Antonio Sangallo el joven. Palacio Farnesio. 1540. Roma.
Ya en un post anterior, hemos hablado de los palacios florentinos del Quatrocento. Ahora hablaremos de los placios construidos en Roma en la centuria siguiente.
Cuando todavía era cardenal, un miembro de la afortunada y advenediza familia de los Farnesio, el que después sería Papa con el nombre de Paulo III, mandó construir en 1530 el Palacio Farnesio, el más característico de este siglo, un colosal cubo de piedra con un patio cuadrado en su interior y de tres pisos, separados por magníficos arquitrabes clásicos. Obra de Antonio da Sangallo el Joven, que trabajó en él hasta su muerte en 1546, en el exterior recuerda todavía por su masa de grandes muros, con ventanas sobriamente dispuestas, la tradición de los palacios florentinos cuatrocentistas; pero aquí se han adornado las ventanas con frontones alternados, curvos y triangulares, en el primer piso; el segundo tiene otra franja de ventanas más estrechas, también con frontones, y remata en una cornisa con las flores de lis del escudo de los Farnesio, dibujada por el propio Miguel Ángel. Los grandes arquitectos que proyectaron este edificio con un sentido tan romano de los conjuntos monumentales, dejaron delante de la fachada una plaza rectangular con dos fuentes, para las cuales se sirvieron de las grandes bañeras de pórfido de las termas de Caracalla.
El interior del edificio tiene también una distribución de palacio suntuoso: el patio, cuadrado, ocupa más de la mitad del solar; las galerías, que dan la vuelta al patio, en los tres pisos, y sirven sólo para la circulación, toman la mitad de lo restante; sólo queda una crujía de habitaciones alrededor de las fachadas. Son alas cubiertas con enormes casetones o con altísimas bóvedas de medio punto, decoradas con pinturas; chimeneas colosales llenan los testeros de cada habitación. El gran patio cuadrado, quizás el más majestuoso y puro del Renacimiento, repite la superposición de órdenes distintos (dórico, jónico y corintio) que ya vimos que Alberti puso de moda, copiándola del arte romano antiguo. La planta baja y el primer piso son obra de Sangallo; el segundo piso, en cambio, lo construyó Miguel Ángel en los años 1546-1548. La utilización en el mismo de pilastras empotradas en lugar de columnas, recuerda la solución idéntica del viejo Colosseo.
Baltasar Peruzzi. Palacio Massimo alle Collone. 1535. Roma.
Dentro, la forma irregular del solar está admirablemente disimulada con dos patios: uno cuadrado, con pórticos, y otro trapezoidal en el fondo, que se ve a través de las columnas del primero. Los trazados ingeniosos para disponer las diferentes partes de la construcción, con objeto de sacar del espacio un efecto grandioso, son la constante preocupación de estos artistas romanos del siglo XVI. En esta obra, los elementos clásicos se ordenan de forma totalmente anticlásica, con un criterio de utilización ficticio e irreal, produciendo la sensación de un espacio distinto del que se deriva de sus medidas reales.
Miguel Ángel. Plaza del Capitolio y vista del Palacio de los Conservadores. 1536. Roma.
Ahora en Roma nos encontramos en una época de reformas edicilicias, construyéndose nuevas calles y plazas, pues los papas se complacen en asociar su nombre a las grandes vías que se construyen durante cada pontificado. El ejemplo más típico es el Palacio Municipal de Roma, en
el Capitolio, restaurado por Miguel Ángel con ocasión de la visita del
emperador Carlos V. El palacio del fondo está flanqueado por dos
edificios paralelos, con pórticos que decoran los dos la dos de las
plazas. En el centro se colocó la gran estatua ecuestre romana, de
bronce, del emperador Marco Aurelio, que había estado toda la Edad
Media delante de San Juan de Letrán, y el desnivel de la colina se ganó
con una rampa, disponiendo a cada lado antepechos con trofeos
militares romanos y las dos grandes estatuas antiguas de Castor y Pólux. este extraordinario conjunto urbanístico, Miguel Ángel tuvo la ocasión
de demostrar todo su genio plástico escenográfico: los dos palacios
laterales (el Capitalino y el de los Conservadores) son ligeramente
convergentes para que el ojo del espectador abarque todo el conjunto en
una sola mirada, y el pavimento tiene un sugestivo dibujo de rombos
irregulares que producen la impresión de que la estatua de Marco
Aurelio no está sobre una superficie plana, sino en la cúspide convexa
de un casquete esférico.
