Alonso Berrguete. Sacrificio de Isaac del Retablo de San Benito. Madera policromada. 1527-63. Museo Nacional de Escultura. Valladolid.
Desde comienzo del siglo XVI la escultura, profundamente goticista por influjo francés (borgoñón) y sobre todo flamenco, empezó a reflejar el influjo renacentista, por los mismos motivos que la arquitectura y con el mismo impulsor (la monarquía). Pero ambas estéticas coexistieron durante algún tiempo hasta que se impuso la segunda. La escultura es más popular que la arquitectura, por eso lo gótico fue más difícil de eliminar y por eso el sentido clásico tampoco llegó a cuajar demasiado en el gusto popular, más acorde con la espiritualidad gótica o el teatralismo y el drama del barroco. Por eso la escultura del siglo XVI en España nunca pierde este sentido español, ligado a la Edad Media por la religión y al expresionismo por lo efectista.
En cuanto a los materiales se usó el mármol y el alabastro y, en menor medida, el bronce. Pero es la talla en madera la que va creciendo cada vez más por su economía y por su menor esfuerzo en la talla. Después estas tallas serán policromadas y algunas recibirán el estofado típico español, paliando así la relativa pobreza del material.
La escultura española se caracterizará por el predominio absoluto de lo religioso y el rechazo de lo profano y mitológico. El tema religioso se presentará de modo expresivo, directo y realista, siendo para ello la madera policromada el material que mejor se ajuste a ese espíritu religioso. De madera se harán los retablos, las imágenes religiosas y las sillerías de coro, mientras que la piedra se utilizará para los monumentos funerarios. Podemos dividir la evolución de la escultura española en tres etapas, que coinciden los tres tercios del siglo XVI, pero sólo nos pararemos en la segunda etapa, en los años centrales del siglo, donde coinciden los mejores escultores: Alonso de Berruguete y Juan de Juni.
1) 1º Tercio del siglo XVI.
La penetración del Renacimiento se dio por varios conductos: importando obras de Italia, sobre todo florentinas, por los modernos nobles de turno. Otra vía fueron los escultores italianos que vinieron con toda su carga renacentista de Italia a trabajar aquí en los primeras años del siglo XVI.
Pietro Torrigiano. San Jerónimo Penitente. Terracota policromada. 1525.
Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Entre los escultores extranjeros en España se encuentran Doménico Fancelli (Sepulcro de los Reyes Católicos de la Catedral de Granada), Pietro Torrigiano (San Jerónimo penitente del Museo de Bellas Artes de Sevilla) Y Jácopo Florentino. Autores castellanos son Felipe Bigarny (nacido en Borgoña, hace el Retablo y Sillería de Coro de la Catedral de Toledo y el Retablo de la Capilla del Condestable de la Catedral de Burgos), Vasco de la Zarza (Sepulcro del Obispo Alonso de Madrigal de Ávila), Bartolomé Ordoñez (Sepulcro de Felipe el Hermoso y Juan la Loca en la Capilla Real de la Catedral de Granada), Diego de Siloé (Retablo de la Capilla del Condestable de la Catedral de Burgos), así como los aragoneses Damián Forment (Retablo Mayor de la Basílica de El Pilar de Zaragoza) y Gabriel Joly (Retablo de la Catedral de Teruel).
Felipe Bigarny. Retablo Mayor de la Catedral de Toledo. Madera policromada.
2º Tercio del siglo XVI.
Los escultores imprimen ahora a las formas renacentistas una serie de características peculiares, tendentes a expresar mejor la intensa espiritualidad religiosa, sobre todo en Castilla. El Renacimiento frío, elegante y esceta se quedaba corto para expresar tanto sentimiento. Para ello se sirvieron de madera policromada para imágenes y retablos, relegando el alabastro sólo para la estatuaria funeraria. La madera permite una talla fácil, unos tintes expresivos y un retorcimiento de formas que el alabastro lo hace mucho más difícil.
Así, el período central del siglo, conoce el momento de máximo esplendor de la escultura renacentista española, especialmente castellana, gracias a la labor de algunos artistas geniales, como Alonso Berruguete y el francés Juan de Juni. Ambos se educaron en Italia. Berruguete es el gran intérprete del manierismo del alargamiento, heredado de Donatello y del mundo florentino; sus imágenes son estilizadas y secas. Juan de Juni, en cambio, se muestra partidario del manierismo de la cuadratura, tallando personajes anchos y musculosos, inspirados en Miguel Ángel y en sus creaciones romanas. Estas diferencias formales se unifican al animar la pasión interior de sus santos, pues ambos artistas hacían piezas desgarradas y doloridas, presentándolas en violentas contorsiones e inestables posturas. Ambos hicieron retablos, pasos procesionales, sillerías de coro y sepulcros; dominaron el mármol, la piedra y el barro, pero al material que sacaron mayor partido fue a la madera, encarnada con tonos pulimentados y brillantemente estofada sobre fondos cuajados de oro.
