Debido a la importancia que tiene esta obra en el tema del Barroco, y en la historia de la pintura española, reproducimos esta entrada, ya publicada en este espacio el 4 de abril de 2010.
ENCUADRE:
Obra: La familia de Felipe IV o Las Meninas. Museo del Prado. Madrid.
Autor: Diego Velázquez (15991660).
Género: Pintura. Retrato de grupo (óleo sobre lienzo - 310 x 276 cm.).
Estilo: Arte Barroco.
Cronología: Siglo XVII. 1656. España (Corte de Madrid).
Otras obras: "El aguador de Sevilla", "Vieja friendo huevos", "La fragua de Vulcano", "La Rendición de Breda o Las lanzas", "El Conde-Duque de Olivares a caballo", "Las hilanderas"...
ANÁLISIS
En
este enorme lienzo de 31o x 276 centímetros podemos apreciar, dentro de
una gran sala decorada por grandes cuadros, en primer plano a un enano
que apoya el pie sobre un perro tumbado, una bufona, una dama que mira
fijamente a una niña que es atendida por otra dama y, cerrando este
plano, un pintor, que no es sino el mismísimo Velázquez, delante de un
gran lienzo que mira hacia el exterior del cuadro. En un segundo plano
dos personajes de los que uno, una monja, habla con el otro, mientras
éste fija su mirada en la tela que se está pintando, y en un tercer
plano, en el fondo de la escena, otro personaje observa el interior de
la estancia a través de una puerta abierta. En un espejo colgado de la
pared se difuminan otras dos figuras. Estas figuras son los monarcas a
los que Velázquez está retratando en el lienzo que tiene delante de él y
a los que parece mirar. Todas las figuras están hechas casi a tamaño
natural. Observando a los reyes estaría la infanta Margarita acompañada
de dos meninas, una, Agustina Sarmiento que le ofrece de beber mientras
es observada por Isabel de Velasco. Junto a ellas, Maribárbola, la
bufona y el enano Nicolasito Pertusato. Detrás Marcela de Ulloa conversa
con Diego Ruiz de Azcona, mientras en el fondo el mayordomo José Nieto
observa toda la escena.
La
composición de esta obra es enormemente compleja, que además sirve de
disculpa al pintor para realizar un autorretrato. Utiliza Velázquez una
serie de recursos para conseguir la perspectiva y profundidad de esta
escena. Así, las figuras se suceden en tres planos distintos. Ilumina a
través de una ventan el primer plano para ir progresivamente acentuando
la penumbra a medida que se aleja hacia el fondo. De repente esta
penumbra se rompe bruscamente por un nuevo foco de luz que, penetrando a
través de la puerta amplía enormemente el espacio y aclara el fondo.
También es la pincelada la que se va haciendo cada vez más difusa y
menos compacta a medida que se aleja del ojo del espectador. La
definición de los personajes del primer plano también contrasta con con
el tratamiento puramente esbozado de los elementos que decoran el
recinto. Como se ha dicho repetidamente, Velázquez ha sabido pintar la
atmósfera, el aire, la luz que circula por el interior. En este cuadro
podemos apreciar cómo ha evolucionado la técnica de Velázquez a lo largo
de su carrera artística, cómo ha conseguido una iluminación enormemente
natural, un aire casi respirable y una perspectiva increíble. Esa
circulación atmosférica es lo que ha venido en llamarse Persperctiva aérea, en la que Velázquez es un maestro único.
La
paleta del autor se llena de colores cálidos y se constata una vez más
la influencia de Ticiano y Rubens en ella. La pincelada es suelta y
estirada, acrecentándose este aspecto cuanto más se aleja el espacio
pictórico del espectador. Así mismo podemos apreciar el esmerado cuidado
en los detalles que Velázquez utiliza cuando su obra se trata de un
retrato.
El
dominio de la perspectiva en Las Meninas es magistral; de la lineal con
esas ventanas, que ya Palomino nos dice "que se ven en disminución, que
hacen parecer grande la distancia"; con el suelo de la habitación "con
tal perspectiva que parece se puede caminar sobre él, y en el techo se
descubre la misma cantidad"; y con la aérea, con el color y la luz, con
«"a degradación de cantidad y luz", con esa alternancia de planos
lumínicos entre el primer plano, el plano medio en penumbra y la puerta
de atrás iluminada.
