Aunque en la escultura española del XVII, como en la arquitectura, se dan grandes y muy diferenciadas personalidades, debido al carácter artesanal y un tanto gremial que aún sustentan los talleres de la escultura en este tiempo, si se puede hablar de escuelas, existiendo dos grandes escuelas: la castellana y la andaluza. Más tarde, en el siglo XVIII destacará la escuela murciana.
Las dos escuelas, castellana y andaluza, son realistas, pero existen grandes diferencias entre ellas:
-- La austeridad castellana y la dureza de la meseta forjaron una tipología de cristos y crucificados patéticos, hirientes y llagados, que exhiben en sus carnes el dramático suplicio de la pasión y de vírgenes maduras carcomidas por el dolor, con el dolor o la emoción a flor de piel. Mientras en Andalucía, la escultura es sosegada, buscando siempre la belleza correcta, con cristos apolíneos y vírgenes adolescentes.
-- La diferencia entre el patetismo castellano y la dulzura andaluza es un problema de refinamiento estético; por eso, mientras en Andalucía las imágenes son siempre bellas, en Castilla se rinde culto a lo dramático y horripilante.
-- En Castilla se abandona el oro en la policromía de las imágenes, para obtener un mayor realismo, mientras en Andalucía se sigue estofando con ese oro que matizaba los colores, dándoles una elegancia y suntuosidad muy digna.
-- La ciudad principal del foco castellano será Valladolid, ya que era casi la capital de España y porque allí había una gran tradición de escultura desde el siglo XVI (Berruguete y Juan de Juni). En Andalucía habrá dos focos: Sevilla, donde prima el carácter clásico y el amor por la belleza, y Granada, donde gusta lo pequeño y preciosista.
GREGORIO FERNÁNDEZ
El mejor y casi único representante de Castilla es el gallego, pero afincado en Valladolid Gregorio Fernández, el maestro indiscutible del barroco castellano y el primer gran escultor español que desde el Renacimiento no tiene nada de italiano. Formado en la tradición de Juan de Juni y en contacto con Pompeyo Leoni, su estilo evoluciona desde formas aún tocadas de un cierto manierismo a la italiana, hasta otras de un naturalismo extremo.
Gregorio Fernández. Cristo Yacente del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Madera policromada. 1617.
No se sabe con certeza su fecha de nacimiento, aunque debió ser hacia 1576. De siempre se ha considerado a Fernández (en otros documentos, Hernández) de ascendencia gallega (probablemente de Sarriá en Lugo), a Castilla llegó buscando un lugar para desarrollar su talento. Así, se supone con el oficio aprendido. El contacto con el ambiente vallisoletano, en especial, con el artista tan experimentado Francisco de Rincón, significaría afianzar el rumbo hacia el éxito. Se casó con la madrileña María Peláez, de cuya unión nació un hijo, pero que falleció a los cinco años y, más tarde, una niña, enviudando de su mujer en 1663. Hay datos fidelignos que prueban la bondad del escultor. Antonio Palomino decía que "su casa era tan conocida por los pobres como pudiera serlo un hospital". También se sabe que era muy religioso y que se preparaba con oraciones, ayunos y penitencias cuando habría de labrar alguna efigie de Cristo o la Virgen. Esto no era escepcional en su época, pues algo similar sabemos de Bernini.
En su época y en su ciudad, Valladolida, era muy estimado. Siempre permaneció ligado de por vida a Valladolid, y nunca realizó sus trabajos fuera de su propio taller, donde tuvo importantes colaboradores. Gregorio Fernández fue exclusivamente escultor, labrando madera (pino y nogal). La arquitectura de los retablos que labraba corría a cargo de expertos maestros de este arte. Tampoco fue policromador.