Alonso Berruguete. Martirio de San Sebastián. Retablo de San Benito. Madera policromada. 1527-63. Museo Nacional de Escultura. Valladolid.
El escultor más importante de este época fue Alonso Berruguete (1489-1561). La superioridad de Berruguete sobre los artistas de su tiempo fue ampliamente reconocida por la clientela y por el pueblo castellano. Fue hijo del pintor Pedro Berruguete, de quién hereda el talento y la pasión por el arte italiano. Marchó pronto a Italia y a su regreso se afincó en Valladolid, formando allí un estilo de honda expresividad a base de la distorsión y el alargamiento de las figuras, desdeñando la belleza de las mismas en aras a una mayor intensidad religiosa. Puede por eso considerársele como precursor del Barroco. También hay elementos en su escultura que le vinculan al Manierismo como el movimiento ascendente o línea serpentinata y la actitud inestable de todas sus figuras. En general, sus figuras son huesudas, gesticulantes y nerviosas.
Antes había fracasado como pintor real, pero en Valladolid triunfó clamorosamente en el campo de la escultura, al transmitir a las formas italianas el fuego del alma, que reclamaban los místicos españoles para la imaginería policromada. A partir de 1523, las órdenes religiosas, los altos dignatarios eclesiásticos y los banqueros enriquecidos le convirtieron en su retablista predilecto. Los numerosos encargos que recibe le obligan a fundar un gran taller par dar rápida salida a las obras, que Berruguete dirige como un hombre de negocios, diseñando el proyecto y dejando la ejecución en manos de sus aprendices. Esto tal vez explica las incorrecciones de algunas de sus tallas, ante la presión de trabajar tan deprisa.
Alonso Berruguete. Adoración de los Magos. Retablo de San Benito. Madera policromada. 1527-63. Museo Nacional de Escultura. Valladolid.
Su actividad se inicia en 1525 con el Retablo de San Benito en Valladolid al que pertenecen varias tablas conservadas en el Museo de Escultura de esta ciudad, tablas como el San Sebastián, con el tórax muy alargado y un movimiento muy contorsionado, telas de menudos plegados y en general una anatomía deformada y expresionista con las costillas resaltadas, con la fealdad acentuada pero de honda espiritualidad, o el Sacrificio de Isaac, donde es visible el canon alargado, la línea serpentinata y el hondo expresionismo. Este dinamismo que alentó su vena artística se explayó en la Epifanía de la Iglesia de Santiago en Valladolid, de gran movimiento y agitación también. Todos sus retablos están acotados por balaustres y albergan una legión de imágenes crispadas, descarnadas y espiritualmente alargadas, al utilizar como canon diez medidas del rostro. La fama le lleva a Toledo, donde el Cardenal Tavera le encarga la mitad de la sillería alta del Coro de la Catedral de Toledo; la otra mitad quedaba reservada para Felipe Bigarny. Hace 35 sitiales en nogal con personajes del Antiguo Testamento en el respaldo y otros tantos tableros de alabastro par la cornisa arquitectónica con representaciones de la genealogía temporal de Cristo: reyes, patriarcas, y profetas bíblicos. También es suyo el grupo de la Transfiguración en la silla episcopal que remata el coro anteriormente citado, realizado en alabastro y que anticipa ya efectos barrocos tanto por diseño y composición como por el dinamismo y la honda expresividad de sus figuras, expresividad que nada tiene que ver con el Renacimiento italiano. Una de sus últimas realizaciones es el Sepulcro del Cardenal Tavera, donde se modera en su expresividad (por la utilización del alabastro por ser una escultura funeraria) y esculpe una sobria pero impresionante figura del yacente.
Alonso Berruguete. Sepulcro del Cardenal Tavera. Mármol. 1551-1561. Hospital Tavera. Toledo.