El
efecto de profundidad espacial, la gran conquista del Barroco,
conseguida, no por medios racionales dibujísticos de una perspectiva
lineal, sino a través de recursos sensoriales, en los que cuenta,
particularmente, la gradación de tintas, la luz, el color y la
concepción pictórica de la realidad vista como mancha, con brillos o
fundidos, se expresan precisamente en Velázquez con una maestría y con
una variedad de matices y efectos no alcanzados por ningún otro pintor
de su época. Jugando con la luz, haciéndola incidir sobre los personajes
en primer plano, sumergiendo en penumbra a los que se alejan, con una
paleta que, clara, luminosa, rica de color y matices, también recrea lo
que está más cerca del espectador. La nitidez de las figuras va
relacionada con la distancia y con la luz que reciben.
La
composición es genial, probablemente la colocacion de estos personajes
es la composición más perfecta de la historia de la pintura. El juego de
las verticales y horizontales (cuadro, pared, techo, suelo y de los
propios protagonistas) aparece compensado por la doble curva que va del
pintor a Marcela Velasco y de ella a Nicolasito, personajes agrupados
de tres en tres. Estas dos masas del friso principal van disminuyendo,
a medida que nos alejamos hacia el fondo de la tela (pareja formada por
la Ulloa y Diego Ruíz, la solitaria de Nieto en fantástico contraluz) o
hacia adelante (el perro). Es una composición que se abre hacia
nosotros, que nos quiere incluir en su maravilloso mundo de apariencia;
que nos hace también sentirnos protagonistas del evento, es decir, una
composición donde el exterior, el espacio que ocupa el espectador, es
parte de la escena creando una parodoja entre el espacio real y el
espacio ficticio. De ahí esa emoción que experimentamos cuando nos
ponemos delante de Las Meninas.
Y
todo esto servido con una técnica escalofriante: manchas de color que
la luz moldea; toques de luz y color con una fluidez y una seguridad que
asombran; su pincel toca la tela con aparente sencillez, como algo
casual ya que "el primor consiste en pocas pinceladas obrar mucho, no
porque las pocas no cuesten, sino que se ejecutan con liberalidad, que
el estudio parezca acaso y no afectación".
Las
Meninas puede considerarse como un retrato de grupo, como se habían
puesto de moda en Holanda (Hals o Rembrandt), pero también un retrato
real, de ahí su título primigenio: "La familia de Felipe IV" o , más
tarde, los inventarios la llamaban "El cuadro de la familia" (Sólo en
1843, Madrazo, director del Prado, inventaría la obra con el nombre con
el que hoy la conocemos: Las Meninas, por la palabra portuguesa
"menina", que significa dama de honor o de compañía). Pero la obra no es
un mero retrato colectivo, pues le está asociada una red de contenidos
políticos y artísticos que trascienden las fronteras del género
retratístico, y la convierten en un cuadro de contenido histórico, en el
que se reflexiona muy sutilmente sobre la monarquía española.
Fue Antonio Palomino, cordobés, pintor y teórico, el primer biógrafo de Velázquez. Palomino comienza su descripción de la tela llamando la atención sobre el tamaño de la obra, a la que llama "el cuadro grande". En efecto, lo inusual de estas medidas es para J. Brown una pista para comprender su significado, su argumento. Colocada la obra en el despacho de verano del rey Felipe IV, es decir, en estancias privadas del soberano, estas medidas, sus figuras casi del tamaño del natural, su composición y perspectiva debían impactar no sólo al monarca, sino a aquellos privilegiados que accedieran a la intimidad real. Tamaño, argumento y técnica al servicio del mensaje que Velázquez quiere hacer llegar a un público muy concreto: el círculo nobiliario que gira en torno al monarca. El pintor alardea de esa relación personal con el monarca, y por ello se incluye en la pintua. Pero sabía que éste era un espectador efímero, pero que sería contemplado en las centurias siguientes; Velázquez sabía o era consciente de que estaba realizando una de sus obras más ambiciosas e importantes, tanto por su extraordinario tamaño como por su complejidad y, al hacerlo, no ignoraría que sería uno de los cuadros a través de los cuales mejor se le recordaría.