Su manera de trabajar está muy influida por el naturalismo de los tipos de Francisco de Rincón, pero es sensible al influjo de Pompeyo Leoni y a su elegancia académica. Además pesa sobre el maestro, sino el estilo , si el contenido de los temas de Juan de Juni. Su estilo se consolida en su etapa de madurez, que es cuando explota su arte; dicho cambio puede justificarse por el reencuentro con el goticismo, pues hay como un rebrotar del espíritu gótico en la escultura barroca castellana. Esta vuelta atrás no es sino un nuevo paso hacia adelante, ya que está acorde con las pretensiones claroscuristas de la escultura y la pintura.
Si hay algo que destacar en el arte escultórico de Fernández es que las figuras parecieran vivas, su estilo directo y muy convincente. Su realismo es patético, pero sin caer en las vulgaridades o fealdades inútiles. Le interesa el realismo y la verosimilitud. Trata con cuidado la anatomía y las texturas de la piel, siendo un maestro modelando el cuerpo humano, trazando nervios y venas, acusando la musculatura y la verosimilitud de los movimientos. Tiene veneración por el desnudo masculino, aunque el que expresa sea de personajes santos. Al porpio tiempo, cabe concentrar la emoción en los resortes fundamentales: manos y rostros. En éstos contará con el recurso de los ojos postizos, que acentúan la intensidad de la mirada. Y se deleita detallando cabellos y barbas, en líneas finas, alargadas y onduladas, en mechones cortos y aplastados, como mojados y pegados a la cabeza. Las manos son expresivas, los dedos los suele colocar hacia delante, con el envés. Sus ropajes y plegados son acartonados, duros, porque en esos ropajes busca un contraste expresivo, con las superficies pulimentadas de la piel. Son telas pesadas, que se quiebran en pliegues geométricos, paños artificiosos, que contrarresta con los postizos realistas que aplica a sus imágenes: ojos de cristal, dientes de marfil, uñas de asta y grumos de corcho para dar volumen a los coágulos de sangre.El pintor policromador acentuará las maceraciones de la carne, con tonos violáceos; distribuye regueros de sangre, a veces en dos tonos, para indicar efusiones en momentos distintos. Esta policromía reforzaba considerablemente el parecido con el natural.
Gozó Gregorio Fernández de una clientela muy diversa. Hizo varios trabajos para la monarquía, tanto para Felipe III como para Felipe IV. Otros clientes fueron abades, clérigos, miembros de la nobleza y hombres hacendados. Trabajó para varias catedrales, destacando su encargo para la Catedral de Plasencia. Pero con mucho, fueron las órdenes religiosas su principal clientela, donde destacan los carmelitas, jesuitas y franciscanos. Y, finalmente, las cofradías penitenciales vallisolitanas pusieron en sus manos la ejecución de sus pasos procesionales. En definitiva, su laboriosidad y buena organzación del trabajo nos ha deparado un catálogo densísimo de obras.
SU ICONOGRAFÍA
Los temas de Fernández nacen del cliente, pero es evidente que él los llega a convertir en verdaderos tipos iconográficos. Que es así lo dmuestra su repetición continua. La devoción se apoderaría de ellos, exigiendo réplicas a Fernández y después copias a los sucesores.
CRISTO. Por lo que respecta a las imágenes de Cristo, hay dos modalidades en el tratamiento corporal. Una de ellas se caracteriza por una anatomía redondeada y carnosa, hasta casi grasienta. La otra nos ofrece un cuerpo adelgazado, flácido y macilento.
El Cristo atado a la columna fue un tipo que hizo gran fortuna. Aparece con columna baja, apoyando las manos en ella, mientras que las piernas se abren para obtener el equilibrio. Hay ejemplares en el Convento del Sacramento de Madrid, la Iglesia de la Vera Cruz de Valladolid y las Carmelitas Descalzas de Ávila.
Gregorio Fernández. Cristo atado a la Columna de la Iglesia de la Vera Cruz. Valladolid.
Madera policromada. 1619.
Madera policromada. 1619.
El Ecce Homo de la Iglesia de San Nicolás de Valladolid (Hoy Museo Diocesano y Catedralicio) es un desnudo clásico, tanto por el contraposto de la actitud como por el espíritu de resignación que emana. Es una de las cúspides de Gregorio Fernández por el magnífico estudio anatómico.