La arquitectura romana del siglo XVI produjo aún obras más interesantes en las villas de recreo de los pontífices o de los poderosos cardenales, que se complacían en obsequiarse mutuamente en sus casas de campo, llenas de las más preciosas obras de arte de la antigüedad clásica y del Renacimiento. Así, por ejemplo, los Farnesio, además del gran edificio monumental de que hemos hablado, tenían a unos centenares de metros de aquel colosal palacio un palacete, llamado la Villa Pequeña Farnesina, destinado a un individuo de la familia, y aun adquirieron de los Chigi, de Siena, su famosa villa en el Trastévere, decorada por Rafael y por el Sodoma, que tomó el nombre de la Farnesina. Esta residencia maravillosa, obra del refinadísimo Baltasar Peruzzi, tiene un exterior de gran sencillez de líneas en las que el sol dibuja fuertes trazos de sombra horizontales y su luz resbala sobre las pilastras empotradas que separan las ventanas.
El interior, en cambio, abunda en estancias de una riquísima fantasía como el Salón de las Perspectivas, en el que la decoración pintada sugiere espacios abiertos al exterior y grandes logias con columnas, que no existen. Todo es fantasía producto de sorprendentes ilusiones ópticas. Peruzzi levantó este palacio para Agustín Chigi, un banquero sienes que deseaba construir un nido de amor para su concubina, "la divina Imperia". Este escenario para las fiestas que asombraron a Roma, tan acostumbrada a lo grande, es hoy un caserón vacío, una "obra de arte" que visitan los turistas cumpliendo el penoso deber de la curiosidad.
Los Médicis tenían su palacio en la vía Julia, un edificio comenzado en tiempo de Cosme, el fundador de la dinastía; pero, además, sus sucesores construyeron una villa en Monte Pincio, donde está actualmente instalada la Academia de Francia: la Villa Medici, junto a los jardines de Villa Borghese y muy cerca de la iglesia de la Trinidad del Monte. Por fuera tiene una fachada simple, a la que caracteriza, sin embargo, el tono ocre con que ha sido pintada, entonando admirablemente con el verde oscuro de los pinos y cipreses de los vecinos jardines romanos. En su construcción participaron Bartolomeo Ammannati, Michelozzo y Annibale Lippi.
También delante se ha dispuesto una tenaza, para que la plebe participara de la vista espléndida que desde allí se goza; una fuente deja caer su chorro en una taza antigua, debajo de unas encinas hábilmente recortadas. Por detrás, la villa tiene otra fachada más alegre, más campestre, y en el jardín reaparecen los viales de boj recortado, de Florencia, con los que recuerdan los Medici, en Roma, sus villas de la Toscana.
La más deliciosa acaso de todas las villas romanas, en la vertiente del monte Mario, dominando toda Roma y gran parte del Lacio, fue realizada por Rafael Sanzio hacia 1516 y quedó sin concluir. Hoy lleva el nombre de Villa Madama, de una persona real que la poseyó más tarde. La parte anterior del edificio está hoy muy maltratada. No es posible aventurar nada sobre su disposición y forma, pero en la fachada de Levante, que daba sobre una tenaza del jardín, queda testimonio de la elegancia de los decorados romanos de la escuela de Rafael; la loggia o pórtico está revestida de estucos pintados de incomparable delicadeza y finura. Son los llamados "grutescos" (de gruta) que Rafael aprendió al estudiar detalladamente las decoraciones murales de la Domus Áurea, cuyos restos, entonces descubiertos, se hallaron bajo el nivel del suelo, en subterráneos. La misma planta de la Villa Madama, con su patio circular y sus salas con núcleos y ábsides es un intento de aproximación a la grandiosidad de las termas romanas.