Fue Antonio Palomino, cordobés, pintor y teórico, el primer biógrafo de Velázquez. Palomino comienza su descripción de la tela llamando la atención sobre el tamaño de la obra, a la que llama "el cuadro grande". En efecto, lo inusual de estas medidas es para J. Brown una pista para comprender su significado, su argumento. Colocada la obra en el despacho de verano del rey Felipe IV, es decir, en estancias privadas del soberano, estas medidas, sus figuras casi del tamaño del natural, su composición y perspectiva debían impactar no sólo al monarca, sino a aquellos privilegiados que accedieran a la intimidad real. Tamaño, argumento y técnica al servicio del mensaje que Velázquez quiere hacer llegar a un público muy concreto: el círculo nobiliario que gira en torno al monarca. El pintor alardea de esa relación personal con el monarca, y por ello se incluye en la pintua. Pero sabía que éste era un espectador efímero, pero que sería contemplado en las centurias siguientes; Velázquez sabía o era consciente de que estaba realizando una de sus obras más ambiciosas e importantes, tanto por su extraordinario tamaño como por su complejidad y, al hacerlo, no ignoraría que sería uno de los cuadros a través de los cuales mejor se le recordaría.
Ahora
veamos quiénes son los personajes que en la tela aparecen. La Infanta
Margarita, de riguroso blanco, y el espejo que al fondo vemos y en el
que se reflejan las figuras de sus reales padres, Doña Mariana de
Austria y D. Felipe IV, son el eje temático de la composición.
Flanqueándola por sus meninas, la de la izquierda (del espectador),
arrodillada, es Doña María Agustina, menina de la Reina, hija de don
Diego Sarmiento, administrándole agua de un búcaro; al otro lado se
encuentra Doña Isabel de Velasco, futura dama, que recogiéndose su falda
inicia una reverencia, su mirada se dirige hacia el lugar en el que el
espectador se encuentra. Detrás de ella está Dña Marcela de Ulloa,
señora de honor, y un guardadamas o Mayordomo, identificado con D. Diego
Ruíz de Ancona, aunque esto no está muy claro por la sombra que le
envuelve. Marcela de Ulloa está comentando algo al guardadamas que,
atento a lo que ocurre frente a él, fuera del marco pictórico, no parece
hacerle mucho caso. En el ángulo inferior derecho, la deforme enana
Maribarbóla está atenta sólo a lo que ocurre frente a ella. Sin embargo,
Nicolasito Pertusato, ajeno a todo, trata de provocar al enorme perro,
pisándole, pero aquel aparece sereno e imperturbable. En el lado
izquierdo, tras María Agustina, y ante un lienzo de grandes
proporciones, el propio Velázquez, con el pincel suspendido, también
mira hacia afuera. Al fondo, en el espejo, en la misma línea en que se
sitúa el espectador, aparecen reflejados en el espejo los reyes de
España. Junto al espejo, tras una puerta abierta y fuertemente
iluminada, D. José Nieto, aposentador de la Reina, sube por una
escalera, descorriendo una cortina.
La
escena tiene lugar en el taller del pintor en el Alcázar viejo de
Madrid, que quedó destruido en el incendio de 1734. Por encima del
espejo en el que se reflejan los reyes se ven dos cuadros. Son copias
realizadas por Juan Bautista del Mazo de "Minerva y Aracné", de Rubens, y
"Apolo y Pan", de Jacob Jordaens. Ambos cuadros se hallaban
efectivamente en dicho salón, según documentos de la época; pero se cree
que Velázquez los reprodujo porque esconden alusiones a la obediencia
debida a los reyes y al castigo que acarrea incumplirla. También
representan, de una manera simbólica, la superioridad de las artes, un
oficio noble, sobre el trabajo artesanal, ya que el pintor luchó toda su
vida por que se reconociese su nobleza y el reconocimiento de las
artes, como ocurría en Italia.