El Cristo Crucificado de Fernández aparece siempre expirado y constituye una serie muy abundante. En los últimos años la nota patética se acrecienta, con cuerpos delgadísimos, amoratados y sangrantes, pero de virtuosa talla. Destacan el Crucificado de la Iglesia de San Benito de Valladolid y el Cristo de la Luz de la Capilla de la Universidad de Valladolid.
En el Cristo Yacente hay que decir que Gregorio Fernández no creo el tema, pero si logró definir y potencia un tipo que ya se hacía en el XVII en Castilla. El mejor es el Cristo Yacente del Monasterio de Capuchinos de Madrid de 1614; se trata de un regalo del Rey Felipe III al Convento. Se trata de una obra preciosista, como digna de un presente regio. Son también de Fernández los Cristos de los conventos de la Encarnación y de San Plácido de Madrid, así como el Cristo de la Catedral de Segovia y el del Museo de Escultura de Valladolid. En éste, hay un tratamiento anatómico perfecto en su desnudo, el cual contrasta con el plegado geométricamente. Sus cabezas son siempre expresionistas, con rostros desencajados, heridas con sangre, con mucho morbo, con más patetismo que realismo.
Gregorio Fernández. Cristo yacente del Monasterio de la Encarnación. Madrid.
Madera policromada. 1627.
LA VIRGEN.Madera policromada. 1627.
La imaginería de la Virgen cuenta con diversos temas cultivados por Fernández en su carrera.
LA PIEDAD. Este tipo procede de Juan de Juni (Entierro de Cristo). Las primeras que hace son la Piedad del Convento del Carmen Descalzo de Burgos y la de la Iglesia de San Martín de Valladolid. La Piedad del Museo Nacional de Escultura de Valladolid perteneció a un paso procesional y responde a otra variante, ya que la Virgen sostiene con una mano a Cristo y levanta la otra en gesto suplicatorio. El esquema es triangular y asimétirco, recordando el arte hispano-flamenco del siglo XV (Alejo Fernández o Fernando Gallego). Sus Inmaculadas llevan un ingenuo candor casi infantil que convence sin reservas.
INMACULADA CONCEPCIÓN. El siglo XVII es un siglo aplicado con furor al culto de la Inmaculada, respondiendo con exquisitas creaciones el arte de Fernández. El tipo de Inmaculada ofrece dos variantes: con dragón o con un grupo de ángeles a los pies. El modelo femenino es juvenil, casi de niña, lo que hace más complaciente a la imagen. La cabeza redonda, las manos finas y pequeñas, en actitud de adoración. La serie es muy nutrida. Destacan la Inmaculada del Convento de la Encarnación de Madrid, la de la Catedral de Astorga, la de la Iglesia de la Vera Cruz de Salamanca y la del Convento de Santa Clara de Monforte de Lemos.
VIRGEN DEL CARMEN. Fue otra advocación muy frecuente en la obra de Gregorio Fernández. Famosísima fue la que hizo para el Convento del Carmen Calzado de Valladolid, hoy perdida.
En el repertorio de santos hay que distinguir los tradicionales y las nuevas canonizaciones. La devoción a San Miguel Árcangel fue una de las más populares durante esta época. Dos retablos, el de San Miguel de Valladolid y el de San Miguel de Vitoria, teían la imagen del santo titular en el centro.
La imagen de San Pedro en cátedra, del Museo Nacional de Escultura, está en relación con la vitalización del magisterio papal frente a la enemiga protestante a reconocerlo. La devoción a San José se acrecienta en el siglo XVII, sobre todo a instancia de los carmelitas. Destaca el Retablo Mayor de la Catedral de Plasencia y la Sagrada Familia para la Iglesia de San Lorenzo de Valladolid. La figura de San Francisco, con los brazos recogidos y en éxtasis, pero representando la forma como se decía al ser encontrado su sepulcro, tiene una gloriosa representación ela escultura de Pedro de Mena, de la Catedral de Toledo. Pero hay precedentes de Gregorio Fernández, pues a éste pertenecen dos escultuas, una en el Convento de las Descalzas Reales de Valladolid y otra en la Iglesia de Santo Domingo de Arévalo.
