Giotto. Huida a Egipto. Pintura la fresco. 1304-1306. Capilla Scrovegni. Padua.
Dante, que hubo de presenciar la gran revolución acometida por su amigo Giotto, lo recuerda así en la Divina Comedia: Giotto (1266-1337) personifica el nuevo gusto dantesco, con todo lo que esta palabra significa de interés por los sentimientos humanos. Las leyes del deseo y el dolor están manifestadas plásticamente en sus composiciones, y por ello tenían que agradar como es natural al autor de la Divina Comedia:
"Credette Cimabue nella pittura
Tener lo campo, ed ora ha Giotto il grido:
si, che la fama di colui oscura".
Tener lo campo, ed ora ha Giotto il grido:
si, che la fama di colui oscura".
Giotto pudo tratar íntimamente a Dante cuando
el poeta estaba desterrado en Padua; pero aunque para algunos es
dudoso que Dante y Giotto coincidieran en Padua, no cabe dudar de su
amistad y afecto mutuos. Dante hace en los versos citados el elogio del
pintor, y éste pintó un retrato del poeta en los frescos del palacio
del Podestá o Gobernador de Florencia.
Otra particularidad de este artista es la abundancia y facilidad de su producción: trabajó en Asís, en el antiguo templo de San Pedro de Roma, en Padua, en Florencia y en Nápoles, y en todas partes trazó grandes series de composiciones originales, muchas de ellas plenamente narrativas, llenas de espíritu creador y apasionado.
Giotto, además, conserva cierta energía propia de un temperamento rústico. Viene del pueblo y ama al pueblo: su hablar agudo fue famoso, al parecer, por el ingenio que revelaba, tratando a los grandes con familiaridad no afectada, propia de un campesino. Se cuenta que el rey de Nápoles, viéndole pintar un día de gran calor, le dijo: "Si yo fuera Giotto, ahora descansaría un rato"."Yo también, si fuera rey", contestó Giotto, dando a entender el diferente interés que el arte despertaba en ambos.
Poco sabemos de las primeras obras juveniles de Giotto; lo más antiguo de él debieron de ser los Frescos franciscanos de la Basílica de Asís. Esta basílica, que comenzaron a decorar Pietro Cavallini y Cimabue, enriquecida más tarde con los frescos de Giotto, es el santuario de los orígenes de la pintura italiana, el verdadero museo del arte trecentista. Es de una sola nave, con ventanas altas; deja, pues, en sus vastos muros campo libre a los pintores. Pietro Cavallini había pintado en el muro de la izquierda escenas tradicionales del Antiguo y el Nuevo Testamento.
Retrato de Giotto. Supuestamente de Paolo Ucello. S. XV.
Otra particularidad de este artista es la abundancia y facilidad de su producción: trabajó en Asís, en el antiguo templo de San Pedro de Roma, en Padua, en Florencia y en Nápoles, y en todas partes trazó grandes series de composiciones originales, muchas de ellas plenamente narrativas, llenas de espíritu creador y apasionado.
Giotto, además, conserva cierta energía propia de un temperamento rústico. Viene del pueblo y ama al pueblo: su hablar agudo fue famoso, al parecer, por el ingenio que revelaba, tratando a los grandes con familiaridad no afectada, propia de un campesino. Se cuenta que el rey de Nápoles, viéndole pintar un día de gran calor, le dijo: "Si yo fuera Giotto, ahora descansaría un rato"."Yo también, si fuera rey", contestó Giotto, dando a entender el diferente interés que el arte despertaba en ambos.
Poco sabemos de las primeras obras juveniles de Giotto; lo más antiguo de él debieron de ser los Frescos franciscanos de la Basílica de Asís. Esta basílica, que comenzaron a decorar Pietro Cavallini y Cimabue, enriquecida más tarde con los frescos de Giotto, es el santuario de los orígenes de la pintura italiana, el verdadero museo del arte trecentista. Es de una sola nave, con ventanas altas; deja, pues, en sus vastos muros campo libre a los pintores. Pietro Cavallini había pintado en el muro de la izquierda escenas tradicionales del Antiguo y el Nuevo Testamento.