Como
vemos, se trata de un asunto puramente convencional: una escena
familiar que aparece sorprendida por la retina del pintor y congelada en
el lienzo con la supuesta fidelidad de una instantánea fotográfica. y
así lo expresó Gautíer cuando, frente a la tela, exclamó: "Pero, ¿dónde
está el cuadro?". Antes Luca Giordano había exclamado la observarlo
"Esta es la teología de la pintura", y, más tarde, Manet dijo de
Velázquez que "es el pintor de los pintores".
Pero
¿Qué está Velázquez pintando?, ¿Qué representa el cuadro?, ¿Dónde están
los reyes y cúal es su papel?. Como obra maestra, estas preguntas deben
tener respuesta ambigua, y presuponen por parte del pintor la
existencia de un espectador inteligente para el que la contemplación de
un cuadro no es sólo una experiencia visual, sino tmabién
intelectual. Si hacemos caso a Palomino, ya lo hemos dicho: el retrato
de los Reyes. Mas esta afirmación ha sido discutida. Para unos, no hay
constancia de que Velázquez hubiese pintado a los Reyes en pareja y
menos en un cuadro de estas dimensiones. Lo que está claro es que la
presencia de los Reyes constituye para Velázquez la clave de la obra. En
cuanto al pintor,
Velázquez se nos muestra orgulloso de su doble condición de pintor y
cortesano; o dicho de otra forma, la pintura es "nobilísima arte, tan
noble que merece un hábito de Santiago". Y, de hecho, el pintor comete
una osadía, al aparecer junto a los reyes, aunque la presencia de éstos
no es real, solo reflejada en un espejo.
Cuando
Velázquez pinta este lienzo lleva ya bastante tiempo empeñado en
rematar su carrera palaciega con un reconocimiento formal de su valía:
ha pedido al Rey que le haga caballero de Santiago. El Rey ha ordenado
que se inicie el proceso, pero las probanzas no han podido dejar en
claro su hidalguía, la de sus padres y la de sus abuelos, es decir, no
le corresponde tal privilegio. Además, en el siglo XVII, la pintura es
considerada, aún como arte mecánica, oficio, pues, que ningún noble
puede desempeñar. La batalla es dura, pues el Consejo de Órdenes no se
deja manipular fácilmente. Será necesario que Felipe IV (y el propio
Papa Inocencio X, al que se le pidió dispensa al ser las Órdenes, en
teoría, entidades religiosas), hace merced de hacer hidalgo a D. Diego
de Silva Velázquez. Primero fue aposentador de palacio y después, poco
antes de morir, recibió el hábito de la Orden de Santiago, tal como
aparece en el hábito del pintor, que fue repintada posteriormente, pues
no la recibe hasta 1659 y el lienzo es de 1656. LLama la atención que la
indumentaria del pintor no es la específica de un pintor, sino de un
cortesano. Del cinto le cuelga una llave, que hace referencia a su cargo
de Aposentador de palacio (alusión a la importancia del cargo dentro de
la estructura administrativa de la Corte, por la cercanía al monarca).
Así, Velázquez lega a la posteridad una imagen concreta sobre el estatus
social del que disfrutaba. Pero no deja de representar referencias
concretas a su condición de artista: su misma presencia en el cuadro se
justifica como que está trabajando como pintor, con pinceles, paleta y
tiento, los instrumentos principales de su oficio. Y se pinta como es
él: sereno, seguro de sí mismo, concentrado, de mirada atenta e
inteligente. Es el artista que mira y piensa.
Por
último, el detalle del espejo es recurrente en Velázquez. Ya aparece en
su "Venus del espejo". Probablemente "Las Meninas" han estado
influenciadas por la tela de Jan van Eyck, "El matrimonio Arnolfini".
