Retrato de Hieronymus Bosch. Atribuido a Jacques Le Boucq. Sobre 1550.
Biblioteca Municipal de Arrás.
La capacidad del pintor flamenco conocido como El Bosco para imaginar mundos fantásticos, le convirtió en un creador de obras maravillosas y extravagantes que, cada día más, deslumbran por su sorprendente originalidad y sigue atrapando y fascinando a artistas y espectadores.
Muy pocos datos se conocen de él. Lo cierto y real es que Jeroen Van Aeken, esto es, Jerónimo de Aquisgrán (1453-1516), si traducimos su nombre al castellano, perteneció a una familia de pintores (su abuelo era el pintor Jan Van Aeken) establecida en Hertogensbosch o Bois-le-Duc, esto es el Bosque del Duque, desde hacía bastante tiempo. No era el primogénito, por lo que debió abrir taller propio en vez de heredar el del padre. A pesar de los pocos datos que tenemos del pintor, sabemos que obtuvo un éxito rápido en su entorno. Casó con Aleyt que pertenecía a una familia bien situada económicamente y que aportó al matrimonio diversos terrenos. Su correcta inserción social se manifiesta en la entrada en la selecta cofradía de Nuestra Señora de su ciudad, relacionada con la Congregación de Windesheim, asociación religiosa que seguía la inspiración mística señalada por Ruysbroeck, y que también influyó en la formación de gentes importantes, como el gran humanista y eclesiástico Erasmo de Rotterdam.
La ciudad era un notable agrupamiento urbano que dependía directamente de los duques de Brabante, cargo que recae ahora en Felipe el Hermoso, hijo de Maximiliano de Austria y Margarita de Borgoña. Se estaba levantando la iglesia colegiata, luego Catedral, dedicada a San Juan, con una ambiciosa cantería religiosa. También se estableció una imprenta que publicó diversas obras, algunas de las cuales pudieron fácilmente llegar a las manos del pintor y de sus mentores, cuando los hubo, sirviéndoles de apoyo intelectual. Por otro lado, era corta la distancia que la separaba de Bruselas, Amberes, Malinas o Utrecht. Poseían casa los Hermanos de la Vida Común, responsables principales de esa actitud mental, influyente en el país y consiguiendo en España una notable resonancia. En ella estudió, bien a su pesar, un Erasmo de Rotterdam joven y también se iluminaban libros para la venta. Es de destacar esto, porque no fue el único lugar donde sucedió, de modo que Bosco tuvo a su disposición manuscritos iluminados, con decoración marginal del tipo creado por el Maestro de María de Borgoña hacia 1480. Fue una de sus fuentes iconográficas mayores, aunque siempre tuvo la capacidad creadora de recrear transformando todo lo que pasaba por sus manos. Así, su arte singularísimo también parece partir, estilísticamente, del humorismo de las miniaturas y viñetas satíricas del siglo XV.
El Bosco. La curación de la locura. Óleo sobre tabla. 1474-85. Museo del Prado. Madrid.
Durante cierto tiempo los documentos de su ciudad le llaman tan sólo Jeroen Van Aeken, pero en 1504 recibe un importante encargo del propio Felipe el Hermoso en Bruselas. En el contrato a su nombre se añade: “llamado Bosch”. Un poco después, se dice en un documento procedente del archivo de la Cofradía de Nuestra Señora: Jeroen Van Aeken, que firma Bosch. Esto es, que desde una fecha indeterminada, anterior a 1504, fuera de la ciudad era conocido y se le encargaban obras, mientras su nombre propio era sustituido por el del lugar de donde procedía. Su fama ligada a ese apelativo le lleva desde entonces a firmar Jheronimus Bosch. Fue, por tanto, un artista sólidamente establecido en su ciudad natal, bien considerado como artista y como ciudadano, pero su fama y prestigio como pintor alcanzó al conjunto de los Países Bajos y, casi con seguridad, era conocido en Italia y España antes de morir. Importantes nobles y casas reales tenían obras suyas.
¿Cuál fue la razón de su éxito? Caben pocas dudas sobre la respuesta: la originalidad de sus planteamientos iconográficos y la capacidad de imaginación creadora de un mundo fantástico sin paralelos en la pintura sobre tabla y sólo parcialmente presente en las zonas marginales de los manuscritos iluminados. Más difícil es responder a las siguientes preguntas: ¿qué significado o sentido tenían estas obras maravillosas y extravagantes? ¿Eran apropiadas como retablos para situar tras el altar de una iglesia o un oratorio?
