José Ribera, en un grabado del siglo XIX de la Biblioteca Nacional de Madrid
En pintura, la primera mitad del siglo XVII en España se caracteriza por el realismo y el tenebrismo, de influencia directamente italiana. En este momento, las novedades del realismo y la iluminación nocturna que ya habían empezado tímidamente en El Escorial, invadirán toda España y se enriquecerán por la aportación caravaggiesca. Los focos más importantes son Castilla, con la corte de Madrid (Vicente Carducho, Eugenio Cajés y Juan Bautista Maino) y Toledo (Luis Tristán, Juan Sánchez Cotán y Pedro Orrente) como centros, Andalucía con Sevilla (Juan de Roelas, Francisco Pacheco y Herrera el Viejo), y Valencia. El foco más definido de esta primera mitad es el Valenciano, el cual arranca ya del siglo anterior con Ribalta y Ribera.
La escuela valenciana es la más importante en España a principios de siglo. Un gran pintor de principios de siglo es Francisco Ribalta (1565-1628), que inicia su andadura pictórica desde una influencia de Navarrete y otros pintores del círculo del Escorial. Su obra representa el vínculo entre el último manierismo y las nuevas corrientes barrocas. Así, su estilo va avanzando en la dirección realista, hasta desembocar en obras enteramente tenebristas con un magnifico conocimiento de lo real, una iluminación muy contrastada y una preferencia muy marcada por modelos feos, nada estilizados. Participa plenamente del espíritu contrarreformista, haciendo obras visionarias, sobrenaturales, pero muy creíbles para el espectador, gracias a su sencillez y realismo cercano, sin embellecimientos supérfluos.
En su Visión de San Francisco hace patente que su fin principal no es resaltar la belleza de sus figuras sino el realismo y la expresividad de las mismas, las cuales llegan a impresionar por su vigor. En su Crucificado abrazando a San Bernardo, la fuerza del dibujo, la sólida anatomía del cuerpo de Cristo, los espléndidos pliegues del hábito y la luz lateral son el fruto de la madurez artística del pintor.
Francisco Ribalta. Cristo abrazando a San Francisco. Óleo sobre lienzo (158 x 133 cm.). 1625. Museo del Prado. Madrid.
José Ribera ( 1591-1662) es un artista fundamental en el Barroco español. Nacido en Játiva, se sabe muy poco de sus primeros años, estando, al parecer, en el taller de Ribalta. Muy pronto, a los diecisiete años se traslada Italia, primero a Milán y Parma, más tarde a Roma, donde recogerá el influjo de Caravaggio, e incluso de Reni y Carracci, y después se traslada a la Corte de Nápoles donde triunfa a las órdenes de los Virreyes de España (entre ellos, el Duque de Alba). Precisamente allí será conocido como el “Spagnoletto”, debido a su origen español y a su pequeña estatura. Allí, sus principales clientes serán las instituciones religiosas napolitanas y los virreyes españoles, que le protegen, teniendo al principio mucha fama como grabador, técnica que dominó con maestría. El apoyo de los virreyes y de otros altos cargos de origen español explica que sus obras llegasen en abundancia a la Península Ibérica. Así, actualmente, el Museo del Prado posee más de cuarenta cuadros suyos. Ya en vida era famoso en su tierra natal y prueba de ello es que Velázquez le visitó en Nápoles en 1630.
En Roma Ribera admiró a Caravaggio y entró en contacto con sus discípulos. Sus primeros cuadros son enteramente tenebristas, pero su pintura evolucionó hacia una personalísima interpretación del naturalismo, exagerando, a veces, los elementos de crispación y dureza, pero, a la vez, estudiando la pintura veneciana, incluso a Rubens, e introduciendo elementos coloristas, dinámicos y sensuales en sus composiciones. Su pintura se caracteriza por la profunda emoción religiosa de sus temas, el dominio del color y de la luz bajo un prisma tenebrista, pero con una riqueza cromática que supera a la de Caravaggio y que Ribera aprendió de los venecianos. Su sentido de la realidad, de las calidades de las cosas, se traducen en una técnica espesa, que casi consigue el relieve de las arrugas de la piel o de los pliegues de las telas.