Cimabue pintó en el crucero la Virgen sentada entre los ángeles. Giotto,
rompiendo con la tradición, se aventuró en un repertorio completamente
original, pintando, en los veintiocho recuadros de la pared de la
derecha, las escenas más culminantes de la vida del santo de Asís: casi
toda la leyenda del fundador de la Orden franciscana, que estaba
elaborándose y no había sido representada aún plásticamente. Es fácil
que los frescos de Giotto, en Asís, fueran pintados en los primeros
años del siglo XIV; el santo había muerto hacía poco más de medio
siglo; la devoción popular por el apóstol de la pobreza crecía cada día
y ya le reclamaba en los altares.
Giotto trazó, una por una, las escenas gráficas que forman la serie de la vida del pobre de
Asís en la pared de la basílica levantada sobre su sepulcro. La
primera escena representa al hijo del opulento mercader, que ya
empezaba a apartarse de la vida frívola de la juventud, reverenciado
por un habitante de Asís, que extiende su capa ante él, en medio de la
plaza, para que le sirva de alfombra, mientras cuatro burgueses de Asís
comentan la escena. En cambio, resulta interesante observar que aquel
mismo artista, capaz de reproducir así la realidad viva, es
impotente para copiar el templo romano de la plaza de Asís, pues lo
dibuja con cinco columnas en lugar de seis y lo decora con mosaicos
medievales, como si se tratara de un mueble litúrgico.
En el recuadro siguiente, Francisco entrega su manto a un pobre. Después se encuentran escenas de su vocación, la disputa con su padre Pedro Bernardone, el sueño en que Cristo le incita a sostener la Iglesia tambaleante, sus milagros y predicaciones, sus retiros de penitencia, las relaciones con sus compañeros, y, por fin, su muerte y los diversos milagros obrados por su intercesión. En todas las escenas, las figuras secundarias expresan con claridad meridiana la agitación espiritual que les produce la presencia inmediata de la santidad de Francisco.
Son los frescos de Asís creación completa de un repertorio nuevo que las generaciones piadosas repetirán durante todo el siglo XIV. La leyenda franciscana será reproducida por los discípulos de Giotto con pocas variaciones, tal como la inventó el maestro. Esto solo ya indica la potencia de creación plástica del gran pintor florentino; recuérdese que para concretar el repertorio de las representaciones cristianas se pasaron cuatro siglos en tanteos, elaborándose penosamente por múltiples generaciones la tradición evangélica, desde los frescos de las catacumbas a las primeras Biblias miniadas y a los mosaicos de las basílicas.
La representación de la leyenda franciscana era realmente mucho más asequible; no existía la gran dificultad de la figura divina del Cristo, pero, como cantidad de imágenes, era también abundantísima. Los primeros libros de la vida del santo: la llamada leyenda antigua, la de los tres compañeros, la historia escrita por San Buenaventura y las nombradas Fioretti o floréenlas, que vienen a ser los cuatro evangelios franciscanos, popularizaban las circunstancias singulares de la vida del pobre, que las gentes tenían empeño en ver desarrolladas plásticamente como un paralelo de la vida de Cristo. Giotto, el pintor de las nuevas generaciones, perpetuó la leyenda del santo enajenado de amor a la Naturaleza, predicando a los pájaros o conversando en éxtasis con el mismo Dios. Dante dedicó a San Francisco su canto magnífico del Paraíso; Giotto, joven aún y algo inexperto, lo cantó también con la misma viveza en sus composiciones de Asís.
Giotto.
La aparición de San Francisco al Obispo Guidi y a fray Agustín de
Giotto. Fresco de la Basílica de San Francisco de Asís.
Giotto. San Francisco expulsando a los demonios de Arezzo. Fresco de la Basílica de
San Francisco de Asís.
San Francisco de Asís.
En el recuadro siguiente, Francisco entrega su manto a un pobre. Después se encuentran escenas de su vocación, la disputa con su padre Pedro Bernardone, el sueño en que Cristo le incita a sostener la Iglesia tambaleante, sus milagros y predicaciones, sus retiros de penitencia, las relaciones con sus compañeros, y, por fin, su muerte y los diversos milagros obrados por su intercesión. En todas las escenas, las figuras secundarias expresan con claridad meridiana la agitación espiritual que les produce la presencia inmediata de la santidad de Francisco.