El Bosco siempre intentó zaherir los vicios de las sociedad contemporánea y la relajación que se había apoderado de las órdenes monásticas, pero también a describir las debilidades a que el hombre está constantemente expuesto, y que lo convierten en fácil presa de las asechanzas del maligno, lo cual sitúa su producción en un plano moral e intelectualmente superior a la de la mayoría de los artistas de su tiempo. La intención del Bosco surge de sincerísimas convicciones cristianas, y su actitud fustigadora de las frivolidades y vicios que degradan al hombre es la misma que adoptó en muchos de sus escritos Erasmo, intentando ambos poner remedio a la prolongada crisis moral y religiosa que turbaba a Europa, y de evitar el rompimiento de la agitación religiosa alemana con Roma. Fue, entonces, El Bosco un pintor de mentalidad grave y complicada, que se sintió capaz de evocar en su pintura, en todo su insidioso carácter, las fuerzas del mal, y no se privó de representarlas incluso en su propia morada, el infierno, valiéndose para ello de toda la caterva de seres malignos imaginarios que en sus figuraciones plásticas había creado el arte de la Edad Media.
El Bosco siempre intentó zaherir los vicios de las sociedad contemporánea y la relajación que se había apoderado de las órdenes monásticas, pero también a describir las debilidades a que el hombre está constantemente expuesto, y que lo convierten en fácil presa de las asechanzas del maligno, lo cual sitúa su producción en un plano moral e intelectualmente superior a la de la mayoría de los artistas de su tiempo. La intención del Bosco surge de sincerísimas convicciones cristianas, y su actitud fustigadora de las frivolidades y vicios que degradan al hombre es la misma que adoptó en muchos de sus escritos Erasmo, intentando ambos poner remedio a la prolongada crisis moral y religiosa que turbaba a Europa, y de evitar el rompimiento de la agitación religiosa alemana con Roma. Fue, entonces, El Bosco un pintor de mentalidad grave y complicada, que se sintió capaz de evocar en su pintura, en todo su insidioso carácter, las fuerzas del mal, y no se privó de representarlas incluso en su propia morada, el infierno, valiéndose para ello de toda la caterva de seres malignos imaginarios que en sus figuraciones plásticas había creado el arte de la Edad Media.
El Bosco es uno de los últimos representantes de una extraordinaria tradición pictórica que se origina en los Países Bajos con Robert Campin y los hermanos Van Eyck y que sigue produciendo frutos excelentes, como Memling, Van der Weyden o Gerard David, cuando comienza a trabajar. En el taller paterno, quizás, debió aprender el oficio, técnicamente espléndido, capaz de obtener todas las ventajas del uso del óleo, y de llevar a cabo trabajos delicados y minuciosos, donde el uso de las veladuras permitía efectos de transparencia y tonalidad excelentes. El Bosco dominó esta técnica y la utilizó siempre que lo consideró conveniente, pero no tuvo inconveniente en ser menos preciso que los demás, mientras ganaba en efectos lumínicos y brillos inesperados, al servicio de unos efectos temáticos en los que se apartó muchas veces de sus contemporáneos. Siempre se habla de la técnica prodigiosa de los maestros flamencos, mientras apenas se menciona cuando es El Bosco el comentado. La razón es doble: no la cuidó tanto como los otros y el interés que sigue despertando se debe a la manera de presentar su temática.
Siempre utilizó una técnica miniaturista y un lenguaje simbólico, inspirado en los refranes y canciones populares, que a los ojos actuales parece enigmático, pero que en su época era de fácil interpretación. Este autor se mueve entre la sátira popular del Medievo y la moral propugnada por los humanistas del Renacimiento. Hace una crítica intensa a todos los vicios de la época, realiza una pintura satírica, mordaz, a veces humorística y caricaturesca, reflejo de la corrompida sociedad del momento, forjando una visión pesimista de la existencia humana, donde la salvación sólo es posible mediante el control de las pasiones.