Por su situación privilegiada de un pintor de los virreyes, es uno de los pocos pintores españoles que cultiva el género mitológico, en cuadros como Apolo desollando a Marsias o Sileno borracho, ambas escenas muy realistas. También hace una versión del mito de Ixión.
Por su situación privilegiada de un pintor de los virreyes, es uno de los pocos pintores españoles que cultiva el género mitológico, en cuadros como Apolo desollando a Marsias o Sileno borracho, ambas escenas muy realistas. También hace una versión del mito de Ixión.
Sileno borracho. Óleo sobre lienzo (185 x 229 cm.). 1626. Museo de Capodimonte. Nápoles.
Apolo desollando a Marsias. Óleo sobre lienzo (182 x 232 cm.). Museo de Capodimonte. Nápoles.
Pero en su obra no faltan cuadros realistas y sociales, inspirados por su vivencia bohemia en Roma, como El niño patizambo, quien sonríe mostrando la suciedad de sus dientes ajeno a la tragedia de su pie destrozado. Ribera muestra la figura del lisiado de manera casi monumental, con tonos casi monocromos y una estructura compositiva simple, siendo fiel testimonio de una crítica a la cultura científica y a la miseria humana.
Un cuadro naturalista hecho para el Virrey, el Duque de Alcalá, es La mujer barbuda. Ribera conoció la noticia de que a una mujer le creció de improviso la barba y bello por el cuerpo, y el pintor decide pintarla, en compañía de su esposo y de un hijo pequeño a quién amamanta. En este cuadro tan insólito se ve el drama de la mujer transformada en hombre (por padecer hirsutismo) y la resignación de su marido.
Apolo desollando a Marsias. Óleo sobre lienzo (182 x 232 cm.). Museo de Capodimonte. Nápoles.
Pero en su obra no faltan cuadros realistas y sociales, inspirados por su vivencia bohemia en Roma, como El niño patizambo, quien sonríe mostrando la suciedad de sus dientes ajeno a la tragedia de su pie destrozado. Ribera muestra la figura del lisiado de manera casi monumental, con tonos casi monocromos y una estructura compositiva simple, siendo fiel testimonio de una crítica a la cultura científica y a la miseria humana.
Un cuadro naturalista hecho para el Virrey, el Duque de Alcalá, es La mujer barbuda. Ribera conoció la noticia de que a una mujer le creció de improviso la barba y bello por el cuerpo, y el pintor decide pintarla, en compañía de su esposo y de un hijo pequeño a quién amamanta. En este cuadro tan insólito se ve el drama de la mujer transformada en hombre (por padecer hirsutismo) y la resignación de su marido.
El niño patizambo. Óleo sobre lienzo (164 x 92 cm.). 1642. Museo del Louvre. París.
La mujer barbuda. Óleo sobre lienzo (126 x 194 cm.). 131. Fundación Casa Ducal Medinaceli. Toledo.
Ribera es un pintor obsesionado con la realidad, en representar todo aquello que se de en la naturaleza, aunque sea desagradable, raro o feo. Incluso se complace en representar lo violento y lo repugnante de la naturaleza, siendo mucho tiempo considerado pintor de martirios y carnes maceradas. El género religioso ocupa la parte central de su actividad. Sus apósteles, donde destaca el San Andrés del Museo del Prado, y sus ermitaños (San Pablo, La Magdalena penitente...), que hacen penitencia en cuevas oscuras, iluminadas al fondo por una entrada que permite ver un tronco desnudo o una composición triangular, traducen su religiosidad heroica, que beben en la sensibilidad de los primeros cristianos, y su inclinación a los cuerpos arruinados por la vejez o el hambre (Arquímedes). En todas estas obras Ribera toma como modelo tipos realistas de la calle, como ya hizo Caravaggio y como hará, más adelante, Velázquez con sus mendigos.
San Andrés. Óleo sobre lienzo (123 x 95 cm.). 1630. Museo del Prado. Madrid.
Magdalena penitente. Óleo sobre tabla (185 x 195 cm.). 1641. Museo del Prado. Madrid.