Baltasar Peruzzi. Villa Farnesina. Exterior e interior. 1510. Roma.
La arquitectura romana del siglo XVI produjo aún obras más interesantes en las villas de recreo de los pontífices o de los poderosos cardenales, que se complacían en obsequiarse mutuamente en sus casas de campo, llenas de las más preciosas obras de arte de la antigüedad clásica y del Renacimiento. Así, por ejemplo, los Farnesio, además del gran edificio monumental de que hemos hablado, tenían a unos centenares de metros de aquel colosal palacio un palacete, llamado la Villa Pequeña Farnesina, destinado a un individuo de la familia, y aun adquirieron de los Chigi, de Siena, su famosa villa en el Trastévere, decorada por Rafael y por el Sodoma, que tomó el nombre de la Farnesina. Esta residencia maravillosa, obra del refinadísimo Baltasar Peruzzi, tiene un exterior de gran sencillez de líneas en las que el sol dibuja fuertes trazos de sombra horizontales y su luz resbala sobre las pilastras empotradas que separan las ventanas.
El interior, en cambio, abunda en estancias de una riquísima fantasía como el Salón de las Perspectivas, en el que la decoración pintada sugiere espacios abiertos al exterior y grandes logias con columnas, que no existen. Todo es fantasía producto de sorprendentes ilusiones ópticas. Peruzzi levantó este palacio para Agustín Chigi, un banquero sienes que deseaba construir un nido de amor para su concubina, "la divina Imperia". Este escenario para las fiestas que asombraron a Roma, tan acostumbrada a lo grande, es hoy un caserón vacío, una "obra de arte" que visitan los turistas cumpliendo el penoso deber de la curiosidad.
B. Ammannati, Michelozzo y A. Lippi. Villa Medici. 1544. Roma.
Los Médicis tenían su palacio en la vía Julia, un edificio comenzado en tiempo de Cosme, el fundador de la dinastía; pero, además, sus sucesores construyeron una villa en Monte Pincio, donde está actualmente instalada la Academia de Francia: la Villa Medici, junto a los jardines de Villa Borghese y muy cerca de la iglesia de la Trinidad del Monte. Por fuera tiene una fachada simple, a la que caracteriza, sin embargo, el tono ocre con que ha sido pintada, entonando admirablemente con el verde oscuro de los pinos y cipreses de los vecinos jardines romanos. En su construcción participaron Bartolomeo Ammannati, Michelozzo y Annibale Lippi.
También delante se ha dispuesto una tenaza, para que la plebe participara de la vista espléndida que desde allí se goza; una fuente deja caer su chorro en una taza antigua, debajo de unas encinas hábilmente recortadas. Por detrás, la villa tiene otra fachada más alegre, más campestre, y en el jardín reaparecen los viales de boj recortado, de Florencia, con los que recuerdan los Medici, en Roma, sus villas de la Toscana.
Rafael. Villa Madama. 1516. Roma.
La más deliciosa acaso de todas las villas romanas, en la vertiente del monte Mario, dominando toda Roma y gran parte del Lacio, fue realizada por Rafael Sanzio hacia 1516 y quedó sin concluir. Hoy lleva el nombre de Villa Madama, de una persona real que la poseyó más tarde. La parte anterior del edificio está hoy muy maltratada. No es posible aventurar nada sobre su disposición y forma, pero en la fachada de Levante, que daba sobre una tenaza del jardín, queda testimonio de la elegancia de los decorados romanos de la escuela de Rafael; la loggia o pórtico está revestida de estucos pintados de incomparable delicadeza y finura. Son los llamados "grutescos" (de gruta) que Rafael aprendió al estudiar detalladamente las decoraciones murales de la Domus Áurea, cuyos restos, entonces descubiertos, se hallaron bajo el nivel del suelo, en subterráneos. La misma planta de la Villa Madama, con su patio circular y sus salas con núcleos y ábsides es un intento de aproximación a la grandiosidad de las termas romanas.