Faltos de una base cronológica cierta, los modernos estudiosos de su arte sólo por deducción han podido establecer en él varias etapas. Su primera etapa va de 1475 a 1489, donde, entre otras, destaca “La Curación de la Locura”, del Museo del Prado. Es un tema continuamente repetido en la pintura de los Países Bajos. En esta obra aparece un curandero trepanándole los sesos a un loco en una operación mágica. El "médico" tiene un embudo en la cabeza para ridiculizar a los científicos prepotentes (rechazo al progreso médico). Aparece un monje supervisando la operación como si la Iglesia patrocinara y permitiera esta profanación. Aparece una mujer con un libro en la cabeza porque la mujer es la representación del pecado y en este caso el pecado es la ciencia, querer saber más que Dios. Es más importante su pintura por toda esta temática que por su forma. El paisaje tiene un sentido poético, mágico incluso, son fondos manipulados en función de la escena principal. El dibujo es poco mañoso aún. No quiso aprender a pintar bien porque no le interesaba.
En “La Coronación de espinas” (National Gallery de Londres) crea un clima de opresión en torno a Jesús con la presencia de cuatro personajes de fuerte personalidad y rasgos genéricos y tópicos, aunque no falte la impresión de retrato. Pero ni aún aquí faltan los signos “extraños”. ¿Por qué la media luna sobre el tocado del judío o el collar con púas del soldado?
Estos valores formales destacan aún más en el extraordinario tríptico de “La adoración de los magos”, obra maestra y autógrafa del artista que la firma en su tabla central, abajo a la izquierda. En este cuadro se manifiesta como un pintor más conocedor de la técnica pictórica. Parece un cuadro religioso, pero en el fondo nos volvemos a encontrar con la irrealidad. Es un cuadro de gran pesimismo, muestra a unos reyes ambiguos, como distantes y amenazadores. A la izquierda y la derecha están los donantes y en el centro la Adoración de los Reyes. Detrás del portal hay un enfrentamiento de tropas que nos indican que detrás de la paz de la religión hay una gran violencia por parte de los hombres.
El Bosco. Adoración de los Magos. Óleo sobre tabla. 1510. Museo del Prado. Madrid.
Cuando se cierra se hace visible un nada común “Misa de San Gregorio” a la grisalla, donde oficia el papa tonsurado, mientras su tiara es sostenida por un franciscano que asoma a la derecha. Asisten dos individuos, coloreados, como es lo común, pero tan diferentes a los donantes que se arrodillan en los laterales abiertos, que, bien han añadido después, bien representan al mismo individuo en otro momento de su vida, bien se trata, como se ha dicho en el caso del anciano, del padre de quien hizo el encargo. No falta el Cristo paciente tras el altar y un entorno organizado como un retablo de la pasión. El sentido funerario que implica la escena principal hace pensar en una capilla mortuoria como lugar de destino. El contraste es vivísimo cuando las alas se abren y un amplio y claro paisaje se despliega, unitario pese a que no es continuo, sirviendo de marco a la Epifanía y a las imágenes de los donantes en los laterales. Como tantas veces, ha elegido un punto de vista muy alto para los exteriores, favoreciendo así la panorámica, mientras usa otro muy distinto para la historia. Realiza los mayores ejercicios de virtuosismo aquí, en esa imagen elegante del rey negro, en el bizarro personaje que asoma desde el interior de la desvencijada casa o en la suntuosa armadura que viste el rey joven.
Quizás estemos ante “La Epifanía” sin ninguna extravagancia que menciona el Padre Sigüenza en El Escorial. Por ello la crítica, con justicia, ha destacado más los valores formales que en otras ocasiones. Sin embargo, exige una lectura iconográfica bien rigurosa que pone de manifiesto la sólida formación religiosa del artista o del mentor que le conduce. Con todo no falta lo excéntrico, porque ¿de qué otra manera calificaríamos al grupo inquietante que se distingue en la entrada principal de la casa? Posiblemente, lo encabece el Anticristo, contrafigura de Jesús que exhibe señalas claras ambiguas. Peso a estos detalles, es casi seguro que estemos ante un cuadro de altar.
El Bosco. Mesa de los pecados capitales. Óleo sobre tabla. 1480. Museo del Prado. Madrid.
Dentro de la más estricta ortodoxia, el ojo de Dios vigila al hombre y le previene contra la práctica de los siete pecados capitales. Se ambientan éstos como notables escenas de género, antecedentes con un futuro importante en la pintura de los Países Bajos, inspiradas en historias profanas de similar carácter presentes en el grabado y la miniatura e interpretadas con la libertad que caracteriza siempre a El Bosco. Los Novísimos (Muerte, Juicio, Infierno y Gloria), medallones ubicados en los cuatro vértices del rectángulo, indican los pasos que conducen al hombre al Juicio, y según se haya aportado o dejado seducir por el pecado, bien a la Gloria, bien al Infierno.