Arquímides. Óleo sobre lienzo (125 x 81 cm.). 1630. Museo del Prado. Madrid.
Afán constante de su estilo es la representación de la ruina del cutis humano; es el pintor de las frentes arrugadas, los dedos ásperos, los muslos delgados, que permiten la visión de los huesos. Su sensibilidad dramática le inclina hacia el tema de los anacoretas y penitentes y en sus cuerpos demacrados por los efectos de la abstinencia. Lord Byron decía de Ribera que pintaba con la sangre de los Santos, por su intensidad en el trazo, por su desgarrada anatomía. Si en la riqueza del color y en la maestría de la composición podría ser considerado un pintor italiano, por la emoción religiosa y por su realismo intenso constituye uno de los exponentes más altos del barroco español.
Entre los cuadros realistas religiosos destaca El martirio de San Andrés. Pertenece a su primera etapa tenebrista. La inspiración de Caravaggio se demuestra en la composición y en las figuras pero la técnica es minuciosa y los colores más sombríos. La luz ilumina al desnudo anciano que es atado a la cruz para sufrir el martirio. Su cabeza, de barba blanca, se vuelve al sacerdote inclinado hacía él que sostiene una estatuilla de Júpiter, queriendo obligar al santo mártir a venerar los dioses paganos. Impresionante también es El martirio de San Felipe, considerado erróneamente durante mucho tiempo como Martirio de San Bartolomé. Pertenece a su segunda etapa, donde aparecen colores más claros y una influencia veneciana. Sigue siendo una pintura realista pero realizada más suavemente. En las obras de martirios, Ribera no representa el acontecimiento en el momento en que se produce sino la preparación al suplicio. El santo aquí es suspendido del mástil donde va a ser desollado pero no hay sangre ni violencia. Lo que Ribera quiere señalar es la impasible atención del coro de espectadores (incluso una madre con su hijo), el esfuerzo muscular de los que tiran de las cuerdas para elevar el cuerpo del Santo y la profunda resignación del mártir que se entrega a la muerte. El aspecto dramática recalcado es la violencia de los verdugos y el sufrimiento del mártir. La escena está compuesta a base de dos triángulos cuyo lado común es el cuerpo del Santo marcando una diagonal y el madero es la base de otro doble triángulo. Tonos claros, luminosidad de la escena, todo ello son características de la escuela veneciana.
Martirio de San Andrés. Óleo sobre lienzo (285 x 183 cm.). 1628. Museo Magiar de Bellas Artes. Budapest.
Martirio de San Felipe. Óleo sobre lienzo (234 x 234 cm.). 1639. Museo del Prado. Madrid.
Entre sus grandes composiciones religiosas destaca El Calvario, que se conserva en la Colegiata de Osuna (Sevilla), de su primera época, donde se aprecia su iluminación tenebrista y el gran claroscuro caravaggiesco, aunque la obra se compensa con aspectos clasicistas, como el rostro de Cristo, tomado de Reni y el cuerpo del crucificado, inspirado en Miguel Ángel. El tratamiento de la escena está cargado de patetismo, destacando los gestos de tristeza de san Juan, la Virgen y la Magdalena. La composición se organiza a través de un triángulo invertido y diversas diagonales que aportan ritmo y dramatismo al conjuntoTambién obra religiosa de gran devoción es La Trinidad del Prado; en esta obra combina el estilo tenebrista de sus años juveniles, la cual se aprecia en la violenta iluminación del cuerpo de Cristo, con un pictoricismo preciosista.
El Calvario. Óleo sobre lienzo (336 x 230). 1620. Colegiata de Osuna (Sevilla).
La Trinidad. Óleo sobre lienzo (226 x 118 cm.). 1635. Museo del Prado. Madrid.
