muy bien.y a Cayetano tengo que preguntarle,pero creo que debe haber pasado muy lindo.
Gracias por tu gratisima visita.
Un abrazo
Tu entrada es un auténtico placer un plato para sibaritas.
Es curioso ver como las pinturas que antes ruborizaban ahora se quedan cortas ante lo que pueden contemplar nuestros ojos y tolerar nuestra moral, en fin los tiempos han cambiado, ¿o no?...
Un beso
Muy pero que muy interesante Paco las historias de estas pinturas que hubiera sido una pena y las faltó poco para ser quemadas en la hoguera, sucesos de este tipo se han dado ya con cierta asiduedad en la historia, principalmente quema de libros.
Saludos.
Eduardo (Crónicas de Torrelaguna)
Me gusta la belleza de esas obras de arte, las visualizo tan sinceras y puras.
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