Esta sensación de descuido en la buena realización técnica de una pintura, como si se subordinara al mensaje, parece hasta paradigmática en “El Carro de Heno” (1500, Museo del Prado, Madrid), uno de los trípticos mayores y más originales entre todo lo conservado. ¿Se trata de algo real o estamos ante la copia de un original perdido? En El Escorial se guarda otro tríptico de idéntica temática, por ejemplo, cuya autoría se duda con mayor motivo. Por el contrario ¿Vemos una obra mal conservada, retocada o sucia, pero autógrafa? Lo cierto es que destaca más, tal como está, por lo que dice que por cómo lo dice. Perteneció a la familia Guevara, indicio de autenticidad. Aunque existe un proverbio flamenco (“El mundo es como una montaña de heno, cada cual arranca de él lo que puede”), es más probable que el fundamento firme esté en los Salmos (“El hombre es como el heno y su gloria como las flores del campo”). Debe transmitir la idea de fugacidad y “vanitas”, por el empeño del hombre en conseguir lo que pasa y apenas es. Concebida la zona central como un triunfo al modo italiano, el enorme carro de heno es arrastrado por un grupo de seres malignos. Sobre él un verdadero Jardín del Amor, según la fórmula al uso, donde una pareja pierde el sentido del tiempo haciendo música profana acompañada de un diablo burlón, en tanto que otra se acaricia lascivamente en medio de un sugestivo ramaje. Un ángel, contrapuesto al demonio, alza su vista a Dios, que se manifiesta como el Cristo de la segunda venida.
El Bosco. El carro de heno. Óleo sobre tabla. 1500-1502. Museo del Prado. Madrid.
Cerradas las alas, nos encontramos ante una figura que El Bosco repetirá en el mal llamado “Hijo pródigo de Rotterdam”. Es el alma humana o el hombre mismo, peregrinando por el mundo tal como se concibe desde que Guillaume Daguleville había compuesto a finales del siglo XIV su “Pelerinage de la vie humaine”. Un anciano de rostro cansado y triste, vestido con ropas harapientas, mirando aprensivamente hacia atrás, dirige su bastón como defensa contra un perro armado con un collar de púas metálicas que le muestra sus colmillos, mientras en el entorno aves carroñeras se posan sobre los huesos de un gran animal. Al otro lado, un hombre ha sido asaltado por otros que, seguramente, son soldados. Tras su cabeza, en un monte se organiza un ajusticiamiento. Sólo un grupo de pastores danzantes y músicos aparenta una alegría rústica, aunque es posible que con ellos se mencione la lujuria. Obra cargada de sentido, pesimista, melancólica, crepuscular.
"El Carro de heno" cierra un ciclo de su producción (o abre en ella otra etapa). La fluidez compositiva y los purismos cromáticos que se aprecian ya en aquella obra se fueron perfeccionando, con la realización de una serie de pinturas de temas multitudinarios, en las que, en la progresiva complicación de sus concepciones, fue añadiendo el autor una estupenda riqueza de aciertos expresivos y de color, e impresionantes fantasmagorías.
"El Carro de heno" cierra un ciclo de su producción (o abre en ella otra etapa). La fluidez compositiva y los purismos cromáticos que se aprecian ya en aquella obra se fueron perfeccionando, con la realización de una serie de pinturas de temas multitudinarios, en las que, en la progresiva complicación de sus concepciones, fue añadiendo el autor una estupenda riqueza de aciertos expresivos y de color, e impresionantes fantasmagorías.
El Bosco. El jardín de las delicias. Óleo sobre tabla. 1503-1504. Museo del Prado. Madrid.
Es muy probable que haya acudido a determinados símbolos alquímicos o astrológicos, circulantes por Europa, o que empleara diversos proverbios flamencos para explicar este grupo o aquel, pero las ideas que priman como explicación global son otras. No estamos ante un tríptico de altar, como muy probablemente tampoco lo fuera El Carro e Heno, y nunca debió ocupar tal lugar, como cuando fue adquirido por Felipe II y colocada en la zona de palacio del monasterio.