Otra obra religiosa es El Sueño de Jacob, donde insiste en su preocupación por la fuerza, en la visión de ese hombre pesado y fornido que yace dormitando. Es un tema del Antiguo Testamento, según el cual, Jacob al dormir tiene un sueño donde aparecen unas escaleras por dondo suben y bajan ángeles, interpretado como símbolo de la vida contemplativa, pero Ribera insiste en la humanidad del pastor. Se aprecia su culto al color, de raigambre veneciana, la fuerza escultórica de un personaje que reposa sin perder la tensión de las manos, el tronco desnudo que fija poderosamente una de las diagonales de la composición. Por último, excepcional es su Inmaculada Concepción, que el virrey destina al retablo del Monasterio de Monterrey en Salamanca. Trata el tema de manera tradicional y viste a la Virgen con manto azul y túnica blanca e incorpora a los ángeles a su alrededor. Pero llama la atención por su desusado formato y su exuberancia cromática. Destaca el dinamismo de las figuras y el abandono de cualquier referencia al tenebrismo de Caravaggio, iniciando una etapa caracterizada por el pictoricismo y el luminismo, dentro del más absoluto barroco colorista. Esta imagen, colorista, vital, luminosa, renovará el tema iconográfico de la Concepción en España e influirá sobre las Purísimas de Murillo y Alonso Cano.
El sueño de Jacob. Óleo sobre lienzo (179 x 127 cm.). 1639. Museo del Prado. Madrid.
Inmaculada Concepción. Óleo sobre lienzo (502 x 329 cm.). Museo del Convento de Agustinas Recoletas. Salamanca.
Ribera es una de las figuras capitales de la pintura, no sólo de la española, sino de la europea del siglo XVII y, en cierto modo una de las más influyentes ya que sus formas y modelos se extienden por toda Italia, Centro de Europa y a la Holanda de Rembrandt y ni que tiene que decir de la huella que dejará en España. A lo largo de sus obras, podemos visualizar que Ribera no va a ser un pintor con un único registro, sino que su lenguaje va a ceñirse con admirable precisión a cada uno de los hechos acaecidos. Superando el tenebrismo inicial, volverá a los intensos contrastes de luz y de sombra cuando ciertos asuntos lo exijan o cuando la iconografía lo reclame.
Podemos decir que es un creador extraordinario ya que posee la capacidad de crear imágenes palpitantes de pasión verdadera al servicio de una exaltación religiosa, que no es sólo española, sino de toda la Contrarreforma católica y mediterránea; su maestría colorista, que recoge toda la opulencia sensual de Venecia y de Flandes, a la vez que es capaz de acordar las más refinadas gamas planteadas del más recogido lirismo; y su inagotable capacidad de «inventor» de tipos humanísticos que prestan su severa realidad a santos y filósofos antiguos con idéntica gravedad, hacen de él una de las cumbres de su siglo.
Paco, como dices un artista fundamental del Barroco, una mezcla de tenebrismo y realismo que te hace estremecer ante sus lienzos.
ResponderEliminarHilando con mi blog, y con mi personaje por excelencia que es don Juan José de Austria,puedo decir que Ribera fue el suegro del hermano de Carlos II, pues éste durante su virreinato napolitano allà por la década de los 40 del XVII tuvo una relaciòn amorosa con la hija del pintor valenciano (algunos autores afirman que era una sobrina), una tal Rosa. De esta relaciòn nacerìa una nina que acabarìa viviendo como monja de clausura en las Descalzas Reales de Madrid y muriendo allì en 1686. A esta hija es a la que regalò la famosa Capilla de Milagro del madrileno monasterio y sobre la cual ti invito a realizar una futura entrada como obra maestra del Barroco que es.
Un saludo.
El influjo de Caravaggio es evidente. En Velázquez también está muy claro.
ResponderEliminarSiempre me ha llamado la atención ese Arquímedes que está en el Museo del Prado. Parece un campesino, curtido por el sol y el aire, avejentado, una persona analfabeta...un impostor que se ríe de la gracia de suplantar a un científico, sabedor de que nosotros los espectadores también conocemos que es una farsa.
Un saludo.
Este Cristo abrazando a San Francisco es condensar en un momento en el tiempo y en la pintura, algo que sobrepasa los límites de lo humano, de lo divino. Un entendimiento y una compenetración entre dos seres que amaron la pobreza, la humildad y todas las criaturas de este mundo. Es sublime. Y la composición y claroscuro bellísima.