Son los frescos de Asís creación completa de un repertorio nuevo que las generaciones piadosas repetirán durante todo el siglo XIV. La leyenda franciscana será reproducida por los discípulos de Giotto con pocas variaciones, tal como la inventó el maestro. Esto solo ya indica la potencia de creación plástica del gran pintor florentino; recuérdese que para concretar el repertorio de las representaciones cristianas se pasaron cuatro siglos en tanteos, elaborándose penosamente por múltiples generaciones la tradición evangélica, desde los frescos de las catacumbas a las primeras Biblias miniadas y a los mosaicos de las basílicas.
La representación de la leyenda franciscana era realmente mucho más asequible; no existía la gran dificultad de la figura divina del Cristo, pero, como cantidad de imágenes, era también abundantísima. Los primeros libros de la vida del santo: la llamada leyenda antigua, la de los tres compañeros, la historia escrita por San Buenaventura y las nombradas Fioretti o floréenlas, que vienen a ser los cuatro evangelios franciscanos, popularizaban las circunstancias singulares de la vida del pobre, que las gentes tenían empeño en ver desarrolladas plásticamente como un paralelo de la vida de Cristo. Giotto, el pintor de las nuevas generaciones, perpetuó la leyenda del santo enajenado de amor a la Naturaleza, predicando a los pájaros o conversando en éxtasis con el mismo Dios. Dante dedicó a San Francisco su canto magnífico del Paraíso; Giotto, joven aún y algo inexperto, lo cantó también con la misma viveza en sus composiciones de Asís.
Giotto. San Francisco con los pájaros. Fresco de la Basílica de San Francisco de Asís.
Giotto. Exequias de San Francisco. Fresco de la Basílica de San Francisco de Asís.
También de Giotto se tiene otro conjunto de frescos maravillosamente
conservados, en los cuales el gran maestro se apodera de las viejas
representaciones evangélicas para ofrecerlas rejuvenecidas a sus
contemporáneos. Es la serie de frescos de la pequeña Capilla Scrovegni de Padua (también llamada Capilla de la Arena), que había
mandado levantar Arrigo Scrovegni, señor de Padua, en el centro del
anfiteatro romano de su ciudad, en memoria de los mártires allí
sacrificados.
El anfiteatro, o arena de Padua, hoy muy deteriorado, rodea la capilla con un ambiente de soledad y de silencio que favorece mucho la contemplación de las pinturas del gran maestro florentino. El pequeño santuario está todo decorado por su propia mano, o de discípulos que trabajaron allí bajo su inmediata dirección. Hay treinta y ocho recuadros, cuyos asuntos están tomados, unos, de los Evangelios canónicos, y otros, inspirados en el Evangelio apócrifo de San Jaime, donde se cuentan las leyendas de Joaquín y Ana. En este texto está glosada como una novela la romántica historia de Joaquín, celoso de su esposa, y que tras huir al desierto regresa para una tierna reconciliación. Giotto, con su fuerza genial, dio nueva vida a recuadros como el que representa a Joaquín pensativo en medio de los pastores; vemos allí reaparecer en Giotto al niño campesino de la leyenda de Vasari que dibujaba sus ovejas.
El paisaje está indicado sencillamente con unas rocas y pocos
árboles, para dar idea de un ambiente rústico; se está aún algo lejos
de los días en que los artistas, libres por completo de tantas cosas
como entonces preocupaban a Giotto, así en la técnica como en la
composición, gozarán de libertad para entretenerse en la perspectiva y
dar la impresión de ambiente local. El falso Evangelio de San Jaime
prodiga también detalles apócrifos sobre el nacimiento, la infancia y
los desposorios de la Virgen, que los bizantinos se complacieron en
ilustrar y que Giotto, alma creyente, repite infundiéndoles una moderna
significación. Lo importante es el sentimentalismo de las divinas
personas, que son sobre todo superiores por su capacidad de amar. Pero
cuando el drama desencadenado de la Pasión ha llegado a su desenlace,
el paroxismo del dolor no tiene límites y las almas agitadas descubren
sus secretos con gestos descompuestos. Y, sin embargo, ¡cuánta belleza
en aquellos seres apesadumbrados! Dante debía reconocer allí personajes
de su Comedia como en un espejo. Dantesco y giottesco son
casi sinónimos.