La obra denuncia la lujuria y la promiscuidad sexual. Dios, pequeña figura arriba a la izquierda, quien “dijo y todo fue hecho, mandó y todo fue creado” contempla su obra al terminar el tercer día de la creación (alas cerradas). Es un modelo del universo con la tierra plana cubierta con cúpula cristalina semiesférica, rodeada de agua por todas partes.
A continuación, crea el paraíso terrenal donde colocará al hombre (tríptico abierto a la izquierda). Continúa su trabajo hasta que Eva, salida de la costilla de Adán, es contemplada con gozo por él cuando se la presenta al creador. Las primeras señales inquietantes de la presencia del mal se manifiestan más o menos elípticamente. El árbol de la tentación se sitúa en la zona central a la derecha, sobre una roca extraña en forma de cabeza monstruosa, pero humanoide, tan singular que Dalí se sintió fascinado por ella y la repitió una y otra vez. Jean de Mandeville, el falso viajero del siglo XIV describió un desierto en el que una roca tenía los rasgos de la cabeza del diablo. Su libro, pocas dudas hay sobre ello, fue conocido por El Bosco. La nuestra es también la cabeza de un escondido demonio responsable de la tentación y de la caída subsiguiente.
La naturaleza era pura y buena y recibió de Dios la misión clara de conservar el universo de su creación. Pero confió su cuidado al hombre y éste con su pecado mancilló la gran obra. La enorme tabla central en desorden sólo aparente representa la vitalidad desbordada, pero desviada, de ese nuevo mundo en el que se hace patente la transgresión gozosa protagonizada por los seres humanos. Todo lo pecaminoso tiene lugar, pero se singulariza la lujuria: promiscuidad sexual, estanque y ronda del deseo, donde la cabalgata masculina concluirá con la unión buscada con las mujeres desnudas que se bañan en aquél, homosexualidad manifiesta, mezcla de razas, signos y elementos simbólicos de carácter lujurioso, etc.
El Bosco. Tabla central de El Jardín de las Delicias.
No faltan los restantes pecados, incluso visibles en el mismo ámbito donde no sólo se montan caballos, sino otras bestias ligadas en esos años a los restantes pecados capitales en los manuscritos de lujo. Algo se presenta en apariencia como positivo, pero no lo es, como muestran las múltiples señales de inversión, de un mundo al revés, donde un hombre metido en el agua sobresalen las piernas y está sumergida la cabeza, donde unos cazadores transportan un gigantesco oso que en vez de pesar tiende a subir, donde diversos acróbatas s sostienen sobre la cabeza… La originalidad del planteamiento es el primer motivo de la atracción que la pintura ejerce en un espectador que intenta encontrar una interpretación inédita a lo que ve. Pero la ambigüedad, la falta de claridad del mensaje, una cierta complacencia en aquello que se condena, favorece las explicaciones extravagantes. Lo cierto, sin embargo, es que existe una advertencia al hombre que ha aceptado disfrutar de todos los placeres de este mundo. Responsables de esta situación son Adán y Eva, sobre todo ella. Ambos surgen abajo a la derecha, el dedo acusatorio masculino apuntando a la mujer, los únicos seres vestidos entre una muchedumbre de desnudos algo andróginos, otro signo de ambigüedad e indefinición.
La consecuencia de este engolfarse en los placeres y las faltas es el castigo individual (ala derecha). Las penas del infierno como advertencia o coacción estaban presentes en el arte cristiano desde hacía siglos. Aunque existían ejemplos literarios (Beda, Dante…), los artistas disfrutaban siempre de una enorme libertad a la hora de describir el lugar como tal y los castigos de los condenados. El Bosco disponía de mil modelos, pero creó uno propio, excepcional, no repetido ni por él mismo. De nuevo los efectos del fuego se manifiestan en los incendios de la zona alta, pero no lo demás todos es distinto, como el infierno musical donde los instrumentos se convierten en signo de tortura o la bestia que devora humanos los defeca en gesto de repudio de los avariciosos. Tal vez el ser más extravagante y nuevo que ha creado nunca está en el centro. Su cabeza se vuelve al espectador mientras esboza una sonrisa de difícil significado. Es un paradigma de la inestabilidad, del engaño y del desequilibrio.
El Bosco. Tríptico de las tentaciones de San Antonio. Óleo sobre tabla. 1501. Museo
de Arte Antiga. Lisboa.