En cuanto a las nuevas canonizaciones, destaca la Escultura de Santa Teresa para el convento del Carmen Calzado de Valladolid (hoy en el Museo Nacional de Escultura). En 1614 hace un San Ignacio de Loyola para el Colegio de Vergara, imagen conmovedora por la espontaneidad y vieveza con la que está hecha. La canonización de San Isidro Labrador determinó la creación de una estatuaria para el culto. Gregorio Fernández hace la que se conserva en la Iglesia parroquial de Dueñas, vistiendo el santo de labriego.
Gregorio Fernández. San Francisco de la Iglesia de Santo Domingo de Silos. Arévalo (Ávila). Madera policromada. 1625-1630.
PASOS PROCESIONALES
Otro aspecto de la iconografía de Fernández es el referente a los pasos procesionales. Hay que distinguir entre los pasos hechos para las cofradías de penitencia y los que no tienen ese carácter, pero que son llevados procesionalmente el día de la fiesta del santo. Tienen más significación los pasos procesionales que Fernández elevó a la categoría de grandes conjuntos. Los pasos son concebidos como escenas de teatro, llenas de vivacidad y expresión. En tales pasos había una o dos figuras principales; el resto quedaba a merced de sus colaboradores. De los conjuntos que se conservan completos, destaca el Paso del Descendimiento de la Iglesia de la Vera Cruz de Valladolid. Este está compuesto por siete figuras con composición en diagonalSu estilo se prolonga largo tiempo y sus discípulos se exteienden por Salamanca, Zamora, Asturias, Galicia, el País Vasco e, incluso, Madrid.
Gregorio Fernández. Descendimiento de Cristo. Iglesia de la Vera Cruz. Valladolid.
Madera policromada.
RETABLOSMadera policromada.
Simultáneamente, y en colaboración con una familia de ensambladores, los Velázquez, realiza una amplia sereie de retablos de arquitectura muy sobria, inspirada en los de El Escorial, llenas de figuras dramáticas. En sus retablos impone la sencillez arquitectónica, dada su predilección por las figuras grandes. Destacan el Retablo de la Catedral de Plasencia, que consta de dos cuerpos y ático. El segundo cuerpo está presidido por el enorme relieve de la Asunción, que desborda el nicho, inundando los costados. En el banco del piso inferior hay relieves de la Pasión, destacando la Flagelación. El Retablo de San Miguel de Vitoria y el Retablo de las Huelgas de Valladolid. Este retablo tienen en la parte central a Cristo desclavándose para abrazar a San Bernardo, quien tiene la mirada absorta, pendiente del suave descenso de Cristo. Una gozosa asunción se despliega en el segundo cuerpo, mientras ángeles orlan a la gentil figura de la Virgen.
Gregorio Fernández. Retablo mayor de la Catedral de Plasencia. Cáceres. Madera policromada. 1625-1630.
Bibliografía:-- Bérchez, Joaquín y Gómez-Ferrer, Mercedes: "Arte del Barroco". Historia 16. Col. Conocer el arte, 7. Madrid, 1998.
-- Martín González, J.J. "La escultura del siglo XVII. La escuela de Valladolid". Summa Artis, tomo XXVI: "La escultura y arquitectura españolas del siglo XVII. Espasa-Calpe. Madrid, 1965.
-- Historia del Arte Salvate. "El Barroco". Col. Historia del arte, 13. Salvat. Madrid, 2006.
-- Wikipedia.
Como repaso visual, os dejamos un video de ArteHistoria sobre la escultura de Gregorio Fernández:
Todo un homenaje, este artículo, a tan brillante artista.