ResponderEliminarGracias por tu buena voluntad de comentar en mi blog, por tu sinceridad, aunque discrepemos en el tema. Saludos afectuosos.
Es muy interesante su estilo, en especial las escenas que se retratan.
ResponderEliminarSiempre es un gusto leer tu blog.
saludos!
Qué maravilla de obras. Es muy difícil contemmplar ese maravilloso Cristo y no creer en la misericordia de Dios. Un saludo.
ResponderEliminarQué repaso tan completo de la vida y la obra del Spagnoletto, Paco... Maravillado quedo. Bueno, y con ganas de regresar de nuevo para paladear la entrada con un más serenidad... Realmente aquellos siglos de intercambio cultural entre las dos penínsulas occidentales del Mediterráneo, tan ligadas desde la Antigüedad por otra parte, nos dejaron una herencia inconmensurable...
ResponderEliminarEl patizambo siempre me ha conmovido... La humanidad que desprende ese retrato, en el que ese pobre mendigo posa orgulloso y sin complejos, como si de la más alta personalidad del país se tratara, hace que el vello se me erice, como me ocurre siempre con este tipo de personajes, que, asimismo, también supieron inmortalizar con genial maestría Velázquez o Murillo...
Que tengas un muy feliz y leve jornada.
Un cálido abrazo.
Ya van dos veces que viajo a Salamanca y las dos intenté ver la obra de Ribera en las Agustinas y no pude en ninguna de als dos. Un gran pintor, sin duda ninguna.
ResponderEliminarSaludos!!
Carolus: Majestad, desconocía el detalle de que Ribera fuese suegro de un hermano de Carlos II, aunque tiene sentido, ya que Ribera viviría en el palacio del Virrey. Queda anotado el interés y en el futuro puede que haga una entrada sobre las Descalzas Reales.
ResponderEliminarCayetano: llevas mucha razón en todo lo que desprende el Arquímides; un gran científico con apariencia de mendigo inmundo, pero la realidad es la realidad.
Clariana: gracias por tu explicación aquí. Se puede tener opiniones opuestas, pero con educación y respeto, todo es discutible y el conocimiento nace de la discusión. Es verdad que es bellísimo el crucificado de Ribalta.
José: Gracias por tus palabras y como apuntas, lo que desprende el patizambo, al igual que los pilluelos de Velázquez, tratados con cariño.
Ana: Gracias por aparece por aquí.
Arteydespués: Bienvenida nuevamente a ArteTorreherberos.
Alfredo: Yo tampoco he podido ver la obra de Ribera en Salamanca. Un abrazo.
Querido PAco:
ResponderEliminarUna exposición brillantísima y una galería de imágenes impresionante. El Barroco, la búsqueda del realismo, el Tenebrismo, las imágenes religiosas, la imagenería de la Pasión nos querida en nuestro país... Una belleza, sin duda.
Me ha gustado mucho tu explicación sobre la preparación al suplicio por parte de los personajes, evitando los momentos propiamente de tortura y de sangre.
Paco, estoy encantada con tu comentario, no sabes cuánto me alegro de que te haya gustado "Hospital de palabras", ojalá te sean útiles los recursos. Es un honor para mí.
Siempre aprendiendo y disfrutando por aquí.
Besazos.
Todo un repaso y toda una lección. Gracias, maestro.
ResponderEliminarElena: De verdad que me gustó Hospital de palabras, y no lo conocía. Creo que puedeo utilizar bastantes recursos porque está muy bien. En cuanto a Ribera, a mi también me gusta mucho eso de no exponer el dolor más hiriente, la tortura sanguinaria, se sufre sólo presintiéndolo; siempre me ha atraído más la sugerencia que lo explícito. En esto Miguel Ángel era el gran maestro del movimiento en potencia no en el acto. Gracias por tus bellas palabras.
ResponderEliminarAntonio: El calificativo de Maestro es excesivo, y más viniendo de tí, mucho más preparado que yo. Sin embargo, no soy como otros compañeros que se molestan porque los alumnos le llamen maestro; creo que maestro es una palabra preciosa y llena de una carga intelectural terrible, aunque a mí me quede bastante para serlo. De todas formas, muchas gracias.