Toda esta incontinencia creativa, esta densidad de personajes increíbles y grotescos, se encuentra uno de los motivos de su éxito como artista y el que gentes diversas desearan tener una obra suya. Desde esta perspectiva ninguna historia para contar más apropiada que la de San Antonio Abad, ejemplo de ermitaños, héroe cristiano de los desiertos orientales. En el paso de siglo parece que se intensifica la devoción al santo, a lo que El Bosco no debió ser ajeno. El mejor ejemplo de resultados deslumbrantes es el “Tríptico de las Tentaciones de San Antonio”, del Museo Nacional de Arte Antiga de Lisboa.
Abierta, en las tres tablas el santo se encuentra representado al menos una vez, siempre amenazado por demonios agresivos, que incluso le propinan una paliza física o lo llevan por los aires. En todos los casos la presencia del santo o los signos positivas es menos visible que la de los diablos y seres malignos o monstruosos. La idea general es clara: Antonio es el atleta cristiano que soporta los ataques demoníacos, resultando vencedor pese a las vejaciones sufridas. El modo de mostrarlo es complejo: por todas partes surgen seres extravagantes. En el fondo reaparecerá eses fuego convertido en obsesión a la que se han buscado razones psicológicas, recuerdos de la infancia. Pocas veces, quizás en el Tríptico de la Adoración de los Magos”, ha cuidado tanto la ejecución material y técnica. La luz que proyecta el fuego da lugar a efectos sobre el paisaje de una belleza turbadora y de una modernidad que supera su tiempo, aunque por lo general mantenga una actitud tradicional. Algunas de la figuras y grupos junto al santo, a su derecha e izquierda poseen un brillo cambiante, según el material que se revisten. Es un regalo visual donde se diría que se glorifica la belleza del mal.
Si se cierran las alas, dos grandes grisallas, una vez más de exquisita factura, recogen dos actos de la pasión de Cristo. En ambos es agredido, incluso en el Prendimiento, pese a que la iconografía usual no lo ve así. Es muy posible que se haya pretendido establecer un paralelo con los sufrimientos del santo titular.
La producción de El Bosco trascendió la esfera moralizante de los pecados capitales, enriqueciendo su catálogo con temas de la pasión, en los que Cristo aparece rodeado por sayones caricaturescos y asuntos cotidianos como en “El Prestidigitador” (1480, Museo Municipal Saint Germain-en-Laye). Asimismo, profundizó en la demencia y sus efectos sobre el cerebro humano con títulos como “La extracción de la piedra de la locura” (1480, Museo del Prado, Madrid) y “La nave de los locos” (1490, Museo del Louvre, París).
Ninguna seguridad hay respecto a la cronología de otras obras del pintor, como la tabla del "Gólgota" del Museo de Viena, el sereno "San Juan en Patmos" del Museo de Berlín o la emotiva tabla circular que representa a "Cristo llevando la cruz", en El Escorial, y la de "Jesús ultrajado" de la National Gallery de Londres, aunque todas estas pinturas parecen corresponder al período en que El Bosco hubo de pintar el hermosísimo tríptico de la "Adoración de los Magos" del Prado
Ninguna seguridad hay respecto a la cronología de otras obras del pintor, como la tabla del "Gólgota" del Museo de Viena, el sereno "San Juan en Patmos" del Museo de Berlín o la emotiva tabla circular que representa a "Cristo llevando la cruz", en El Escorial, y la de "Jesús ultrajado" de la National Gallery de Londres, aunque todas estas pinturas parecen corresponder al período en que El Bosco hubo de pintar el hermosísimo tríptico de la "Adoración de los Magos" del Prado
Sin embargo, cabe que figure la interpretación banal de sus extrafalarias figuras, la existencia de un cierto sentido lúdico y el entretenimiento visual que supone deambular por el espacio de sus pinturas alguno de los motivos de su éxito, casi tanto como la interpretación e sus mensajes y la justa valoración de su desbordante creatividad imaginativa.
Sus fantasías oníricas y su imaginación desbordante fueron reivindicados por los artistas y científicos del siglo XX. Los surrealistas le consideraron un precursor y los psicoanalistas, el descubridor del inconsciente.
El Bosco. Cristo con la cruz a cuestas. Óleo sobre lienzo. 1515-1516. Museo de
Bellas Artes de Gante (Bélgica).