Cuando Velázquez estaba pintando Las Meninas, el cuadro de Van Eyck
formaba parte de la colección de palacio de Felipe IV y Velázquez, sin
duda, conocía muy bien esta obra. En El matrimonio Arnolfini de manera
similar, hay un espejo en la parte posterior de la escena pictórica, que
refleja dos personajes de cara y una pareja de espalda. Aunque estos
personajes son muy pequeños para poder ser identificados, una hipótesis
es que una de las imágenes corresponde al pintor, justo en el momento de
entrar a pintar.
A
Velázquez hay que inscribirlo, dentro de la pintura barroca española,
en los años centrales del siglo, en el tránsito a la segunda mitad de
siglo, en la época del pleno barroco, donde la influencia italiana,
naturalista y tenebrista, de la primera mitad es sustituida por un
predominio de lo flamenco, dinámico y colorista, con un sentimiento de
belleza y riqueza que contrasta aparentemente con la realidad de la dura
decadencia española; precisamente, lo decorativo y colorista debe ser
una especie de telón vistoso que disimule la fragilidad de la estructura
económica del páis y sostenga una apariencia de riqueza. Destacarán dos
escuelas:
la
madrileña, donde destaca el genio de Velázquez, junto a otros pintores
como Antonio de Pereda, Francisco Rizzi, Juan Carreño de Miranda o
Claudio Coello, y la sevillana, con dos pintores muy distintos en cuanto
a su estilo: Murillo y Valdés Leal.
Diego Velázquez. Autorretrato. Óleo sobre lienzo (45 x 38 cm.). 1640. Museo de Bellas Artes de Valencia
Diego
Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660) es el genio más grande del
arte español. Su dominio pictórico y su virtuosismo le hizo dominar
todos los géneros pictóricos: el cuadro religioso, el tema mitológico,
el bodegón, el paisaje y los retratos. Algunas de sus aportaciones
pictóricas en el manejo de la luz y la conquista de la profundidad han
quedado como modelos nunca superados. Suya es la perspectiva aérea o
sensación óptica de que la luz y el aire circulan por dentro de la tela;
además la vitalidad y profundidad psicológica de sus retratosson
insuperables en la historia de la pintura y lo hacen un pintor único.
Sevillano, estudia pintura con Fco. Pacheco (se casa con su hija) y su
primera etapa está dominada por el influjo caravaggiesco y el
naturalismo tenebrista que inunda la pintura sevillana, con pincelada
segura y colores terrosos ("Vieja friendo huevos", "El aguador de
Sevilla", "Cristo en Casa de Emáus"...). Con el apoyo de su suegro y
gracias a la amistad con el Valido Conde-Duque de Olivares, accede a la
corte y es nombrado pintor real, especilizándose en retratos ("Felipe
IV", "Príncipe Baltasar Carlos", "Conde-Duque de Olivares"...) y obras
mitológicas, como "Los Borrachos"). Tras un primer viaje a Italia en
1629, su pintura se aclara al estudiar la pintura veneciana; tiene nueas
preocupaciones por el color, desnudo y perspectiva aérea. Su pintura se
hará más suelta y fluida y abandona totalmente el tenebrismo ("La
fragua de Vulcano", "Las Lanzas"). En 1649 hace un segundo viaje a
Italia, y esto provoca una técnica casi impresionista, con una técnica
muy suelta y ligera, con una gran libertad de ejecución ("Retrato de
Inocencio X" "Vistas de Villa Médicis"). A su vuelta a la corte,
consigue la condición nobiliar que tanto perseguía, y realiza sus dos
obras maestras: "Las Meninas" y "Las Hilanderas".
CONTEXTO HISTÓRICO:
En
el contexto histórico de su época, Velázquez es un privilegiado, ya
que contó con el favor real y pudo hacer otro tipo de composiciones
(otro pintor sólo podía trabajar para la clientela religiosa
contrarreformista), tales como las históricas y mitológicas, pudo
trabajar sin la prisa de los encargos y reflexionar sobre la vida y las
actitudes de los españoles. Karl Justi dijo que fue el pintor que mejor
supo penetrar en el alma española, el que encontró la forma y la
expresión que más se ajustaban al espíritu de su pueblo, y Ramón Gómez
de la Serna afirmó que su pintura era austera, pintura de Castilla,
pintura de la concentración, el fiel de España, la ecuación perfecta.