Giacomo Vignola. Villa Giulia. 1551-1553. Roma.
La villa característica del siglo XVI es la del papa Julio III, que se levantaba en la vía Flaminia, transformada hoy en Museo Etrusco y que lleva aún el nombre de Villa Giulia. Este edificio, proyectado hacia 1550 por Giacomo Vignola, el discípulo de Miguel Ángel que construyó la iglesia de Il Gesú, tiene una planta que no puede ser más graciosa. En la parte posterior, el cuerpo principal termina en un patio semicircular con un pórtico abierto en el piso bajo, de manera que esta forma semicircular tiene que armonizarse con la crujía anterior, que es recta; los espacios irregulares que quedan se han destinado a escaleras. Pero detrás continúa todavía una serie de construcciones bajas cerrando un largo jardín, que protegen con su sombra unos muros bajos sin ventanas: se trata de un hortus conclusas o vergel cerrado, protegido de las miradas indiscretas, donde no penetraban más que los íntimos.
Por fin, aún hay una última construcción parcialmente realizada bajo el nivel del suelo, sin duda para librarse del calor, con un “ninfeo” o baño subterráneo en una gruta sostenida por cariátides desnudas de medio cuerpo para arriba. En la piscina poco profunda cae, goteando de helechos y musgos, el agua fresca de un manantial.
Giacomo Vignola. Villa Farnesio. 1559. Caprarola (Lazio).
Se sorprende de que teniendo forma pentagonal parezca como si tuviera planta cuadrada, y reconoce la bella proporción del patio circular. Pero acaso la fantasía manierista más genial sean las escalinatas, trazadas con un sentido escenográfico que sitúa la obra en el límite entre lo real y lo soñado. Este palacio viene a ser, en la arquitectura del siglo XVI, lo que era el palacio de Urbino en el Quattrocento. La forma de bastiones militares que toman los pabellones de los ángulos es también muy característica; estamos en un siglo de grandes transformaciones del arte militar, y esto no dejó de producir una moda.
Antonio da Sangallo, por encargo del belicoso papa Julio II, construyó varios castillos en el Lacio con muros inclinados de formas curvas, en los cuales, a pesar de su aspecto artístico, se han tenido muy en cuenta los principios de la defensa empleando armas de fuego.
Giorgio Vasari. Palacio de los Uffizi. 1550-1574. Florencia.
Roma y Florencia son fuente inagotable de maravillas arquitectónicas renacentistas, como lo demuestra esta bella antología de edificios que nos tres hoy aquí. Para mi gusto, me quedo con los palacios florentinos.
ResponderEliminarUn saludo.
Um espetáculo conhecer essas obras arquitetônicas belíssimas através dos seus escritos e fotografias que nos traz. Gostei muito da amplidão da Plaza del Capitolio!
ResponderEliminarBeijos e flores.
Roma, concienzudamente Roma, es una asignatura pendiente. Tú añades hoy un plus al interés que ya tenía.
ResponderEliminarUn abrazo
Me ha encantado la entrada, quizás porque me gusta Roma y conozco los edificios. A pesar de que algunos están con la pátina de la decrepitud, ni de lejos muestran ese aspecto listo para derribo que puebla nuestras ciudades, con edificios que apenas llegan, algunos de ellos, al medio siglo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Roma for ever...
ResponderEliminarRoma for ever...
ResponderEliminarQuerido Paco,¡qué tarde más hermosa y llena de romana nostalgia me has regalado! Es siempre un placer, y más aún de tu mano, reencontrarme con mis eternos amigos de la Ciudad Eterna. Me he visto ahora mismo disfrutando "in situ" de la bellísima Piazza del Campodoglio a los pies de su estatua ecuestre, recién salida de una visita a los Museos Capitolinos.