Para redondear y tener una visión de conjunto de la pintura de El Bosco, os dejo estos dos videos:
Bibliografía.
- BANGO, I. y F. MARÍAS: “Bosch. Realidad, símbolo y fantasía”. Madrid, 1982.
- GIBSON, W.S.: “El Bosco”. Barcelona, 1993.
- MATEO, Isabel: “El Bosco en España (Arte y artistas)”. Madrid, 1965.
- YARZA LUACES, J.: “El jardín de las delicias de El Bosco”. Madrid, 1998.
Uno de mis pintores favoritos. Es enormemente enriquecedor adentrarse en el universo pictórico plagado de imaginación, de simbolismo, de crítica social hacia la ignorancia, la superstición y muchas otras cosas más.
ResponderEliminarUn abrazo!!
Tal vez sea, como usted apunta, que el lenguaje que utiliza fuera de fácil interpretación en su época, por contener elementos que eran familiares a todos entonces. A mí siempre me ha llamado la atención que se comprendiera en su tiempo esa manera de presentar su temática, algo que hoy parece tan complicado. A veces una tiene la impresión de que nunca termina de ver todos los detalles de sus obras.
ResponderEliminarBuenas noches
Bisous
Que genialidad El Bosco.
ResponderEliminarCada detalle es para quedarse observándolo mucho tiempo.
Y todo lo que nos dejas de enseñanza, vale oro amigo.
Muchas gracias Paco.
Abrazo inmenso y buena semana.
Aunque no es uno de mis pintores preferidos aún recuerdo cuando vi sus cuadros por primera vez en vivo y en directo en el Prado, no olvidaré nunca la sensación que me produjeron, esa densidad de imágenes en tan poco espacio, la cantidad de historias en una sola, sus simbología...
ResponderEliminar...a mi me hizo enmudecer y eso es bastante difícil
Un beso profe
Que genialidad de pintor. Y que genialidad de entrada amigo Paco.
ResponderEliminarEs extensa y enciclopédica, desde luego no lo habia visto nunca así, tan en detalle.
Son increibles las historias de sus obras, lo que cuentan en tan poco espacio. En fin, una entrada de primera como nos tiene acostumbrados.
Una entrada excelente.
ResponderEliminarMe has dado donde duele. Uno de mis pintores favoritos, al que siempre hago una visita cuando voy al Prado.
Un precursor, un innovador, con una capacidad imaginativa increíble. El padre del surrealismo con esas escenas oníricas llenas de imaginación y simbolismo.
Un saludo.
De la abundante obra de El Bosco en el Museo del Prado, la que más me satisface es El jardín de las delicias.
ResponderEliminarIncreíble entrada, sensacional. Enhorabuena, me ha encantado. Como siempre, se la recomendaré a mis chicos
ResponderEliminarEl Bosco no es de mis preferidos.
ResponderEliminarPero que buena reseña, amigo.
Un abrazo.
QUERIDO Paco, excelente entrada, como siempre, maravilloso pintor. Felicidades.
ResponderEliminarTe envio un abrazo con todo mi afecto
Es un pintor que causa asombro, no solo por el precisión en el detalle, también por que cada gesto de sus personajes es un retrato individualizado del que brotan pecados y pasiones. Y el mundo que retrata está más allá de la realidad, por eso la visión que nos ha dejado nos atrae, como si nos dejara mirar por una rendija en sus sueños.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me encanta la pintura Flamenca, cada vez que voy a Madrid visito el Museo del Prado, uno de los cuadros que suelo ver es el "Jardin de las delicias" del Bosco, siempre descubro algo nuevo.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Paco:
ResponderEliminarA mi me gusta mucho El Bosco. Quizás sea de fácil interpretación, pero su pintura siempre me ha llamado la atención.
La curación de la locura, siempre la asocio a Molière y el enfermo imaginario
Saludos
Sólo, que yo recuerde ahora, hay otro pintor de extravagancias enormes: Arcimboldo, pero sus cuadros gastronómicos y vegetales parecen un simple divertimento, a diferencia del Bosco, lleno de simbolismo. Me ha gustado mucho el de “La curación de la locura” y “El Cristo con la cruz a cuestas”, éste de una vigencia grandísima. Salvando las diferencia, no desentonaría nada en las mejores galerías de arte actuales. Soberbio artículo Paco. Abrazos.