CONTEXTO HISTÓRICO:
Al igual que ocurre en el resto de las artes, el Barroco arquitectónico tendrá en España un carácter
fundamentalmente religioso y monárquico. España es en el siglo XVII uno
de los grandes defensores de la Contrarreforma católica. Los jesuitas
españoles luchan en el Concilio de Trento Para defender la
indiscutibilidad del dogma y la primacía absoluta de los asuntos
espirituales sobre los materiales, y por otra parte la acción de la
Inquisición velará porque así sea. El poder de la iglesia será tremendo y
dada la unidad española y su expansión americana tendrá mayores
consecuencias que en la dividida Italia. Esto explica las más notorias
características de nuestro barroco: la primera es que lA temática
plástica tendrá un definido carácter religioso, la segunda es que el
arte, al igual que en Roma, será utilizado como argumento convincente
del poder católico.
El barroco español es especialmente original; nunca un estilo alcanzó tan hondas y prolongadas resonancias en la plástica popular. El barroco español es una poderosa mezcla de ornamentación y sobriedad. La rica policromía de la escultura o el atormentado movimiento de las figuras están sustentados por una imagen patética o desgarradamente dramática. Otra característica es la pobreza de los materiales: ya no llega tanto oro de América, y la crisis, demográfica y económica, es durísima en España. El arte con su brillo y sus dorados oculta una economía débil, es un “querer y no poder”. Pero no se quería renunciar al papel de gran potencia que asumió en el siglo XVI, no lo quería ni el rey ni la iglesia. En escultura, la madera, de honda tradición castellana, se empleará casi en exclusiva, no sólo en las imágenes procesionales, sino en las grandes masas arquitectónicas-escultóricas de los retablos.
En la evolución del barroco español tenemos que decir que en la primera mitad del siglo XVII los modelos herrerianos y la severidad escurialense, la austeridad y la solemnidad será la nota predominante, y en la pintura domina totalmente el claroscuro tenebrista y el naturalismo de Caravaggio, mientras que en la segunda mitad de siglo y en la primera mitad del XVIII, los elementos decorativos desbordan por completo y lo recubren todo, introduciéndose nuevos elementos ornamentales, mientras la pintura aparece más lujosa, colorista, dinámica y luminosa.
El barroco español es especialmente original; nunca un estilo alcanzó tan hondas y prolongadas resonancias en la plástica popular. El barroco español es una poderosa mezcla de ornamentación y sobriedad. La rica policromía de la escultura o el atormentado movimiento de las figuras están sustentados por una imagen patética o desgarradamente dramática. Otra característica es la pobreza de los materiales: ya no llega tanto oro de América, y la crisis, demográfica y económica, es durísima en España. El arte con su brillo y sus dorados oculta una economía débil, es un “querer y no poder”. Pero no se quería renunciar al papel de gran potencia que asumió en el siglo XVI, no lo quería ni el rey ni la iglesia. En escultura, la madera, de honda tradición castellana, se empleará casi en exclusiva, no sólo en las imágenes procesionales, sino en las grandes masas arquitectónicas-escultóricas de los retablos.
En la evolución del barroco español tenemos que decir que en la primera mitad del siglo XVII los modelos herrerianos y la severidad escurialense, la austeridad y la solemnidad será la nota predominante, y en la pintura domina totalmente el claroscuro tenebrista y el naturalismo de Caravaggio, mientras que en la segunda mitad de siglo y en la primera mitad del XVIII, los elementos decorativos desbordan por completo y lo recubren todo, introduciéndose nuevos elementos ornamentales, mientras la pintura aparece más lujosa, colorista, dinámica y luminosa.
Las Meninas hay tanto por decir, pero siempre me ha gustado, ya que en él aunque no lo parezca los trazos no eran definidos, he visto ampliaciones y la pintura se ve mucho mas moderna de su tiempo.
ResponderEliminarUn saludo
Uno de mis tres o cuatro cuadros favoritos. Gracias por la información y un abrazo.