Parémonos ahora a analizar un fresco de la citada Capilla Scrovegni: el Lamento sobre el Cristo muerto. En la obra, la figura de Cristo muerto se encuentra desnuda tendida en el suelo. Junto a él, un grupo de mujeres cuida el cadáver; más allá, sus discípulos se hallan sumidos en el lamento, y en el cielo los ángeles participan del duelo con igual congoja. El fondo de la escena lo componen las rocas el árbol deshojado y el cielo oscurecido por un azul intenso. Todo parece indicar que la tragedia humana se ha desatado sobre la tierra en un dolor sin remisión. Casi todos los elementos del cuadro son esencialmente escabrosos: el oro de las aureolas, solamente, alude a una sustancia de naturaleza incorruptible.
En la formidable síntesis de formas de Giotto, ningún aderezo tiene función de ornamento gráfico, sino que posibilitan la definición de los volúmenes, el peso de la verticalidad y la medida de los gestos. En un contexto de máxima solemnidad, cada figura tiene su propia posición y expresa un gesto individual de atención o desolación ante la imagen del fallecido. El grupo, aislado del mundo, se forma de volúmenes tratados con amplios planos que emergen de la luz, cerrando el ámbito de las presencias humanas alrededor del cadáver las dos figuras de espaldas del primer plano.
El ritmo de la escena se encuentra marcado por pautas calculadas de espacio. En primer plano emergen los dos cuerpos agachados, más allá de Cristo se encuentran las figuras acongojadas de la Virgen María y María Magdalena. Los personajes inclinados hacia delante con vestidos celeste y rosa dirigen su atención hacia las figuras principales. Dos parejas de pie, a la derecha y a la izquierda, cierran el grupo. En la parte superior de la obra, las composición de la figura de los ángeles se encuentra definida por curvas cóncavas ascendentes, así como las terrenales están contenidas en general por curvas cóncavas descendentes. La separación de estos grupos se encuentra parcialmente determinada por la línea rocosa que atraviesa de forma oblicua la escena. Es importante destacar el detalle de la Madre con la Santa Faz, donde se condensa todo el patetismo de la composición. La fría rigidez de la muerte contrasta con la vitalidad del rostro y la delicadeza de las manos de la Virgen. Las miradas de casi todos los personajes de la representación se concentran en esta escena principal, e incluso la roca que sobresale de la derecha sigue la misma dirección que la línea de las miradas como un respaldo de robusta materia. La expresividad en esta escena debía conmover al observador y llamarlo al arrepentimiento ante la visión del sacrificio Divino.
Además, Giotto decoró una parte de la Basílica antigua de San Pedro, en el Vaticano, que fue destruida al construirse la iglesia actual, y de aquel conjunto de composiciones no queda sino un mosaico, muy restaurado, que representa la nave de los Apóstoles y a San Pedro andando sobre las aguas, encima de la puerta de entrada. Era también obra de Giotto el altar mayor de la antigua basílica vaticana, del que se guardan algunos fragmentos en la sacristía de la actual iglesia.
Tienen hoy importancia porque se conservan poquísimas pinturas de Giotto sobre tabla.La más característica de su estilo en este género está en la Madonna de la Galería de los Uffizi de Florencia (Madonna Ognissanti); es una Madona sentada en un trono, rodeada de santos y ángeles. El trono no es ya el mueble bizantino de marfil de las Vírgenes de Cimabue, sino una cátedra muy italiana, ricamente decorada con mosaicos. Los ángeles, arrodillados, presentan jarritos con flores y miran con intensidad afectuosa a la figura de la mujer madre, de seno desarrollado y amplio regazo, envuelto majestuosamente entre los pliegues del ropaje. La cabeza tiene también nueva hermosura.