ResponderEliminarUna pintura muy particular. He visto sus cuadros en el Prado y necesitas casi un día para penetrar en cada uno de los personajes. Sus caras malévolas impresionan. El cuadro del jardín de las delicias es impresionante.
ResponderEliminarYo si creo que conocía lbien el alma humana.
Bss
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarImpresionan estas alegorias, son muy "realistas", como intensas, diria, y los colores que utiliza me encantan, son fuertes y definidos. Siempre me impacto mucho Las Tentaciones de San Antonio.
ResponderEliminarEl Bosco, un genio con una vision satirica increible.
Beso.
El Bosco me resulta un pintor atrayente y sus cuadros me resultan muy actuales, de una belleza diferente.
ResponderEliminarUn saludo.
Hay quien opina, y creo que con razón, que El Bosco fue el padre adelantadísimo del Subrrealismo, y que Dalí se inspiró mucho en este maestro flamenco.
ResponderEliminarImpresionante , que pinturas tan cargadas, no es mi estilo , pero lo haces increiblemente bien !
ResponderEliminarBss :)
Me impresionó la obra cumbre de El Bosco, La Adoración de los Reyes Magos, cuando visité el Museo del Prado. Creo, que el tríptico después de contemplarlo y estudiar detenidamente sus elementos no te deja indiferente. Me llama la atención la delicadeza tonal del paisaje de fondo, los objetos portados por los Reyes, ... y, en general, su alto contenido simbólico.
ResponderEliminarBuen trabajo, como siempre, selecto y con mucha dedicación.
Un fuerte abrazo, Paco.
Hoy, el Bosco, sería dibujante de comics, caricaturista, y excelente pintor.
ResponderEliminarMuy buena entrada ¡¡¡
Uno de mis pintores favoritos de todos los tiempos. "El Jardín..." es, sin duda, una explosión dificilmente igualable, pero también son impresionantes cuadros donde "cierra el foco" como la "Coronación de Espinas" o "El Cristo..." con el que cierras la entrada. Quizás parte de su éxito a través del tiempo venga de las muy diferentes interpretaciones que se le pueden buscar a su obra. Yo me quedo con su mirada, totalmente personal y con muy pocos equivalentes en su época.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco
Un gran artista, sin duda alguna.
ResponderEliminarPor cierto, felicidades por el premio que te ha otorgado C.G... Yo también te he creído digno de tal mención y te he dejado el premio para que lo recojas en mi blog, aunque tú ya tienes esta figurita... jeje ;).
Un Saludo.
Uriel
Buenas tardes, mi enhorabuena por su blog y por esta entrada dedicada al Bosco.
ResponderEliminarPor mi parte y tras un arduo estudio iconográfico considero que el personaje que asoma por el establo en ruinas, tocado de un gorro de espinas y vestido como un necio (o más bien desvestido y descalzo) es un judío incrédulo que no reconoce la divinidad de Cristo mostrada a los reyes más poderosos de la tierra en su Epifanía. La actitud del judío viene avalada por determinadas citas bíblicas entre las que destaca san Mateo, fuente evangélica que se ha nombrado en variedad de ocasiones como mentora de determinadas obras del Bosco; los comentarios a este episodio evangélico por parte de san Agustín y otros exégetas y sobre todo una tradición artística previa entre los que citamos a Roger van der Weyden, el Maestro de la Epifanía del Prado, Justo de Gante y otros pintores flamencos, que retratan a este representante del pueblo hebreo que no se descubre ni reconoce el misterio de la divinidad.
Para recalcar más la negatividad del hebreo el Bosco eligió a un "judío rojo" perversa variedad étnica de este grupo religioso, de cuya naturaleza y maldad se hacían eco gran cantidad de panfletos y leyendas que circulaban con especial virulencia a fines del s. XV en Alemania y Flandes debido a la amenaza real para la cristiandad que suponía el avance del Imperio Otomano.
Todo ésto lo descubro y analizo en un capítulo de mi libro titulado: Y Líbranos del Mal. Representaciones del Diablo en el Arte (Ebook, 2016), en concreto p. 76-ss; donde pueden consultar al completo mi teoría:
https://books.google.es/books?id=QTcPAQAAQBAJ&pg=PA297&dq=aragones+estella+mal&hl=es&sa=X&redir_esc=y#v=onepage&q&f=false
Gracias