ResponderEliminarMil bicos en esta Domenica pomeriggio.
Me ha gustado particularmente el palacio "B. Ammannati, Michelozzo y A. Lippi. Villa Medici. 1544. Roma".
ResponderEliminarEl mundo del arte es un mundo a nunca terminar cuanta belleza encierra en él. Un feliz domingo
Eso era construir con gusto y para la posteridad y con menos medios .No se si las construcciones actuales aguantarán ni la mitad.
ResponderEliminarHe estado varias veces en Roma y es una de las ciudades que más me gustan del mundo.
Un abrazo y buena semana
Roma: la de las siete colinas un paseo y observación de estos preciosos palacetes y villas de gran boato en un tiempo; pero que aun conservan la bellaza y buen hacer de su arquitectura.La escalinata de Villa Farnesio, tiene una pequeña similitud con las escalinatas del Obradoiro de la Catedral de Santiago.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Qué casualidad! Vengo de leer un reportaje sobre los "10 edificios más controvertidos de España" y encontrarme con tu entrada ha sido como un bálsamo para la vista.
ResponderEliminarAbrazos, Paco
Todos ellos grandes ejemplos de la historia de la arquitectura italiana. Edificios magníficos cada uno con su especificidad y su esquema constructivo perfectamente adaptado al marco en el que están insertos y destacar la importancia de la familia propietaria.
ResponderEliminarBuena semana!!
¡Qué fascinante paseo por esos maravillosos palacios romanos! Si me lo hubieras dicho, te habría facilitado alguna fotografía de la decoración interior del palacio Farnese y de la Farnesina. ¡Me has transportado...! Respecto a los Massimo, se cuenta una anécdota que me parece simpática. Según dicen, en el curso de una fiesta Napoleón Bonaparte le preguntó al príncipe Massimo si era cierto eso que se contaba de que descendía de los famosos Maximus romanos, a lo que él respondió: "no lo sé, eso es lo que se viene diciendo en mi familia desde hace dos mil años". Muy ingenioso. Besos, querido amigo.
ResponderEliminarMe gustan más los palacios de Florencia que los Romanos, sin embargo en ambos casos son impresionantes.
ResponderEliminarSaludos Paco
Un estupendo repaso a los palacios romanos, Y de ellos los de Baltasar Peruzzi lo que más me han gustado.
ResponderEliminarUn saludo.
Buenos días Paco! Precioso post sobre los palacios renacentistas. Sólo una precisión, en italiano, al siglo XVI se le denomina Cinquecento y al XV, Quattrocento, la RAE no incorpora versión españolizada de estos términos. Saludos cordiales!
ResponderEliminarNo conozco la villa Farnesio, pero sí la mayoría de los otros, y este recorrido virtual me ha abierto las ganas de un nuevo viaje por la siempre invitadora Italia.
ResponderEliminarFeliz día
Bisous
La magnificencia de la gran y eterna Roma, salpicada de monumentos en todos sus rincones, a veces embota los sentidos, de tal forma que cuando la visitamos no somos capaces de saber adónde mirar, tal es la cantidad de información que llega a nuestra mente desde el exterior. Se necesitan meses para conocerla por entero y aun años, y es por eso por lo que en mi única visita a la ciudad de los Césares prácticamente no me dio tiempo a prácticamente nada. Los palacios quedarán para otra ocasión porque bien lo merecen.
ResponderEliminarUn saludo
Tuve que interrumpir y volví para agradecerte una vez más todo lo que nos trasmites. Qué paseo más disfrutable!!!! Leyendo me dejé ir por esos lugares y sus orígenes.
ResponderEliminarUna vez más me voy reconfortada y agradecida.
un fuerte abrazo, Paco.
Son unos palacios de gran porte y de una gran belleza. Me ha gustado el palacio de planta pentagonal, es muy original.
ResponderEliminarUn saludo.