Otro gran escultor de la escuela vallisoletana es el francés Juan de Juni (1507-1577), el cual se sintió atraído por lo colosal hasta extremos de efectos teatrales casi barrocos. Es el polo opuesto a Berruguete y su nerviosismo, por su afán de perfección, lentitud en el trabajo, gusto por las formas amplias y musculosas, y no huesudas. Su clasicismo formal inicial pronto perdió rasgos renacentistas para incorporar juegos manieristas y prebarrocos. Las figuras de Juan de Juni suelen entrelazarse unas con otras y dialogar entre sí y con el espectador. Su estilo aglutina tres sensibilidades: de Borgoña, su región natal, capta el dinamismo de los paños con que los escultores locales envuelven su pesadas figuras; de Italia aprende a redondear los perfiles de las telas, así como el clasicismo de Miguel Ángel; en España se acomoda al brío fogoso de la religiosidad castellana, tan alabado por sus contemporáneos.
Llegó a España en 1533, trabajó en León, Medina de Rioseco y Salamanca, para establecerse en Valladolid. Su principal realización ya la hizo aquí: el Grupo del Entierro de Cristo, hoy en el Museo de Valladolid, obra de un dramatismo solemne, de hondo patetismo, estudiada composición simétrica y cerrada y cuyas corpulentas figuras son la antítesis de los estilizados tipos de Berruguete. Juni presenta un drama teatral, donde la Virgen, San Juan, las Marías y los Santos Varones, con perfumes y toallas, proceden al embalsamiento del cadáver de Jesús, que yace tendido en el féretro. Las emociones de los personajes sacros mueven a la aflicción; pero no contento con este recurso, introduce un latigazo sorpresivo que mantiene en vilo al espectador, obligándole a participar en la acción dramática: sucede cuando José de Arimatea ofrece una espina de la corona al visitante. En un detalle podemos observar la expresividad y el realismo, el patetismo y la fealdad naturalista de sus figuras y la fina y delicada policromía para compensar el material pobre de la talla.
Juan de Juni. Grupo del Santo Entierro de Cristo. Madera policromada. 1540.
Museo Nacional de Escultura. Valladolid.
Las aportaciones de Juni se extienden también al campo del retablo. En 1545 contrata el Retablo de la Iglesia de Santa María de la Antigua de Valladolid, donde renuncia a la tradición plateresca, sustituyendo por vez primera en Castilla el balaustre por columnas corintias de fuste estriado. El manierismo arquitectónico vibra en su ensambleje, hasta el punto de que los santos pugnan por no morir de asfixia, aplastados por los intercolumnios.. El desbordado dramático que tensa todo el conjunto culmina en el desgarrado episodio del ático, con la Virgen desmayada bajo la cruz. También hace el Retablo del Entierro de Cristo de la Catedral de Segovia, con la escena central compuesta con un maravilloso equilibrio, a la manera de un medallón, flaqueado por unas figuras de guerreros oprimidos por las nobles columnas corintias. En su etapa final destaca la Virgen de las Angustias (1570) en la iglesia del mismo nombre de profundo sentimiento. Se convertirá en el prototipo de las vírgenes procesionales del Barroco y resume el apaciguamiento que sufrió el estilo de Juan de Juni en la fase final de su vida.
Juan de Juni. Virgen de las Angustias. Madera policromada. 1567. Iglesia de Nuestra Señora de las Angustias. Valladolid.
3º Tercio del siglo XVI.
Tras la adaptación que Berruguete y Juan de Juni hicieron de las formas renacentistas hacia la religiosidad y el gusto popular español, la escultura del último tercio del siglo XVI permaneció en esta línea hasta entroncarse de lleno con la estatuaria barroca. El paso de una a otra en el umbral del 1600 es más un convencionalismo académico que una diferencia neta. La fusión es suave, sin cambios bruscos puesto que la diferencia es sólo de grado y donde las principales características antes citadas en el Barroco se amplifican pero manteniendo la misma línea.
Ejemplos de estos escultores religiosos españoles son Gaspar Becerra (Retablo de las Descalzas Reales de Madrid, hoy destruido, y Retablo de la Catedral de Astorga) Juan de Arfe (Custodia de la Catedral de Sevilla) y Juan de Anchieta.
Pero, como en la arquitectura, también El Escorial, va a representar un importante cambio en la escultura española. Deseoso de obtener efectos de solemnidad material en materiales perdurables, Felipe II reunió a broncistas y escultores en mármol italianos. León y Pompeyo Leoni, padre e hijo, artistas de indudable calidad, realizarán no sólo escultura religiosa para el Retablo Mayor del Monasterio escurialense, sino también retratos heroicos, medallas y alegorías, obras todas de carácter profano. León Leoni hace el bronce alegórico de Carlos V dominando el furor y Pompeyo Leoni las estatuas sepulcrales de Carlos V y Felipe II orando con sus familias en la Iglesia de El Escorial.
León Leoni. Carlos V venciendo al furor. Bronce. 1555. Museo del Prado. Madrid.