Una de las piezas más soberbias atribuidas a Giotto es el Crucifijo de Santa Maria Novella en Florencia, que pintó alrededor de 1290, siendo arquitecto mayor de la ciudad. En la Iglesia de San Francisco de Rimini, se encuentra otro crucifijo que fue pintado antes de 1309.
El anfiteatro, o arena de Padua, hoy muy deteriorado, rodea la capilla con un ambiente de soledad y de silencio que favorece mucho la contemplación de las pinturas del gran maestro florentino. El pequeño santuario está todo decorado por su propia mano, o de discípulos que trabajaron allí bajo su inmediata dirección. Hay treinta y ocho recuadros, cuyos asuntos están tomados, unos, de los Evangelios canónicos, y otros, inspirados en el Evangelio apócrifo de San Jaime, donde se cuentan las leyendas de Joaquín y Ana. En este texto está glosada como una novela la romántica historia de Joaquín, celoso de su esposa, y que tras huir al desierto regresa para una tierna reconciliación. Giotto, con su fuerza genial, dio nueva vida a recuadros como el que representa a Joaquín pensativo en medio de los pastores; vemos allí reaparecer en Giotto al niño campesino de la leyenda de Vasari que dibujaba sus ovejas.
Vista de la Capilla Scravogni en Padua.
Giotto. El beso de Judas. Frasco de la Capilla Scrovegni. Padua. 1304-1306.
Giotto. Anunciación a Santa Ana. Fresco de la Capilla Scrovegni. Padua. 1304-1306.
Parémonos ahora a analizar un fresco de la citada Capilla Scrovegni: el Lamento sobre el Cristo muerto. En la obra, la figura de Cristo muerto se encuentra desnuda tendida en el suelo. Junto a él, un grupo de mujeres cuida el cadáver; más allá, sus discípulos se hallan sumidos en el lamento, y en el cielo los ángeles participan del duelo con igual congoja. El fondo de la escena lo componen las rocas el árbol deshojado y el cielo oscurecido por un azul intenso. Todo parece indicar que la tragedia humana se ha desatado sobre la tierra en un dolor sin remisión. Casi todos los elementos del cuadro son esencialmente escabrosos: el oro de las aureolas, solamente, alude a una sustancia de naturaleza incorruptible.
En la formidable síntesis de formas de Giotto, ningún aderezo tiene función de ornamento gráfico, sino que posibilitan la definición de los volúmenes, el peso de la verticalidad y la medida de los gestos. En un contexto de máxima solemnidad, cada figura tiene su propia posición y expresa un gesto individual de atención o desolación ante la imagen del fallecido. El grupo, aislado del mundo, se forma de volúmenes tratados con amplios planos que emergen de la luz, cerrando el ámbito de las presencias humanas alrededor del cadáver las dos figuras de espaldas del primer plano.
El ritmo de la escena se encuentra marcado por pautas calculadas de espacio. En primer plano emergen los dos cuerpos agachados, más allá de Cristo se encuentran las figuras acongojadas de la Virgen María y María Magdalena. Los personajes inclinados hacia delante con vestidos celeste y rosa dirigen su atención hacia las figuras principales. Dos parejas de pie, a la derecha y a la izquierda, cierran el grupo. En la parte superior de la obra, las composición de la figura de los ángeles se encuentra definida por curvas cóncavas ascendentes, así como las terrenales están contenidas en general por curvas cóncavas descendentes. La separación de estos grupos se encuentra parcialmente determinada por la línea rocosa que atraviesa de forma oblicua la escena. Es importante destacar el detalle de la Madre con la Santa Faz, donde se condensa todo el patetismo de la composición. La fría rigidez de la muerte contrasta con la vitalidad del rostro y la delicadeza de las manos de la Virgen. Las miradas de casi todos los personajes de la representación se concentran en esta escena principal, e incluso la roca que sobresale de la derecha sigue la misma dirección que la línea de las miradas como un respaldo de robusta materia. La expresividad en esta escena debía conmover al observador y llamarlo al arrepentimiento ante la visión del sacrificio Divino.
Giotto. Lamento sobre el Cristo muerto. Fresco de la Capilla Scrovegni. Padua. 1304-1306.