ResponderEliminarDentro de bien poco, con la Semana Santa, las calles de España se llenarán de arte: un gran museo al aire libre, que todos podremos admirar. Un abrazo, Paco.
Poco más se puede decir sobre Gregorio Fernández. El retablo mayor de la catedral de Plasencia es una auténtica maravilla. Lo hizo al final de su carrera cuando disfrutaba de un prestigio consolidado y un gran taller, por lo que al cabildo le preocupaba que Fernández, ya achacoso, no lo pudiera acabar por lo que le metían prisa. Imploraban para que al menos lo más importante del retablo, las manos y rostros de las figuras más importantes, salieran de su mano y no de sus discípulos.
ResponderEliminarSaludos.
¡Magnífico y admirable estudio, maestro. Gracias por ilustrar mi ignorancia con tan minucioso estudio sobre Gregorio Fernández. Seré aplicado y volveré por aquí en cada una de sus apariciones.
ResponderEliminarYa veo que vas caldeando el ambiente pre- semanasantero con escultores de la talla de Gregorio Fernández, me imagino que luego vendrá Martínez Montañés. Unos maestros.
ResponderEliminarUn saludo.
He hecho una incursión rápida por las imágenes. El texto lo dejaré para otro momento, que quiero disfrutarlo y aprender, este escultor no me lo conozco. Volveré mas tranquila. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGrande entre los grandes. Conozco casi todas las obras que traes. El Cristo Yacente del convento de los Padres Capuchinos conocido popularmente como el Cristo de El Pardo es una maravilla. Además está ligada a mi llegada a Madrid de manera especial. Un post que me ha llegado muy dentro.
ResponderEliminarUn abrazo
Intesísimo, emocionante, místico, dramático, castellano en elegante esbeltez, gran obra la de Gregorio Fernández. Me complace también Salzillo y sus pasos de Semana Santa en Murcia.
ResponderEliminarAmigo, otra de tus excelentes lecciones, !lo que se aprende contigo!
Sin que venga a cuento, he visto que te impactó "Bomarzo" de Mújica Laínez, estuve en Bomarzo, respirando aquella onírica mitológica locura del Orsini hecha piedra, rodeada de un verde mágico, húmedo, excesivo, casi. Al leer la novela y penetrar en su estilo poético y enérgico, me emocioné. Queda dicho, amigo mío.
Un monstruo de la escultura, el señor don Gregorio Fernández. Merece la pena, al margen de contemplar sus esculturas en iglesias, capillas y museos, acudir a la Semana Santa vallisoletana para admirar los pasos en la calle. Habría que situarse en la época, un periodo marcado por el hambre, por las enfermedades, las guerras y las epidemias, en definitiva por la muerte, para sentir lo que aquellos hombres y mujeres al contemplar los sufrimientos divinos en forma de esculturas casi humanas.
ResponderEliminarPor cierto, el retablo de la catedral de Plasencia para mí es uno de los mejores de España. Recomiendo una visita.
Saludos
Impactante la obra de Gregorio Fernández.
ResponderEliminarEn Venezuela hay mucha influencia de la escuela andaluza.
Se acerca la semana santa. Como dice el amigo desde la terraza, un museo al aire libre que podemos disfrutar gracias a artistas como este.
Saludos Paco.
No conocia a este gran artista aunque habia si visto ese Cristo atado a una columna. En fin, una entrada magistral.
ResponderEliminarSaludos afectuosos.
Maravillosa y densísima entrada. Felizmente densísima, esto es, aunque, siendo sincero, me cueste un poco a estas alturas del día asimilarla plenamente.
ResponderEliminarNo es mi fuerte la imaginería, así es que poco puedo añadir a lo ya dicho -y tan magistralmente- por tí en relación a este genio, salvo, eso sí, mostrar mi admiración por su obra, que en parte he tenido la suerte de contemplar personalmente, e incluso ver procesionar, como es el caso del paradigmático grupo del Descendimiento -me matan en Valladolid si no lo menciono...-
En fin, Paco, que, como siempre, ha sido una gozada pasar por tu fantástico espacio, de donde sin duda se sale siendo un poco menos ignorante de lo que se es al entrar, cosa de agradecer...