ResponderEliminarCuan detallado informe sobre esta emblematica obra de arte. Me entere de muchas cosas, excelente.
ResponderEliminarAbrazos.
Paco...." Comentario de las Meninas "
ResponderEliminarHermosas pinturas parecen fotos....
Interesante todo lo que publicas siempre junto a las obras.
un beso desde Argentina
Es uno de los cuadros más importantes y conocidos de Velázquez. Impresionante contemplarlo en el Prado. Tiene tantos detalles que visionarlo unas cuantas veces es casi obligado.
ResponderEliminarMadre mía, qué exposición sobresaliente la suya. Parece que por muchas veces que contemple el cuadro, siempre me quedará algo por mirar. Después de este texto suyo tendré que darle una nueva mirada.
ResponderEliminarFeliz fin de semana.
Bisous
Un comentario completísimo donde no dejas nada importante por comentar. El cuadro se lo merece. Una gran obra. Siempre que veo Las Meninas en el Museo del Prado, acudo de inmediato a ver otro retrato genial de familia, la de Carlos IV de Goya. Y las comparaciones son inevitables. Qué diferente tratamiento el de uno y otro pintor. Y qué diferente manera de tratar a los personajes que aparecen. En uno hay amabilidad y encanto. En el otro, una evidente carga crítica y hasta mala uva.
ResponderEliminarUn saludo.
De pequeño veía las reproducciones del cuadro en los libros de artística y de historia. La primera vez que estuve en Madrid, en el Prado, me quede mucho rato viendo este cuadro.
ResponderEliminarCompleto comentario sobre una completa obra
Saludos Paco
Una obra maestra en la que Velázque pinta lo que los ojos reales ven. Como si los reyes camara en mano hubieran hecho una fotografía a mayor gloria de del pintor.
ResponderEliminarPero no voy a decir nada más que ya lo has dicho tu todo y de qué manera. Estoy seguro que volveré a leer este magnífico artículo más de una vez. Un abrazo Paco.
Es un excelente analisis de la obra, hay una fotografia que no estoy de acuerdo pues la lineas van se juntan en los pies de un personaje secundario, yo creo que es el espejo donde estàn reflejados los Reyes donde todas las lineas terminan, ellos son los importantes, no solo por el rango tambien por el juego del espejo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, es un placer leer los trabajos de tus alumnos
FELICIDADES¡¡¡¡
ResponderEliminarMagnifico blog, seré asiduo de este interesante espacio.
He venido aquí para darte un abrazo que retribuya tu cariño reflejado en la lectura que haces de mis textos, en el entendimiento de los mismos y en las palabras que me dejas y que siempre me enseñan y emocionan. Y he visto a Las Meninas y recordado a un Maestro que tuve, Adolfo Couve, suicidado, que hacía una clase sobre Las Meninas que a mi me dejaba con la boca abierta.
ResponderEliminarMis besos, siempre.
Pd: También quise ir a tu otro Blog pero en el perfil que me dejaste no encontré el enlace y en este blog tampoco... claro que quizás no miré tan exhaustivamente... jeeeee
mis conocimientos pictóricos son bastante limitados, pero siempre sentí interés por ese mundo maravilloso y en las múltiples visitas al Prado me solía "pegar" a algunos de los grupos para escuchar las explicaciones. En cierta ocasión le preguntaron al excéntrico Dali, qué salvaría del Prado ante un hipotético incendio, a lo que respondió: "el aire de Las Meninas" Aquel día aprendí a valorar ese cuadro en su justa medida.
ResponderEliminarsabes Paco? pienso de que podría yo hablar contigo y no aburrirte, tienes tantos conocimientos en tu razón que me apabullas, que suerte tienen tus alumnos de tenerte, saludos querido amigo
ResponderEliminarLa primera vez que vi este cuadro fuè en una reproducciòn que teniamos en casa, de un vecino que era pintor, y no se porquè, nos regalò el cuadro, que era una litografìa retintada con unos productos que parecian hacerle las pinceladas. Siempre me llamò la atenciòn que parecia una fotografìa de los personajes, sobre todo por las explicaciones que este vecino me daba del cuadro, y la figura que más me impactò fuè Maribàrbola...pienso a tiempo pasado que serìa por su cara grotesca y bufona.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu entrada.
un abrazo
fus
Me parece magistral tus comentarios.