Además, Giotto decoró una parte de la Basílica antigua de San Pedro, en el Vaticano, que fue destruida al construirse la iglesia actual, y de aquel conjunto de composiciones no queda sino un mosaico, muy restaurado, que representa la nave de los Apóstoles y a San Pedro andando sobre las aguas, encima de la puerta de entrada. Era también obra de Giotto el altar mayor de la antigua basílica vaticana, del que se guardan algunos fragmentos en la sacristía de la actual iglesia.
Tienen hoy importancia porque se conservan poquísimas pinturas de Giotto sobre tabla.La más característica de su estilo en este género está en la Madonna de la Galería de los Uffizi de Florencia (Madonna Ognissanti); es una Madona sentada en un trono, rodeada de santos y ángeles. El trono no es ya el mueble bizantino de marfil de las Vírgenes de Cimabue, sino una cátedra muy italiana, ricamente decorada con mosaicos. Los ángeles, arrodillados, presentan jarritos con flores y miran con intensidad afectuosa a la figura de la mujer madre, de seno desarrollado y amplio regazo, envuelto majestuosamente entre los pliegues del ropaje. La cabeza tiene también nueva hermosura.
Una de las piezas más soberbias atribuidas a Giotto es el Crucifijo de Santa Maria Novella en Florencia, que pintó alrededor de 1290, siendo arquitecto mayor de la ciudad. En la Iglesia de San Francisco de Rimini, se encuentra otro crucifijo que fue pintado antes de 1309.
El principal interés de los frescos de Giotto en Padua y
Asís estriba siempre en la perspicacia del artista para analizar las
íntimas profundidades del alma humana. El que por primera vez, sin estar
preparado, viese estos dos conjuntos monumentales, acaso quedaría algo
desconcertado por la ingenua simplificación de los fondos, la pobreza de
aquellos paisajes, dibujados con árboles en miniatura, y las infantiles
arquitecturas de edificios fantásticos, sostenidos por colum-nitas de
inverosímil delgadez, con las que Giotto quiere representar el templo de
Jerusalén o los palacios de su época.
No obstante, para el gran artista todo
aquello es menos que secundario; lo principal, casi lo único, es el alma
humana, protagonista en todas las escenas. El amigo de Dante tenía que
distinguirse precisamente por esto; Giotto, como el poeta florentino,
observa atentamente a la inmensa multitud de seres que actúan sobre la
tierra, para dar a cada uno su gesto, su alma propia, su mirada
característica, que expresa el tormento o la alegría de aquel ser en uno
de los instantes de su existencia.
Para el hombre occidental, la vida no es un
estado permanente, sino más bien una sucesión de momentos de placidez,
de ansiedad, de tristeza o de dolor.
Imprescindible Giotto. Tiene un sello inconfundible que lo distingue de cualquier otro de su tiempo.
ResponderEliminarUn saludo.
Y permítame añadir al material la obra del gran escritor Uslar Pietri, "Giotto y compañía", de la que usted sin duda disfrutaría enormemente, si es que no lo ha hecho ya.
ResponderEliminarFeliz domingo, monsieur
Bisous
Hola Paco:
ResponderEliminarMadame se me adelantó. Iba a Hablar sobre Giotto y compañía para completar tu detallada entrada.
Saludos Paco
Siempre me ha gustado la huida de Egipto de Giotto, pero después de leer tus explicaciones lo aprecio de otra manera, un abrazo
ResponderEliminarY lo más asombroso de Giotto es que une a su técnica una visión de la escena religiosas que traspasa el canon católico, su compromiso emocional y estético contagia y su sello personal le identifica.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Muy completa documentación
ResponderEliminarLos vídeos para disfrutar despacio. Un gran regalo.
Querido Paco, ¡qué magnífico tandem Dante y Giotto, Giotto y Dante, cuando se dan la mano la Literatura y el Arte, el Arte y la Literatura! Plasmas con verdadera maestría la persona y el artista, y nos ofreces una galería extraordinaria de sus obras con unos comentarios que ilustran claramente los detalles.
ResponderEliminarMil gracias y mil bicos.