Que tengas una muy feliz velada. Un abrazo.
Pd.: No, no, por Dios, Paco, no me ofendes, en absoluto, antes al contrario... Es más, me halaga que te hayas tomado la molestia... Y por ello, por tu prudente y constructiva sinceridad, este macilento que te escribe -así me llamaba mi madre cariñosamente, por lo que me ha gustado mucho encontrarme en tu artículo con este calificativo- te está sumamente agradecido, créeme. Tomo nota, pues, y corrijo...
Es impresionante el realismo de este escultor. También es llamativo que en esta época el arte, básicamente era religioso, supongo que sería por los clientes, pero también porque la religiosidad lo abarcaba todo. Decía Joan Fuster que Fra Angélico pintaba el cielo postrado de rodillas.
ResponderEliminarEn primer lugar, agradeceros a todos vuestra visita y vuestos atinadas opiniones. Sólo quería matizar o responder a algunas cuestiones planteadas.
ResponderEliminarCayetano, no estoy caldeando el ambiente semanasantero, lo que ocurre es que vamos por la escultura barroca española, que es basicamente religiosa y cuando se produce la eclosión de las hermandades penitenciales y los pasos tallados. No habrá entrada sobre Martínez Montañes; lo dejamos para el próximo curso.
Roberto y Carmen: lleváis toda la razón, el retablo de la Catedral de Plasencia es uno de los más impresionantes que he visto nunca; lo presencie el año pasado que me quedé unos días en Plasencia y recomiendo totalmente su visita.
Natalia: No he podido ver la iglesia de Tortosa que apuntas en la entrada anterior, pero queda apuntada para una proxima visita a Cataluña. Que suerte poder haber visto el bosque de Bomarzo. A mí el libro me marcó y lo he releido otras veces, hasta hice una entrada en este blog: http://artetorreherberos.blogspot.com/2010/02/bomarzo-de-m-mujica-lainez.html
Manuel Adlert: me ha encantado esa cita sobre la pintura de Fra Angélico, perfectamente aplicable a los imagineros y pintores de la España contrarreformista.
A los demás, gracias nuevamente por vuestros generosos comentarios.
No soy yo un gran seguidor de la imaginería religiosa del Barroco, pero hay que reconocer que hay grandes, muy grandes, artistas moviéndose en esas coordenadas, y Gregorio Fernández es uno de los más grandes.
ResponderEliminarUn saludo!!
Sin duda, un genio. Sus manos eran capaces de dar vida a un trozo de madera, de impregnarla de sentimiento de dolor y de santidad. Además, parece, por lo que nos cuentas, que fue un buen hombre y que ayudó a la comunidad, lo que unido a su elaboración de estas tallas de gran devoción, le debieron dar un aire de santidad entre sus conciudadanos.
ResponderEliminarUn abrazo.
AMIGO PACO, ACABO DE ENTRAR EN BOMARZO, FÍSICA Y MENTALMENTE GRACIAS A TU SENSIBLE ENTRADA. Espero que te llegue lo escrito puesto que últimamente los duendes del éter se apoderan de mis intenciones.
ResponderEliminarMe parezco al Orsini, divagando, alucinando.
Beso y !ave!
Buenas noches Paco, muchas gracias por toda esta lección de arte e historia que estoy recibiendo, soy una aprendiz, así que gracias
ResponderEliminarCon ternura
Sor.Cecilia
maestro del arte barroco sin duda junto con Mesa. Me encanta el dinamismo, la naturalidad y el realismo con el que Gregorio obsequia a sus obras, de entre las cuales mis favoritas y, en mi opinión, las mejores son Cristo atado a la comlumna y la Piedad. Felicidades por esta entrada Paco es espléndida..
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