ResponderEliminarFrancamente lo he visto vairas veces en directo y muchas veces en fotografías, incluso he tenido una alfombrilla del ratón con este cuadro.
Pero debo de reconocer hasta ahora no sabía lo que era este cuadro.
Muchas gracias por tu descripción, para mí ha sido muy útil.
Salu2:
Qué maravilla de análisis de una obra que vive en nuestra memoria colectiva y ya es decir mucho que una obra de arte pase a formar parte de la humanidad, de su manera de entender la historia y la vida.
ResponderEliminarLa pintura así como la literatura y otras artes muestran las alegrías o los sufrimientos de la sociedad, la angustia o la revitalización del conjunto de las personas y más allá la propia psique del artista con sus emociones profundas.
Y en este lienzo, sin duda, hay mucha tela que observar, valga el juego de palabras.
El comentario lleno de asombro y admiración me ha encantado y felicito vivamente a su autor o autora pues logra encandilarnos hasta el final. La búsqueda de la perspectiva, la luz y el colorido que contribuyen como trucos para conseguirlo, la iluminación por planos, el techo presentado en su profundidad, las líneas que organizan la presencia de los personajes... todo, todo ello es una maravilla que da lugar a una de las obras maestras de la historia. El Renacimiento ya hizo sus pinitos al respecto de la perspectiva y el Barroco se deja sentir en su tenebrismo y en el colorismo que intenta funcionar como una cortina de humo. Todo ello magnificamente presentado en el comentario.
Hay un punto que me apasiona tanto como al comentarista de la obra, la composición: la aparición de los reyes solo reflejados en un espejo, los personajes que charlan en segundo plano, los cortesanos pero más cerca Maribárbola y Nicolasillo, los bufones y aún más cerca, el perro ¡en primer plano!, observando la escena y pintándola con el lienzo y el caballete ocupando buena parte del espacio, Velázquez con una cruz misteriosa pues es posterior a su muerte la concesión de la Orden de Santiago.
A este respecto tengo que referirme a una novela histórica extraordinaria: "El misterio Velázquez" de Eliacer Cansino, una joya que relata una época y un misterio con personal hipótesis. Sobre todo, esta novela es un homenaje a enanos y bufones, seres humanos a los que intentaron degradar nobles o poderosos sin conseguirlo, bien al contrario, demostraron por su parte la poca dignidad de su espíritu. Nunca olvidaré el buen humor y la alegría de Maribárbola, su belleza, su inmensa generosidad, y sobre todo siempre llevaré en mi corazón a Nicolasillo Pertusato, un gran hombre aunque no gozara de mucha estatura, corazón noble y bello, conocedor de las miserias de un mundo cruel y hacedor de sí mismo y de su renacimiento.
El cuanto al barroco tan intenso en Velázquez, me ha hecho recordar también una de sus principales características: la inconsistencia de la vida, de sus apariencias, la fugacidad del estado que cada uno ocupa, así Quevedo en "La hora de todos y la Fortuna con seso" hace que cada persona cambie de estado social, como en un sueño, como en Calderon "La vida es sueño", como en Velázquez donde los poderosos solo viven en un espejo y los humildes pasan a ocupar un primer plano. Todo cambia, todo fluye, todo es sueño, recordemos el monólogo de Segismundo:
"¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ficción,
una sombra, una ilusión,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son."
He disfrutado muchísimo. Esta obra con un comentario tan detallado y apasionado se merecía volver a ocupar su espacio. Así que, muchas gracias.
Felicidades al comentarista y un abrazo grande que hago extensivo a Paco, mi querido profesor de arte, una maravilla de persona.
Vuelvo a pasar por aquí por recordar que se trata de un excelente blog, muchas gracias por compartir estas entradas tan interesantes.
ResponderEliminarUn saludo,
Jose
Redescubrir el Arte.