Me mentas amigo al Giotto,ayyy, puente de plata entre el final del gótico (casi ausente en Italia)y el Renacimiento.
ResponderEliminarTiene la ingenuidad de no respetar las proporciones ni las prespectivas (era hombre de su tiempo al cual sobrepasó), pero en cada rostro, los gestos, el atrevimiento, está el verismo del indivíduo que otros recuperarán después de tanto oscurantismo. No podemos pedirle más a fra Giotto.
Los tonos delicados, los paisajes inventados y sujetos a su mundo, suman y auguran el arte del Renacimiento.
!Salve Giotto y Fra Angélico! nos "anunciaron" que todo no estaba perdido que pervivía la memoria y con ella tantas cosas.
Besos muchos y agradecida siempre por tus estimulantes entradas.
Paco Impresionante esta entrada fabulosa documentación Feliz domingo Saludos
ResponderEliminarVolver a sus clases es un placer para los sentidos profe
ResponderEliminarBesotes
Otra buena Exposición.
ResponderEliminarNo entiendo mucho de pintura, y mi criterio en este sentido es muy pobre. Cuando miro un cuadro, sé si me gusta o no, por lo que veo. De estos mis preferidos La Huida a Egipto y El beso de Judas.
Un beso.
Fantástica la muestra de hoy, Don Paco. Una página muy interesante de principio a fin.
ResponderEliminarUn abrazo
Uno de los grandes de la historia del arte sin duda ninguna. Una de esas figuras claves para entender la evolución posterior en el arte italiano.
ResponderEliminarBuena semana!!
Me ha gustado mucho Paco, Giotto tiene una personalidad pictórica especial, mucho, eso me parece, y mira que me disgustan los cuadros religiosos. Bss.
ResponderEliminarPreciosa reseña, de esta interesante herencia del arte de Giotto en el trecento.Un hombre y artísta muy cercano y caval; hasta el final de sus días.Nunca mejor dicho que el arte del maestro a trascendido en el tiempo.
ResponderEliminarFeliz semana Paco.
No conocía los frescos de la Basílica de Asís: inexperto quizás, pero el talento estaba ahí.
ResponderEliminarMaravilloso siempre, Giotto.
Un abrazo, Paco
los frescos de Asis y Padua los he visto in-situ, desconocía todo sobre el autor, solo un pero muchas de sus figuras las veo con cara de cabreo...
ResponderEliminarFelicidades, Don Paco, por esta magistral exposición. Desde luego que sus alumnas y alumnos tienen que agradecerle a Dios que tengan un Profesor como Vd., Profesor que se toma la profesión en serio. Cuando lo veo a Vd., mi pensamiento se va a Quintiliano, el mismo que nos decía que un buen maeastro debe ser como un padre, debe querer a sus alumnos, y no ser excesivamente "duro" ni excesivamente "blando"... y muchas cualidades más.
ResponderEliminarMi Felicitación y un afectuoso saludo.
Antonio
Esperemos que el terremoto de Asís, opcurrido hace un par de años si mi memoria no me falla, no dañara esos frescos tan maravillosos de un pintor que, para mí, aunque gótico, es el primero de todos ellos en los que se vislumbra ya el Renacimiento.
ResponderEliminarUn saludo
Bueno digamos que hablamos del padre del Arte Italiano. Esos azules y rosas son únicos y eso a pesar de que la autoría de mucha de la obra de este pintor esté cuestionada. Del puzle en que quedó convertida parte de la bóveda de la Basílica de Asis dicen que se recuperó cerca del 70% pero evidentemente lo que vemos ya no es el Giotto aunque si su proyecto.
ResponderEliminarComo siempre, una clase magistral tu entrada. No solo para leer sino para archivar. Un abrazo.
He tenido la suerte de ver la obra de Giotto tanto en Asis como en Padua, y es extraordinaria, sencillamente. Un reportaje magnífico y también los dos vídeos, que ya me he anotado como favoritos para poder disfrutarlos con calma. Saludos cordiales.
ResponderEliminarBuenos días Paco, precioso post y maravilloso Giotto. Recuerdo como me impactó la capilla degli Scrovegni en Padua, impresionante! Saludos y feliz martes!
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